sábado, 22 de marzo de 2008

Mi canon/el hospital judío del sexo y la muerte

El sexo y la muerte, las dos fuerzas más poderosas que gobiernan el destino del ser humano. ¿O alguien está en desacuerdo?
Quizá los médicos.
Para alguien cuyo trabajo es el cuerpo humano ocurre algo muy curioso. Lo poético y lo maravilloso deja de serlo y las relaciones entre dos seres, en una cúpula que intenta congeniar lo separado, lo que una vez debió estar unido, se convierte en un hecho científico mesurable y aun más, observable.
Eso no impide que en un hospital el espíritu llame al espíritu y la carne sea tan débil como en cualquier otra parte. O probablemente, aun más. Un médico ve cara a cara a la muerte todos los días, y no hay algo más vivo que un cuerpo sobre, bajo, al lado de uno, pero palpitante y en su estado más carnal y lleno de líbido.
Sin embargo, creo que los médicos en ocasiones guardan un secreto que no se atreven a confesar. Probablemente hay más sexo en los hospitales del que un respetuoso cirujano se atreve a admitir. Y tampoco es algo de lo que se enteren todos. Probablemente la fantasía casi lugar común de las enfermeras sea algo más. Una especie de “mito primordial” que oculta apenas, con un par de velos, lo duro que resulta la práctica médica diaria y la necesidad de un bálsamo.
¿Pero cómo realizar una investigación en lo que se oculta? ¿A quién preguntarle? Una cuestión difícil tomando en cuenta, sobre todo, el hecho de que hay un tabú general a ver la práctica médica desde un punto de vista que no sea como “guardianes de la vida”, como seres sumamente congraciados con su profesión, que han decidido sacrificarse en aras de los enfermos que tanto les necesitan.
Al respecto La casa de dios (editorial Anagrama), de Samuel Shem -probablemente la mejor novela que se haya hecho sobre la práctica médica-, es una de las mejores maneras de entrar “hasta el quirófano” en la práctica diaria de los aspirantes a doctores, muchas veces inmersos en situaciones totalmente absurdas e inconcebibles. Algunas casi kafkianas. Por descontado, es una novela sin tabúes que se atreve a denunciar lo que normalmente no se dice sobre el sistema médico.
El prólogo a esta obra maestra es del escritor John Updike, famoso por su ciclo de novelas sobre “Conejo” Amnstrong, (una detallada anatomía de la vida cotidiana en las ciudades pequeñas de Estados Unidos). Updike compara La casa de dios con Catch 22, la novela de Joseph Heller sobre la formación de los soldados, con el agregado detalle de que los hospitales habían sido un tabú hasta ese momento:

"En el entorno mórbido imperante, los arrebatos de lujuria llegan de un mundo tan remoto como el de las cartas del padre de Basch, con sus asociaciones serenamente ilógicas. La actividad sexual entre enfermeras y médicos aparece aquí como alivio mutuo, como refugio de ambas categorías de prodigadores de cuidados, agobiados por la enfermedad y la muerte circundantes, por todo lo que de desagradable y patético y fútil y repulsivo hay en la carne mortal".

Roy Basch, protagonista de La casa de dios, comienza su narración con un punto de vista muy singular del deseo sexual. Ha pasado su internado en La casa de Dios –un hospital fundado por el Pueblo Norteamericano de Israel para que sus hijos e hijas calificados laboren como Diós manda, y disfruta unas merecidas vacaciones en Francia con su novia:

"Si exceptuamos las gafas de sol, Berry está desnuda. Incluso ahora, de vacaciones en Francia y con mi año de interno recién enterrado en su fosa, sigo sin ser capaz de ver sus imperfecciones físicas. Adoro sus pechos, la forma en que cambian cuando se echa, boca abajo o boca arriba, o cuando se pone de pie, y cuando camina. Y cuando baila. Oh, cómo adoro sus pechos cuando baila. Los ligamentos de Cooper los mantienen erguidos. Los Caídos de Cooper, cuando se dan de sí. Y su pubis (sínsifis púbica), en el que el hueso bajo la piel es la verdadera fuerza que conforma el Monte de Venus".

Desde que Roy Basch entra en la Casa de Dios su vida se desquicia completamente. Comienza a descubrir que en los hospitales también hay jerarquías. Tortuosas y complicadas jerarquías kafkianas que están incluso sobre la vida de las personas. Cualquiera que haya trabajado en una “institución” entenderá un poco al respecto, con el hecho agregado de que “los peces” comercian con la salud y con la vida de sus pacientes. “Las cosas deben hacerse como nosotros decimos”. Pronto el protagonista descubre, con ayuda de su mentor “El gordo”, que las labores deben hacerse de manera distinta a como le enseñaron en la universidad. Esto lo va aprendiendo rápidamente el protagonista. Algunas de las sabias frases del “Gordo” son: “Los gommers no mueren” (Así se llama a los ancianos que parecen ser eternos en sus quejas y enfermedades). Los jóvenes, en cambio, parecen ser los que más rápido perecen, en una triste ironía como la del joven médico negro cuya enfermedad incurable lo lleva en un par de meses a la tumba.
En medio de un clima de locura, entre doctoras ortodoxas y perfeccionistas que echan todo a perder y gommers que no dejan de provocar lata, Roy encuentra un escape. Las enfermeras de la casa de dios son muy hermosas y deshinibidas. Constantemente el protagonista siente deseo por ellas, sobre todo en los momentos difíciles. Y ellas no son precisamente ajenas a este deseo sexual que flota en el ambiente. Al contrario, parecen fomentarlo. Como Molly, la enfermera más cachonda del hospital y una de las amantes de Roy:

"Siempre que pensaba en Molly, pensaba en sus ´inclinaciones´ y en su ropa interior de encaje y en las lágrimas que había derramado al pensar que iba a morir cuando se bajó las bragas para enseñarme aquel lunar en lo alto del muslo. Siempre que pensaba en Molly, algo bullía dentro de mis pantalones, y me sentía más joven, y se me encendía un fulgor en la mirada, y pensaba en mi primer amor, en aquel caos agridulce de hurgar a tientas en broches y cinturones y cremalleras y de pensar en padre y de arrellanarnos en sofás y en asientos delanteros y traseros de coches y en butacas de cine y en rocas y en cualquier parte menos en la cama".

Pero Roy no es el único que tiene relaciones con las enfermeras. Los otros internos, de distintas maneras y por diferentes razones, también lo hacen. “El enano”, un asustado aprendiz de médico que tiene como novia a una frígida poeta feminista, logra salir con una de las enfermeras más codiciadas del hospital justo en una de las más caóticas guardias de Basch, con lo que tiene una noche magnífica y se empieza a propagar el rumor de que ella “hace cosas maravillosas con la boca”.
Sin embargo, el “clímax” (literalmente) del libro la constituye la orgía del capítulo . Aunque no se entiende del todo si lo que aquí se narra ocurre de verdad o sólo en la imaginación sadiana de Basch. En todo caso, es en fragmentos como éste en que Samuel Shem se revela como un brillante escritor que combina con gran eficacia el humor, el erotismo y el drama, logrando además una escena que se fija en todos los sentidos.

!Muslos de trueno me desató, y en cuanto tuve los brazos y las piernas libres abarqué con cada uno de ellos su cuerpo, de forma que estaba dentro de ella y fuera de ella al mismo tiempo, y entonces, como un gommer que hubiera recibido el tratamiento de Rejuvenecimiento de Ponce de León, le di la vuelta y la tumbé boca arriba y me puse encima de ella y empecé a hacer lo que alguien sin pelos en la lengua llamaría follar como es debido, y mientras le daba duro al asunto como un auténtico León pensé en romperle las narices al doctor Leggo, y entonces Ángel empezó a gemir y a decir algo que, ahora sin necesidad de gesto alguno, sonaba como: “fóllame el coño, mi niño…, fóllame el coño, mi niño”.

Cuando le pregunté a una amiga doctora si en los hospitales había sexo me respondió tajantemente que sí, y mucho. Sin embargo, el hecho de que el elemento más esencial de la vida ocurra en un lugar u otro no es lo más importante. Creo que lo que más interesa es la intrínseca humanidad de los médicos, a veces oculta por el común afán de considerarlos guardianes entre la vida y la muerte. Con su cinismo habitual “El gordo” pregunta a Roy –después de decir que los médicos no son diferentes del común de los mortales. Sólo fingen serlo para hacerse los importantes- que “la mayor fuente de enfermedades en este mundo es la enfermedad del propio médico: su compulsión de tratar de curar y su equivocada creencia de que puede hacerlo. No es tan fácil no hacer nada, ahora que la sociedad le dice a todo el mundo que su cuerpo está lleno de imperfecciones y a punto de autodestruirse”.
En todo caso, esta novela ya es bastante interesante simplemente por su sexo desenfrenado y su mensaje entre líneas: si el sexo y la muerte son las dos fuerzas más poderosas entonces la segunda es la mejor manera de afrontar a la segunda, y un hospital el sitio en donde ambas líneas llegan a cruzarse. Y si no, que le pregunten a Roy Basch y a su diario coqueteo con ambas en su forma más pura y más directa.