domingo, 30 de diciembre de 2007

El lector recorre las islas/1


El Caribe y sus grandes libros.

¿Cómo una región del mundo que aparentemente ha tenido poco tiempo para desarrollarse presenta tanta riqueza cultural, no sólo en letras sino en todas sus expresiones artísticas? Como explican Ana Margarita Mateo y Luis Álvarez en su libro El caribe en su discurso literario, la respuesta podría estar en la geometría no euclidiana de los fractales, expuesta por el matemático Benoit Mandelbrot. El Caribe es un objeto fractal en la medida en que, a pesar de la diversidad, puede estudiarse como una unidad en la que cada componente contiene una imagen del todo.
Dice el libro:

“La literatura del Caribe, desde sus orígenes, ha venido proyectándose en una dirección creciente. Desde los últimos decenios del siglo XX los bullentes procesos germinativos, manifestados ya en el siglo XlX, se manifiestan con madurez en una serie de aspectos de interés fundamental, no ya para definir o comprender la cultura del Caribe, sino para alcanzar una visión integradora de la literatura de América Latina en su conjunto. No sólo han sido trascendidos los cepos modeladores que, desde Europa, ejercieron un influjo limitante en nuestro desarrollo, sino que las letras del Caribe han alcanzado a configurar modelos propios”[1]

Los jacobinos negros, de C. L. R. James, escritor nacido en Trinidad, es una apasionante y estremecedora crónica sobre la primera gran rebelión de esclavos en el Caribe. Relación novelada de las terribles condiciones en que vivían los esclavos traídos del Golfo de Guinea en barcos negreros, en donde la vida era eran lo más parecido al infierno que la mente humana pueda concebir. También es la odisea de un hombre que estaba destinado a grandes hazañas a primera vista irreales, que lo convierten en el adalid del primer país independiente de Latinoamérica: Haití. Eventualmente la historia de Toussaint L Ouverture es usada por Alejo Carpentier en El reino de este mundo, donde el término realismo mágico adquirió carta de naturalización. La descripción que hace James de los esclavos capturados, sin embargo, rebasa cualquier ficción y nos presenta la realidad en toda su crudeza.

“Los esclavos eran capturados en el interior, atados los unos a los otros en columnas, cargados con pesadas piedras de 18 o 20 kilos para evitar tentativas de fuga y a continuación obligados a emprender el largo camino hasta el mar, centenares de kilómetros en ocasiones, los enfermos y los débiles desplomándose para morir en la selva africana (...). Al llegar a los puertos de embarque se los encerraba en empalizadas para ser inspeccionados por los tratantes de esclavos (...). Dentro de los barcos, se comprimía a los esclavos en galerías escalonadas las unas sobre las otras. A cada uno le era concedido un espacio de apenas un metro y medio de largo por un metro de alto, de manera que no pudieran ni estirarse ni sentarse erguidos (...). La estrecha proximidad de tantos cuerpos desnudos, la carne amoratada y ulcerada, el aire fétido, la disentería reinante, la basura acumulada, convertía estas guaridas en un infierno”.

Difícil imaginar tanta miseria, y eso es sólo el principio. Cuando bajaban a sus lugares del destino “la mercancía” (pues para la mayoría de los comerciantes y propietarios no pasaban de eso) era revisada minuciosamente por los compradores; luego les escupían a la cara a los negros y, convertidos en propiedad de su nuevo amo, eran marcados con hierros candentes en ambos lados del pecho.
En las plantaciones de azúcar los esclavos trabajaban desde el alba hasta el anochecer, con un breve descanso. Si mostraban fatiga eran golpeados por los látigos de los capataces. Vivían en cabañas sin luz ni ventilación y comían lo poco que les daban sus amos, además de plantar sus propias cosechas para comprar ron o tabaco. Además, los castigos eran muy duros: latigazos, mutilaciones, hierros en las manos y en los pies, etc.
Irónicamente, en una región del mundo casi al margen de las zonas de influencia se ha desarrollado una cultura que no es posible observar sólo en su profundidad histórica. De ser así, nos encontraríamos con nativos exterminados en pocos decenios, como expone Fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. De todo ello sólo quedan algunas palabras usuales, (como Caribe, que viene de caníbal. O Antillas, de lentejas) en nuestro vocabulario y huellas de la destrucción provocada por los europeos en algunos ensayos y novelas, como En busca de Eldorado. Crónica novelada de V. S. Naipaul en donde se expone el encuentro de algunos documentos que detallan la manera en que Trinidad se convirtió en una isla primero de negros llevados a la fuerza de su tierra, y después en un lugar donde exiliados hindúes trabajaban con la caña de azúcar. Indignado ante lo que para él es una isla pobre y sin cultura, Naipaul se convirtió en un perpetuo exiliado que ha recorrido el mundo buscando la síntesis de lo colonial desde en las pequeñas calles de Trinidad, como en Miguel Street, o en los países de África, en donde el gobierno del dictador en turno es pretexto para describir, con gran realismo y no poco pesimismo, la situación de un país africano recién independizado (Un recodo en el río), sin olvidar la India de sus antepasados, descrita con maestría en India, una civilización perdida.
Pero la novela en donde la oscura visión de Sir Vidia –como le llamaba su amigo Paul Theroux, (a quien un buen día abandonó en África, con lo que Theroux escribió Sir Vidia s Shadow, en donde narra su tormentosa amistad con Naipaul) se refleja con mayor crudeza es Una casa para Mr. Biswas. Un periodista venido a menos e inconforme con el sistema en que le ha tocado vivir logra comprar una casa pocos meses antes de su muerte. Así empieza el primer capítulo. El resto es la crónica de quien toda su vida intenta escapar a las rígidas costumbres y a la pedestre visión de la familia de su esposa. Hindúes exiliados que han transportado íntegras sus costumbres a Trinidad. El corrosivo humor de Naipaul se incrusta en cada frase, y a través de los ojos de Mr. Biswas nos damos cuenta de su enorme desencanto y a sus casi absurdos intentos por liberarse del lugar en que se encuentra atrapado. Como refugio sueña con esa casa que podrá comprarse cuando al fin consiga su libertad.
La moderna Odisea no se desarrolla en las lejanas islas de Grecia, sino en esa pequeña región de América a la que a veces se niega su lugar dentro del ámbito latinoamericano. En una extensión te tierras relativamente pequeña y con pocos años de historia como naciones ha surgido una literatura que ha rebasado las expectativas y que parece haberse desarrollado con gran rapidez. No es extraño que el premio Nobel haya recaído tres veces en escritores caribeños: Sainth John Perse, Derek Walcott y V. S. Naipaul son sólo los icebergs visibles de una cultura en ebullición. Tras ellos una pléyade de escritores y artistas han desarrollado una obra de gran profundidad, con un lenguaje que se nutre de todos los dialectos y lenguajes. Así Texaco, de Patrick Chamoiseau, muestra cómo el habla popular y la lengua literaria no son incompatibles entre sí. Al contrario. Juntos forman una polifonía de gran belleza que se va creando desde las confesiones de la vida de Marie Sophie Laborieux. A través de su historia se va tejiendo la de su país: Martinica, en cuatro diferentes épocas que se señalan, precisamente, con los materiales con que se hicieron las casas. Tiempo de paja, tiempo de barro y tiempo de hormigón. El nombre de la novela es al mismo tiempo el de la compañía norteamericana en donde los habitantes de la ciudad, orillados por la miseria, fabrican sus hogares. Al final su determinación puede más que los intentos de correrlos del dueño de los terrenos. Pero antes tenemos la historia entera de Martinica. Cómo los negros lograron su independencia de los bekes después de muchos sufrimientos, la destrucción de la primera capital por el volcán Santa Helena, la llegada de las compañías transnacionales con la avanzada de un nuevo Cristo que sólo al entrar recibe una pedrada, la vista a lo lejos del anciano alcalde Aime Cesaire y sobre todo la voz incansable de Marie Sophie Laborieux aleteando sobre todo eso eso:

“En la orilla de los ríos, la arena del volcán ya es arena buena. Pero la arena de la orilla del mar está llena de sal y de hierro. Así pues, yo la dejaba a merced de las lluvias hasta que tomase buen color”.

En una visión diametralmente opuesta tenemos a Jean Rhis y su Ancho mar de los Sargazos. En esta novela la visión no es de los negros siendo maltratados y humillados por los blancos, sino que una familia venida a menos que antaño poseyera grandes extensiones de tierra labradas por manos esclavas. Cuando la esclavitud llega a su fin se ven en aprietos y los esclavos toman venganza, expulsando de sus tierras a los antiguos propietarios. A la postre, como en la novela Jane Eyre en que está basada, la hija se vuelve loca y comienza a tener extrañas alucinaciones, en parte provocadas por los ritos vudus. Lo irónico es que termina sus días en una torre en Inglaterra, igual que la protagonista de la obra capital de Charlote Bronte. La novela está cargada de lirismo y nos muestra una imagen poco usual en la literatura caribeña. La de los antiguos plantadores o Bekes, como eran llamados por los esclavos.

[1] Mateo, Ana Margarita y Álvarez Luis, El caribe en su discurso literario, p. 16.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Zaid no existe


Se revela misterio de conocido escritor nunca visto en público

Por fin se descubrió la verdad acerca de Gabriel Zaid, el escritor de Monterrey que nunca había querido mostrarse en público y cuyos libros y artículos han sido una útil guía política e intelectual para más de una generación de mexicanos cultos. Zaid no existe, reveló ayer Andrés Allende, uno de los involucrados en el proyecto y quien, harto de ser ninguneado por sus compañeros, decidió confesar el engaño de una vez por todas: “Todo empezó con una idea de nuestro mentor Aurelio Guerra”, dijo en entrevista exclusiva para este periódico. “Cuando regresó de la embajada que ocupaba en la India nos sugirió, a mí y a mis compañeros de bando –el crítico literario Winston Pérez Smith, el historiador y director de la revista Grafías neoliberales Ernesto Kaufman, dos jóvenes poetas que se integraron después (Julio Trejo y Luis Amor), el muy humilde narrador y ensayista Roberto Ruiz Sancho y varios otros personajes que por el momento no han sido revelados– que inventásemos un escritor que fuera todo lo contrario a nosotros. Un lúcido crítico de nuestro medio literario, del sistema político y de las instituciones, y que además se metiera con el monopolio cultural creado por don Aurelio Guerra sin que las discusiones pasaran a algo más delicado o dieran una vuelta de más en terrenos que no les correspondía.
La farsa resultó en varios libros y casi un centenar de artículos sobre todos los temas posibles y todas nuestras estupideces imaginables. El escritor Gabriel Zaid –cuyo nombre, según Allende, fue inventado con ayuda de una sesión espiritista en la que Jorge Cuesta se apareció a los asistentes para dictarles el nombre– surgió en el panorama de nuestras letras para guiarlas por el camino del sentido común y darles una tunda cuando se pasaban de malcriadas. El único inconveniente era el hecho de que tendría que presentarse en público. Pero como los escritores suelen ser excéntricos, Zaid tenía, como Alfonso Reyes –de quien se tomó el supuesto lugar de origen de Zaid, Monterrey–su torre de marfil inaccesible. Al mismo tiempo, como J. D. Salinger o Thomas Pinchon, padece alergia a la fama y no se ha dejado fotografiar nunca. De esa manera, como es explicable, no existe ninguna foto y nadie lo ha visto, aunque muchos intelectuales hayan presumido haber comido con él o mantenido una ilustrísima charla. Un ejemplo es Silvia Martina Rivas, quien afirmó haber estrechado su mano y comido en su casa: “Era un hombre muy atractivo, un poco parecido a Mauricio Garcés, con canas en las sienes y una gran personalidad. Incluso pasó algo más y, honestamente, nunca imaginé que la inteligencia y la energía sexual exacerbada pudieran convivir en un mismo hombre. He visto a las mejores mentes de mi generación siendo víctimas de la impotencia”.
Ante el escándalo que se ha suscitado, Winston Pérez Smith, Ernesto Kaufman, Roberto Ruiz Sancho, Julio Trejo y Luis Amor han preferido guardar silencio y se rumora que, avergonzados, han dejado el país en bicicletas, aviones trimotores u ómnibus de poesía mexicana mientras Allende, tras el fin de esta locura, no se resigna a que Zaid deje de existir. “Es uno de mis personajes favoritos junto con Hans Castorp, Stephen Dedalus y Falstaf. Representa una evolución en mi vida intelectual. He aprendido mucho durante la redacción de sus libros. Uno de ellos, De los libros al poder, fue escrito casi en su totalidad por un servidor. Cuando terminé, durante un mes de febril redacción, fui al espejo para tratar de despojarme de su espíritu. ¿Soy Andrés Allende o soy Gabriel Zaid? Me mojé la cara con agua y por fin recuperé mi verdadera identidad, pero algunos de los rasgos de nuestro personaje han quedado tan entrelazados en mí que en más de una ocasión me ha ocurrido, cuando me preguntan mi nombre, responder soy Gabriel Zaid. ¿Con quién tengo el gusto?
Ante esta situación hemos decidido sugerir a nuestros lectores que no se dejen engañar por los intelectuales o por personajes ilustres que no puedan tocar con sus propias manos. Siempre es útil cerciorarse de que una idea valiosa ha emergido de un cerebro real. Casos se han dado en la historia de obras que no han sido escritas por quien lo firma, o de poetas que son muchos personajes (así tenemos el caso de Ricardo Reis, que usaba un heterónimo, Fernando Pessoa, para firmar algunos de sus poemas). Mientras tanto seguiremos investigando estas farsas de la cultura. Estamos investigando el caso de un poeta que sirvió para que otros poetas sabotearan a un poeta en la ciudad de Puebla. Tenemos localizados sus nombres. El poeta afectado se llama Julian. Los poetas afectadores se dieron a la fuga y sólo dejaron algunos malos versos.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Evocaciones requeridas sobre Revueltas 1


A Frank Loveland Smith

Alguien que admiraba a Revueltas me aconsejó leer sus obras completas; estudiarlo a fondo. Tarea que hasta la fecha no he completado. Si yo hubiera pertenecido al partido comunista me habrían expulsado en menos de lo que un buen militante dice “Vivan Stalin”, Marx y Mao”. He leído algunas de sus novelas, cuentos y ensayos. Y también la biografía de Álvaro Ruiz Abreu: Los muros de la utopía. Para casos prácticos, sin embargo, muchos de los aspectos de su obra y su vida siguen siendo, para mí, un misterio.
Edith Negrín sugiere que la figura de Revueltas es ya un símbolo. Descendiente de mineros y comerciantes. Nacido en 1914 en Durango; desde adolescente militante comunista; luchador incansable, visionario, intelectual proteico y escritor visionario. Es difícil separar su obra literaria de su obra teórica y política como, al salir sus obras completas, dijo Evodio Escalante.
Hace poco asistí a la presentación del libro de Frank Loveland Smith: Visibilidad y discurso. La tesis que guía el libro es que hay un conjunto de guiños subconscientes incluso en los pasajes más cercanos al realismo socialista en las novelas de Revueltas. Para demostrarlo, Loveland se adentra en ellas y analiza algunos de sus pasajes más significativos. Aunque deja un poico de lado la primera, Los muros de agua, más claramente apegada a la estética del realismo socialista. Loveland expone que, en primer lugar, se idealiza la subjetividad de Revueltas, atribuyéndole una integridad existencial de la que los demás carecemos. Esto lleva a descalificar un campo de posibles análisis críticos y también se dan limitaciones en la, en ocasiones, muy lúcida crítica de izquierda,
La cuestión con Revueltas es que escribió textos teóricos sobre su creación en los que sugiere, constantemente, que “la realidad necesariamente debe ser ordenada, armonizada dentro de una composición sometida a determinados requisitos. Pero estos requisitos tampoco son arbitrarios; existen fuera de nosotros; son, digámoslo así, el modo que tiene la realidad de dejarse que la seleccionemos”. Es en este modo, sugiere Frank Loveland, donde en los textos de Revueltas ocurre “una creciente tensión entre el nivel discursivo ético-cognositivo que la teoría exige al texto, y un nivel figurativo que resiste crecientemente su incorporación a dicho discurso”.
Revueltas utilizó más bien lo que llamó realismo-materialismo dialéctico y que, en esencia, es la dialéctica negativa de T. Adorno. O para decirlo con una expresión de Evodio Escalante, una literatura del “lado moridor”. Dice Loveland Smith:

“Los textos de Revueltas se tensan entre la necesidad de una mayor lucidez para decir la verdad de lo visible, y la también creciente problematización del sujeto de la enunciación, sobre todo cuando pretende producir un discurso de la Verdad”.

Revueltas (sugiere Leopoldo Zea) era un escritor endemoniado que, al mismo tiempo que comunista maldito y con la intrínseca arrogancia de quien sabe leer mundo y verdad histórica, sentía la convicción de la “inutilidad de la vida”. ¿Cómo entrar en sus textos sin traicionar su doble vertiente de su obra? Smith sugiere que el drama en la escritura de Revueltas se da en la voz narrativa y, en última instancia, en la conciencia organizativa del autor que se da en las novelas.
La ruptura entre lo visible y lo decible que constantemente aparece en las novelas de Revueltas tiene ciertas similitudes con las ideas de Michael Foucault sobre la heterogeneidad entre las palabras y las cosas. Y con la revisión que de éste hace Gilles Deleuze:

“Los estratos históricos que permitirían a Revueltas articular lo visible y lo decible, muy en particular el estrato marxista, enfrentan la oscuridad obsesiva a que la “dialéctica negativa” parece dar lugar, haciendo evidente las fisuras que recorren al productor”.

Así, concluye Loveland Smith en su introducción, los textos de Revueltas son una muestra de la noción de Foucault de que el saber y la verdad precisan un campó de poder que los determine. Con cada nueva forma de estrategia histórico-materialista Revueltas parece descubrir su complicidad con alguna estrategia de poder.
El recorrido del estudio de Loveland Smith empieza con un breve comentario a Los muros de agua, la primera novela de Revueltas. En la descripción mental que hace Revueltas de Prudencio parece describir lo que ocurre en su propia subjetividad:

“Cuando ya estaban las ideas a punto de formar un postulado lógico, irrumpía el absurdo, de pronto, desorganizando el sistema. Dentro del cerebro de Prudencio habíase entablado una feroz lucha por la razón. Parecía ésta una entidad independiente a los vehículos físicos, que al pugnar por su acomodo se encontrara un vaso deforme que la hería con indebidos ángulos e inhabituales esquinas. La mente afirmaba algo, pero de súbito una carcajada, una voz distinta, una cosa siniestra e interior, rompía la afirmación transformándola en materias sin consecuencias, fuera de la causalidad y la lógica”.

En la segunda parte de esta reseña veremos el recorrido de Loveland Smith por las otras novelas de Revueltas. Empezando con El luto humano, siguiendo con Los días terrenales y Los errores y culminando con el resultado de haber atravesado la problemática existente en las otras novelas.

domingo, 28 de octubre de 2007

La antología definitiva


Recuerdo que sentí un temor reverencial cuando vi estos dos gruesos tomos blancos, editados por el Fondo de Cultura Económica, en la biblioteca central de la Universidad Veracruzana. En un principio tuve cierta renuencia a indagar en ellos. “El mapa no es el territorio”, me decía a mí mismo. Sin embargo, la curiosidad pudo más y decidí echar un vistazo a los libros. En realidad terminé sacándolos de la biblioteca. Pero no leí los textos. En ese momento me atrajo más la arquitectura de la antología. Cinco libros que contenían a su vez varias secciones. Era como si el caótico universo literario desperdigado en bibliotecas y manuales, y que en vano había tratado de ordenar mentalmente, tomara una prístina forma difícilmente superable.
El plan parecía arriesgado, inmenso, desalentador, monumental y azaroso, más todos los adjetivos que se quiera agregar. Sin embargo, el empeño de Christopher Dominguez-Michel (quien ha demostrado no temer a los proyectos titánicos, y su Vida de Fray Servando es una muestra), logró dar forma, en dos tomos, a un completo panorama de la Narrativa mexicana del siglo XX. Estos volúmenes contienen la esencia de todo lo que en prosa se ha escrito en México durante el siglo pasado y es, además, un viaje cronológico que abarca el siglo y todas las vertientes narrativas que lo acompañaron. Por supuesto, para ayudarlo a sortear mejor los complicados territorios de la narrativa, el crítico dividió en varios libros el recorrido. Y agregó notas introductorias de gran valor informativo y referencial.
El primer libro, “La guerra y la paz”, abarcaba la narrativa de la revolución mexicana tanto en sus épica mayor (Vasconcelos, Azuela, Martín Luis Guzmán), como en su “épica menor” (Urquizo, Campobello), así como en sus antecedentes, reunidos en El salón y sus celdas (destaca Federico Gamboa, el autor de Santa) y la época posterior (la novela cristera, indigenista o proletaria). El libro segundo titulado “El licor del estilo” reúne a los ateneístas (“La cena”, de Reyes), los colonialistas (Artemio del Valle Arizpe), los contemporáneos y sus “novelas como nube” (“Margarita de Niebla”, de Torres Bodet) y a una variedad inclasificable (Efrén Hernández, Ortiz de Montellano o Carlos Noriega Hope)
El libro tercero, Contemporáneos de todos los hombres, marca el cénit de la narrativa mexicana. Ahí están los padres fundadores (Paz, Arreola, Benítez, Yáñez, Revueltas y Rulfo), así como a maestros que disolvieron la utopía (Castellanos, Galindo, Tario), y los que exploraron la ciudad moderna (Valadés, Spota, Rafael Bernal).
Los libros cuarto y quinto son los más amplios y abarcan el segundo tomo. El cuarto se titula “La modernidad suspendida” e incluye un capítulo entero sobre Fuentes, otro dedicado a “inventores de creaturas” (Arredondo, Monterroso, García Ponce) y a fabuladores del tiempo (Pacheco, Ibargüengoitia, Pitol). El Libro de las obsesiones, con narradores del cuerpo como Aguilar Camín, Agustín Ramos o José María Pérez Gay. Pasiones y humores, donde están Del Paso, Villoro, Aguilar Mora, Da Jandra. Ciudad tan oscura (Ramírez Heredia, Armando Ramírez, Guillermo Samperio) o Tierra baldía (Hernán Lara Zavala, Sada, Morales Bermúdez). Por último hay un capítulo compuesto por tres partes: La comedia imaginaria. En el Paraíso caben Jordi García Bergua, Hiriart, o Francisco Hinojosa. En el Purgatorio Aridjis, o Rossi y en el Infierno Ruy Sánchez, Emiliano González o Samuel Walter Medina. A grandes rasgos esa es la estructura.
En una entrevista publicada en el primer número de Letras libres, Domínguez Michael exponía sus puntos de vista sobre la narrativa mexicana. “No creo –y no suena bien que lo diga un antólogo de la narrativa mexicana- que la novela sea la más poderosa de nuestras expresiones literarias. Es una insuficiencia común a toda la lengua española. En esta centuria, Gracias a Rulfo, Lezama Lima, Carpentier y García Márquez, América Latina logró una narrativa de primer orden, e incluso canónica durante buena parte de la segunda mitad del siglo. Un Salman Rusdhie, por ejemplo, no es una lectura interesante para quien se crió con Cien años de soledad, como hace cien años Federico Gamboa no pasaba de ser un buen epígono de Zola. Este siglo nos convirtió en camaradas y maestros de otras narrativas, pero no tenemos, cada año, la fertilidad de narrativas fundacionales como la inglesa, que al ser absorbida por su periferia –los japoneses angloparlantes, los hongkoneses, los angloindios- logró renovarse. No tenemos un Lawrence Norfolk, que nació en 1961 y desde la primera línea nos hace saber que es hijo de la patria de los Brontë y de Dickens”.
Me quedó muy grabada su referencia a Lawrence Norfolk. Leí El diccionario de Lempriere y El rinoceronte del papa, sus dos primeras novelas (hay una tercera, En figura de jabalí, publicada también por Anagrama). La primera me impresionó sobre todo por la juventud del autor (la foto mostraba a un despreocupado inglés, a lo mucho habiendo terminad la universidad) y por la potencia verbal, descriptiva, así como la erudición que desbordaba incluso los límites de la novela. En figura de jabalí me dejó completamente sorprendido. Más allá de su argumento –la idea que tuvieron los portugueses de regalar un rinoceronte al papa para ganar sus favores ante su rival España- la novela es un tour de fource desconcertante y monumental, desde la primera línea hasta el final rabelesiano, casi seiscientas páginas después.
Regresando a la antología, su núcleo está al final del primer libro. En el capítulo titulado “Padres fundadores”. Una cita resume este apartado:

“A la distancia, en las obras de medio siglo parece quedar resuelta la contradicción inevitable que vivió nuestra literatura entre las “obligaciones” que impone la historia y las “evasiones” que santifica el arte. La fundación que fortalecen estos seis autores no sólo es la maestría artística universal, que ya es mucho, ni la puesta al día de las letras con el reloj del siglo, lo cual es inolvidable, sino la conciencia de una literatura en absoluta libertad, que lo es todo” (1005).

Si en Revueltas se da una novela que, nutriéndose de la literatura proletaria y cristera, expone las contradicciones de la vida, Octavio Paz, en sus poemas en prosa, “logra resolver lo que Reyes y Torri no hicieron al desinteresarse de la vanguardia” (1005). Juan Rulfo da una dimensión mítica a la escritura, Fernando Benítez y Agustín Yañez revisan la relación entre historia y novela en sus respectivas (El rey viejo y Al filo del agua) Mientras que Arreola da entrada a temas literarios que se habían olvidado con su prosa magistral.
En una segunda parte veremos la huella que dejaron estos maestros fundadores que, como dice Paz, pretendieron: “Arrancar las máscaras de la fantasía, clavar una pica en el centro sensible: provocar la erupción”:

sábado, 6 de octubre de 2007

Relectura: La orgía perpetua


Mario Vargas Llosa, La orgía perpetua, Flaubert y Madame Bovary, Seix Barral, Seix Barral, México, 1992

¿De qué trata este libro?
Mediados de septiembre de 1849. Flaubert convoca a dos amigos –Maxime Du Camp y Louis Bouillhet- a la lectura de la primera Tentación de San Antonio. Durante largas horas los amigos escuchan leer a Flaubert, quien al terminar les pregunta su opinión. La crítica de los amigos es implacable: “Nuestra opinión es que debes echarlo al fuego y no volver a hablar jamás de eso”. Luego pasean por el jardín y Bouillhet sugiere a Flaubert que escriba un libro basado en la historia de Delaunay. Éste será el origen remoto de Madame Bovary, que se iría imponiendo a su autor sobre otros temas y que comenzó a escribir en la noche del viernes 19 de septiembre de 1851 y terminó el 30 de abril de 1856. El trabajo, en la biblioteca municipal de Rouen, consta de 1) 46 hojas grandes, de Scenarios, el plan de la obra: argumentos, caracteres de los personajes, división en capítulos, etc; (2) 1788 hojas de borradores, escritas por ambas caras y consteladas de anotaciones en los márgenes, de tachaduras y agregados, y (3) 487 hojas, que constituyen el manuscrito definitivo.
La orgía perpetua es una aproximación minuciosa de Mario Vargas Llosa a Madame Bovary al mismo tiempo que una descripción de las circunstancias que rodearon la creación de esta novela. Antes que este libro el narrador peruano había hecho un minucioso estudio sobre su amigo Gabo: Historia de un deicidio. Su idea del autor como un deicida y del mundo ficticio como sustituto del mundo real encuentra aquí un desarrollo más concreto.

¿Cómo está estructurado y por qué?
A diferencia de El idiota de la familia –monstruoso empeño de Sartre semejante a la última novela de Flaubert: Bouvard y Pecouchet. Querer estudiar a fondo todos los factores que confluyen en una vida es similar al intento de abarcar la estupidez humana en su totalidad-, el estudio de Vargas Llosa es erudito y profundo pero nunca tedioso. Su virtud principal quizá sea la estructura. Tres partes que se refieren, cada una, a un aspecto de la crítica literaria. Un conciso prefacio lo explica:

“Hay, de un lado, la impresión que Emma Bovary deja en el lector que por primera (segunda, décima) vez se acerca a ella: la simpatía, la indiferencia, el disgusto. De otro, lo que constituye la novela en sí misma, prescindiendo del efecto de su lectura: la historia que es, las fuentes que aprovecha, la manera como se hace tiempo y lenguaje. Y, finalmente, lo que en la novela significa, no en relación a quienes la leen ni como objeto soberano, sino desde el punto de vista de las novelas que se escribieron antes o después”.

La primera es una forma clásica o “impresionista” (según sus detractores). La segunda es objetiva y puede variar de acuerdo con el crítico (psicoanálisis, estilística, estructuralismo, etc). La tercera se relaciona con la historia de la literatura.

¿Qué se expone en la primera parte?
La primera parte es la historia de “una pasión no correspondida” entre Mario Vargas Llosa y Madame Bovary. El novelista peruano confiesa que este libro cambió su vida y lo volvió un admirador de Flaubert. Leyó todas sus obras, pero su máxima admiración seguía siendo Madame Bovary. ¿Por qué? El novelista peruano indaga en los motivos por los que este libro se convirtió en parte de su vida., desde que lo leyó por primera vez en París hasta su profunda indagación en todo lo que tuviera que ver con Madame Bovary. Como Vargas Llosa , Emma está insatisfecha con el mundo mezquino y estúpido en que le tocó vivir. Desea algo más. Algo que su estólido marido y los habitantes de Yonville, simples y cerrados, no pueden proporcionarle. Además hay un interés por el melodrama y, también, por el erotismo que subyace en la novela. Por ejemplo, la obsesión por los pies, que aparece en numerosas ocasiones a lo largo de la narración. Tantos elementos llamaron la atención de Vargas Llosa que inició la lectura de la correspondencia de Flaubert. Así lo expone:

“Quienes las hayan leído, encontrarán extraño que llame estimulantes unas cartas en las que reina el pesimismo más sombrío y chisporrotean las maldiciones contra el hombre en general y contra muchos hombres particulares y donde la humanidad parece, con unas pocas excepciones (casi todas escritores), una masa canalla y grotesca. Pero al mismo tiempo (…) muestran mejor que nada la humanidad de su genio, cómo su talento fue na lenta conquista, cómo, en la tarea de la creación, el hombre está enteramente librado a sí mismo”.

Otro aspecto importante de esta primera parte es que Vargas Llosa se empeña en defender a Flaubert ante cualquier calumnia crítica. Estas se dieron en diversas épocas, tanto en la del autor como en tiempos posteriores. Una de ellas durante la época del Nouveau roman, cuando Nathalie Sarraute sugirió que Madame Bovary era una novela que trataba de nada. Vargas Llosa, escarbando en la Correspondencia, demuestra que Flaubert daba importancia semejante tanto al fondo como a la forma.

¿La segunda parte es, entonces, un estudio objetivo?
En efecto. Está subdividida en dos secciones. La primera es una minuciosa investigación, en forma de preguntas, de cada una de las circunstancias, motivaciones, contactos, y sobre todo el método de trabajo que rodearon la concepción de esta obra maestra. El décimo fragmento pregunta: ¿Cuál era el método de trabajo de Flaubert? Se levantaba al mediodía, desayunaba y daba una hora de clases a su sobrina. A las dos se encerraba en su habitación, con una terraza que daba al Sena.
El autor estudia, después de las circunstancias, el “elemento añadido”, o los elementos que una novela utiliza para diferenciarse de la realidad, de la cual toma prestados algunos elementos. El estilo es muy importante y hay, en primera instancia, una “humanización de las cosas”. Como ejemplo, cuando Emma y su amante están en Rouen el carruaje parece adquirir vida propia mientras sus ocupantes realizan algo adentro, que es sólo sugerido.
El tiempo es otro elemento importante. Hay, en realidad, cuatro tiempos distintos, cada uno con su respectiva conjugación verbal: un tiempo único y singular, que se manifiesta, por ejemplo, en los párrafos primero y último. Es el de la acción y el movimiento y el narrador usa el presente indefinido. Otro es el tiempo circular o de repetición, intercalado con el anterior. En él, el narrador cuenta sucesos que ocurren con reincidencia. Por ejemplo, los tres días de amor que pasan Emma y su amante Leon en Rouen:

“Ella se inclinaba sobre él y murmuraba como sofocada de embriaguez:
-iOh!, ¡no te muevas!, ¡no hables!, ¡mírame! ¡De tus ojos sale algo tan dulce, que me hace tanto bien!
Le llamaba niño:
-Niño, ¿me quieres?”

Hay otro tiempo que es inmóvil. Está más cerca de la descripción que de la acción. La forma verbal es dl imperfecto. “La realidad ficticia mostrada en este plano es exterioridad, forma, perspectiva, textura, color; una presencia plástica, un cuerpo que sólo existe para ser contemplado”.
Por último está el narrador, que controla todos los detalles y aspectos de la obra. Se trata de uno que va cambiando conforme la situación lo exige. Así, la novela empieza en primera persona del plural. Sigue con un narrador omnisciente y aparece, de vez en cuando, uno que se acerca tanto al personaje en su pensamiento que se confunde con él. Se trata del inicio del estilo indirecto libre, que después se convertirá, en Faulkner y Joyce, en el monólogo interior.

¿Es Madame Bovary la primera novela moderna?
Por muchas razones, Madame Bovary puede ser llamada la primera novela moderna. La presencia del antihéroe y el universo del hombre sin atributos, como le llamará más tarde Musil. Caben también la mediocridad y lo anodino de la vida cotidiana sin que, a diferencia de la novela romántica, lo monstruoso y lo sublime se contrapongan. También inicio el monólogo interior con su técnica del “estilo indirecto libre”, así como al narrador impasible que sólo cuenta lo que ve sin involucrarse en la narración. Otro aspecto que se estudia es el contraste entre Flaubert y Brecht. Ambos teóricos de su obra y contrastantes en cuanto a su postura. Mientras Flaubert era un misántropo que detestaba a la humanidad, Brecht tenía una profunda convicción humanista e ideas muy claras de cómo debía ser la literatura para “enseñar” al hombre el camino correcto.
Este pequeño libro es, sin duda, una joya crítica que hace honor a sus dos protagonistas: Gustave Flaubert, el objeto de análisis, y Mario Vargas Llosa, el lúcido discípulo y al más activo autor del boom. Aunque también es un homenaje a Emma Bovary, uno de los personaje más memorables en la historia de la novela.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Fruta verde


Enrique Serna, Fruta verde, Planeta, México, 2006, 310 pp.

Fruta verde, bolero de Luis Alcaraz, es la música de fondo en cada página de la última novela de Enrique Serna. Es la canción que Mauro utiliza para hacer caer las últimas defensas de Germán, después de que todos los medios para seducirlo han fallado. Y es que el bolero, género romántico por antonomasia, puede vencer todas las barreras, incluida la que separa lo “aceptado” de lo “prohibido”, quizá el tema principal de esta novela. Los personajes se hallan constantemente al filo de la navaja, con un pie dentro de sus valores y convicciones y las acechanzas del deseo. La misma letra del bolero parece exponer este punto de no retorno en el que, una vez probada esa “fruta verde”, ya no hay vuelta atrás:

“Sabor de fruta verde
De fruta que se muerde
Y deja un agridulce de perversidad
Boca de manzana, boquita que reza,
Pero que si besa
Se vuelve mala mala…”

Aquí tenemos el Serna más irónico, pero al mismo tiempo más introspectivo. Después de sus novelas históricas ubicadas en el siglo diecinueve y en la colonia regresó a temas que le son familiares: el “amable” mundo literario de El miedo a los animales, la amarga autoironía de Amores de segunda mano o el ojo crítico a la monjigatería y la represión sexual de El orgasmógrafo. se combinan para tejer una telaraña alrededor de tres personajes que, sin darse cuentas, ven cómo todo aquello de lo que estaban seguros se va desmoronando ante las trampas que el deseo les pone a cada paso. En el transcurso hay de todo: cursilería, amores de juventud frustrados, hipocresía, erotismo, seducción. En pocas palabras, un bolero a tres voces, de trescientas páginas y al ritmo de una sintaxis ligera y musical.
La novela está formada por veinte capítulos y una “ofrenda” o coda, escrita por Germán muchos años después de los acontecimientos que constituyen el núcleo de la narración. El narrador es un maestro de ceremonias que apenas se hace notar, dirigiendo las tres voces y describiendo brevemente los escenarios en donde transcurre la narración (el principal, la casa donde viven Paula y sus hijos, en la calle Bartolache, en el D.F. Ahí a Germán le ha ocurrido “lo mejor y lo peor de su vida”). Como si debiera expiar sus culpas, cada personaje tiene su “confesionario” en donde expone frustraciones, deseos e insatisfacciones. Paula habla ante el retrato de Manuela, su madre de España, y muestra su alternancia interna entre la absurda fidelidad a una rígida moral de la que ni siquiera conoce el origen y una profunda insatisfacción por no disfrutar de los placeres de la carne. A la mujer por la que su esposo la dejó la llama “chupapitos”, pero se indigna cuando su segundo hijo le sugiere que debió haberle chupado el pito si quería conservarlo. Maura es un personaje muy complejo, dividida entre su reprimida y un rígido deber ser. Como expone el epígrafe de Jaime Sabines con que inicia la novela: “Todas las madres son criaturas de nuestros sueños”. Ama a Germán pero no soporta que madure.
Su mayor prueba ocurre cuando Pavel, amigo de su hijo, valiéndose de tretas diversas (un conejito, la novela de Vargas Llosa La tía julia y el escribidor) intenta seducirla. Ella argumenta la diferencia de edad, pero lo besa en la cocina de su casa, durante una de las concurridas fiestas que organiza cada sábado (clara reminiscencia a “La última visita”, cuento publicado en Amores de segunda mano y dedicado a Carlos Olmos y amigo de Serna, el autor de Cuna de lobos. ¿Algún parecido con Mauro?). Pero las cadenas mentales son fuertes y Paula no consigue romperlas. En cambio se indigna antes las “faltas a la moral” que los otros comenten: Kimberly, una muchacha de Seattle que tiene relaciones con un amigo de su hijo; o su primo de España, acostumbrado a dormir con su esposa y una sobrina adoptiva. También comenzará a tener discusiones con Germán, su hijo mayor, quien está descubriendo el mundo exterior y ya no está dispuesto a acatar ciegamente sus disposiciones.
Germán también tiene su confesionario. La novela misma, como se verá al final, cuando expone sus dificultades para relacionar su relación con Mauro y la vida de su madre, pues se ha enterado muy tarde de la relación entre ésta y Pavel. Pero es en las páginas de su diario donde desnuda su intimidad con un detalle y desenfado que recuerdan a Alan Hollinghurst, el autor de novelas de iniciación homosexual como La estrella de la guarda o La línea de la belleza:

“Yo tengo la culpa de que tú seas mala, boca de chavala que yo enseñé a besar, cantaba Ana María González en la cúspide del frenesí, cuando de pronto Mauro lanzó un sorpresivo asalto a mi verga con una rapidez de cobra. No, por Dios, alcancé a protestar, pero una erección categórica le restó autoridad a mi queja. Caliente y asustado a la vez, intenté una débil y tardía resistencia verbal desmentida por mi quietud. Durante los breves instantes en que Mauro me sacó el pito de la bragueta y se lo metió en la boca, debo haber repetido quince veces la palabra no y ent todo momento mi negativa quería decir sí. Mauro es un mamador excelso, que domina a la perfección el arte de chupar sin morder el glande, y gracias a su destreza bucal la intensidad del placer ahogó mis protestas. Al eyacular no me permitió retirar el pene de su boca y se tragó el semen con avidez, aunque un chisguete blanco demasiado potente quedó embarrado en el brazo del sofá”.

Su dilema es personal y universal al mismo tiempo, puesto que es un joven que, aunque constantemente se diga a sí mismo que ya es adulto, está definiendo muchas cosas aún, entre ellas su sexualidad; situación que Mauro, un dramaturgo tabasqueño venido a menos por las políticas culturales de Margarita López Portillo, aprovecha para seducirlo, valiéndose de sus puntos débiles: el deseo de convertirse en escritor y su avidez hacia todo lo que implique cultura (como las obras de Óscar Wilde); su rebeldía ante los valores burgueses (y por tanto, su aprecio hacia las minorías despreciadas) y su dificultad para relacionarse con las mujeres, que ha comenzado con su decepción por Berenice, la novia que lo dejó por un amigo y que le hace llorar al ver Esplendor en la hierba, de Elia Kazan. Esto lo aprovecha Mauro para acariciarlo, lo cual hace poner furioso a Germán y gritarle “Entiéndelo de una vez. No soy homosexual”. Esta reacción casi hace perder la vida a Mauro, quien en su desesperación por no poder seducir a Germán se lanza a las calles y es linchado brutalmente por unos juniors.
Mauro, al contrario que Germán, tiene mucha experiencia en la vida y en el sexo. Su confesionario es “La chiquis”, director de la agencia de publicidad. Con él habla de cosas superficiales: seducir a “bugas” o heterosexuales, la última aventura con un taxista o los ligues de juventud, pero también de aspectos más profundos, como el deseo de tener una pareja estable. Sin embargo, Mauro contrarresta la frivolidad de su ambiente poniendo a Germán en un altar. Lo desea como una pareja, no como a una aventura. Pero esto le causa serios conflictos. Como dice “Chiquis”, aventureras como ellas no pueden tener estabilidad. Por ello Germán se resigna:

“Necesitaba, quizá, suplir sus carencias en los brazos de un amante sin melindres. Con Germán podría ventilar sueños, compartir pasiones literarias, retroalimentar su creatividad. Para la jodienda más le valía buscarse a otros. Eso significaría tener el alma partida en dos. ¿Pero no había partido también su vocación de escritor? ¿No escribía teatro por necesidad expresiva y televisión para ganar dinero? Pues tampoco en el amor podía aspirar a la plenitud. Ni modo, le había tocado vivir en un país defectuoso, hemipléjico, en donde la gente amaba de perfil, se prostituía a medias, cambiaba de identidad al gusto de su auditorio. Fue a buscar la libreta de teléfonos y marcó el número de Felipe, el sobrecargo.
-Hola, mi cielo. He tenido sueños muy sucios pensando en ti. ¿Tienes algo que hacer mañana en la tarde?”

La narración va, ágilmente, mostrando el aprendizaje de Germán. Del primer capítulo, que muestra a una diligente Paula Recillas mecanografiando un cuento de su hijo, mientras imagina al gran escritor en que se convertirá, hasta las fuertes peleas a causa de los desvelos de Germán, sus amigos, a los que Paula ve con muy malos ojos, sus ideas sociales, sus diferencias sobre la moral y la sexualidad y sobre todo su íntima relación con Mauro, (quien incluso le dedica un libro y le da un sitio de honor en la presentación de su nueva obra de teatro); como en la vida, las aguas parecen volver lentamente a su curso. Pero no de la misma manera. Ellos han cambiado. Se han visto confrontados directamente con la vida y sus contradicciones. La ofrenda es una recapitulación a posteriori, pero ya Germán, Paula y Mauro se ha visto en espejos de cuerpo entero: los mismos seres, pero se han transformado. No se puede decir que el cambio sea bueno o malo. Simplemente son seres con nuevas experiencias. Quizá la mayor virtud de Fruta verde sea mostrarnos el cambio en los personajes de una manera tan natural y en un constante dialogar consigo mismos mientras analizan sus errores: una de las mayores virtudes de la narrativa de Serna.
Fruta verde es una novela provocativa. Lidia con temas difíciles y actuales y sale bien librada. Si en El miedo a los animales el autor ya se había mostrado polémico, con su última novela demuestra que jamás perderá sus mejores cualidades. Ya sea ante la homofobia, la represión sexual o el mundillo cultural, Serna siempre tendrá un as bajo la manga: la ironía despiadada que no deja títere con cabeza. Aunque esta vez unida a un homenaje manifiesto en el último capítulo: Ofrenda a los seres queridos que dejaron una huella imborrable en ¿Germán? ¿Enrique Serna? Aunque las leyes de la narrativa interpongan una barrera entre el autor y sus personajes, queda la pregunta en el aire.

lunes, 27 de agosto de 2007

Como si fuera la primera vez/2

Tenemos entonces al sujeto de prueba que hay que “ver” como por primera vez. Sus características han sido planteadas. El objetivo, ahora, es evitar los peligrosos escollos. En primera instancia, el pasado y las buenas y malas experiencias. En segundo lugar, y eso es muy importante, no caer en los errores ni del machismo ni de la misoginia. Como tercer punto olvidar toda esa tradición trovadoresca que ha hecho de nosotros unos auténticos pelmazos sentimentales, cuya única ocurrencia es llevar flores, copiar apresuradamente poemas (o llevar serenata con canciones llenas de rencor) y embriagarse mientras se recuerda la traición de la susodicha, olvidándonos, claro está, de todas los errores propios y que nadie nos obligó a cometer.
El pasado es un mal consejero. Casi siempre guardamos malos recuerdos. Que tire la primera piedra quien se sienta libre de ellos. Es difícil no experimentar las mismas sensaciones porque nuestro cuerpo está hecho para eso. Pensemos en las células. Esos pequeños responsables de que las cosas marchen correctamente en el negocio. Cuando algo nuevo se acerca, de inmediato hay que relacionarlo con lo ya conocido. Por ello es necesario que en las células haya un proceso químico inmensamente complejo que ayude a la aceptación. De lo contrario se da el rechazo. Pero sin duda, cuando el rechazo se vuelve frecuente, las células comienzan a provocar un alejamiento crónico de aquello que es dañino. El resultado, las cosas no funcionan como es debido porque la información que se transmite de cada organismo celular a otro está completamente corrompida.
Sin embargo, no hay duda que se pierden muchas oportunidades debido a esta “vacuna” errónea. Basta pensar en que existen seres que prefieren la soledad al rechazo para darse cuenta. La elección de la castidad es la peor opción, sobre todo si resulta involuntaria. Idealizar es otra mala idea. Pensemos en lo mucho que pedimos al cielo un ser inteligente, hermoso, cariñoso y sensible, y en las pocas ocasiones en que ese “ángel” es enviado. Detrás puede haber algo tan demoniaco que, en el futuro, rogaremos directamente al infierno que nos envíe a su demonio más afamado.
Por ello, armados de paciencia y sensibilidad, el descubrimiento de aquello que verdaderamente deseamos debe ser algo espontaneo. Hay que olvidar todo lo aprendido y pensar el encuentro como inevitable. Igual que dos cuerpos espaciales en potencial colisión, nuestra naturaleza se orienta a esa búsqueda. Por el simple hecho necesitar el amor tanto como una planta precisa la luz del sol. Es la materia prima que nos permitirá alimentarnos de lo espiritual y proseguir nuestro crecimiento. Por ello, la desesperanza es sólo un obstáculo en la cristalización de aquello cada vez más cercano. Igual que las mareas y los vientos, el ser amado se manifiesta cuando la luna llena aparece en el cielo. Y el hecho de que siga siendo un desconocido es totalmente intrascendente. Amarlo desde cualquier instante, enviar el amor hacia el futuro, es la mejor invitación para que se acerque.
El machismo y la misoginia (o sus contrarios) son también malas opciones al ver algo por primera vez. Considerar inferior a alguien sólo aumenta el enojo. Discriminarlo y detestarlo es aún más nocivo si, a fin de cuentas, dichos sentimientos casi siempre toman lo peor de cada uno y lo aplican a otro ser humano. Misoginia y machismo son proyecciones de seres que, de manera distinta (uno apelando a la ignorancia y la estupidez; el otro al conocimiento y el elitismo), expresan su desencanto y su inseguridad.
La tradición occidental del amor (al menos en su versión más trillada) tampoco es un buen elixir para la existencia, mucho menos cuando nos convertimos en seres manejados por sensaciones banales, más propias de un mono en celo o de un títere que de un ser humano inteligente y sensible. Una flor o un poema pueden ser encantadores si se utilizan con imaginación y originalidad. Pero cuando alguien se vuelve capaz de las mayores estupideces por una idea del “amor” que ni siquiera es auténtica (sino prestada a los medievales, y luego mezclada con una pizca de Platón y un poco de Romeo y Julieta), hay que revisar los esquemas. La libertad y la cercanía, pero sobre todo que algo no duela, son las condiciones mínimas para que el amor fluya. Cuando esto falta, una relación se convierte en un remedo grotesco de felicidad. Por otro lado, jugar al amor puede ser divertido cuando los castillos son construidos en el aire. Pero el resultado será el fracaso, porque aquello que se hace en un sitio tan poco estable caerá tarde o temprano.
Quien es esclavizado por sus deseos se pone las cadenas a sí mismo todas las noches, y la emancipación nunca llegará a menos que abra los ojos. Es más sano reconocer que un paradigma equivocado me ha llevado a los peores fracasos. Ver a alguien como si fuera la primera vez implica, entonces, librarse de los prejuicios por lo menos mientras la visión no desaparezca de nuestra vista. No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos, como dijo un escritor alemán.

martes, 14 de agosto de 2007

De-loused in the comatorium


A la memoria de Ana Olivia

Este es mi décima participación (¿o debo decir debraye?) en este periódico. Un número redondo y me alegro de haber llegado a él. Por tanto cerraré dos ciclos. Como a las series de televisión diré que esta fue una primera temporada columnística y que -como Nip tuck, Heroes, 24, Desesperate housewifes y otras exitosas series gringas- hay que empezar la segunda temporada. El otro ciclo termina este 21 de agosto, pues se cumple un año del día más negro y triste de mi vida. Y no señores y señoras. Ya no quiero, como antes, Pintar todo de negro al ritmo de los Stones. Intento ser más positivo. Pero “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!Golpes como del odio de Dios” (Vallejo dixit). Ella fue muy hondo en las profundidades del océano de la noche y uno de mis propósitos de vida es saber qué encontró ahí. Al menos eso me impide cortarme las venas un día de estos, porque a fin de cuentas siempre habrá algo inesperado a la vuelta de los días (o eso quiero pensar, aunque a veces parezca que la única luz al final del túnel es la de un tren que viene del lado contrario).
Mars volta, el grupo del guitarrista Omar López y el cantante Blixer Zavala, tiene un disco genial: Deloused in the comatorium. King Crimson, Frank Zappa, Rush, Led Zeppelin, Voivod, metidos en una batidora averiada, mezclado con desquiciadas líricas y servidos a punto de hielo. Y suena bien, muy bien después de varias escuchas. Está dedicado a Julio Venegas, un amigo de Omar y Blixer quien, después de una sobredosis, quedó varios días en coma. Hacia el final del disco una canción hace cambio de tono. Se trata de una balada tan absolutamente desgarradora e impactante que uno se pregunta si este grupo fue bendecido directamente por el genio o el espíritu de Julio se metió en el estudio de grabación. Hacia el final de la canción las líricas son algo sublime, entonadas por la voz desgarradora de Blixer y acompañadas por la guitarra mágica de Omar.
Cuando pienso en Ana, mi prima más querida, descubro que el disco podría haber sido hecho para ella. Aunque su agonía fue más rápida, estuvo en un coma que nos mantuvo a quienes la amábamos (muchos le habían hecho daño, como su ex novio Diego, padre del pequeño Guillermo; o Arturo su padre, quien la despreciaba por haber tenido a un hijo tan joven, pero cualquier arrepentimiento era tardío) en un estado de ansiedad indescriptible. Cuando me dijeron que estaba en el hospital por un aneurisma, algo más denso que el miedo invadió mis vísceras. ¿Qué estaba ocurriendo? Algo no marchaba en absoluto. Hacía una semana habíamos hablado con ella por Messenger y yo le había enviado Nautilus, un cuento en que un submarinista se interna en lo profundo de su conciencia como quien lo hace en una gruta submarina. Ella estudiaba biología marina. “¿Te gustan las lampreas?”. Al parecer no conocía a esos pececillos casi transparentes que viven en lo más profundo del océano. Luego hablamos de mi futuro viaje a La paz, Baja California, a donde ella me invitaba a pasar unos días. Me describió lo que haríamos. Ir a la ciudad, un sitio sumamente tranquilo con personas agradables. Nos meteríamos a nadar. Veríamos la salida y la puesta de sol y quizá iríamos a los Cabos.
Nada de eso ocurrirá. Al menos no como lo habíamos pensado. A la semana siguiente tuvo un aneurisma fulminante. Como no soy médico no podría describir con mucha exactitud en qué consiste, pero básicamente es el rompimiento de una vena dentro de la cavidad craneal. Un derrame de sangre que destruye el cerebro y sus células como el ácido los circuitos de una computadora. En los siguientes días las noticias estaban cargadas de incertidumbre y se contradecían. Tuve un poco de respiro y me sentí optimista al creer que, aunque con complicaciones posteriores, Ana seguiría viviendo. Información que el sábado dio un giro. El segundo aneurisma había provocado muerte cerebral. Sólo quedaba esperar a que los órganos vitales se detuvieran lentamente. Y eso podría llevar de 24 a 48 horas.
Yo estaba en Puebla, y la ciudad me pareció más fea y desalmada que nunca. Se me ocurrió que la única opción que tenía era tomar un boleto a San Cristóbal para estar cerca de mi familia. Y lo hice, realizando uno de los viajes más angustiosos que recuerdo en mi vida. A pesar de las pastillas para dormir no conciliaba el sueño. Y cuando llegué la luz del día me pareció una lámpara desnuda sobre el pequeño valle y los rostros sonrientes calaveras que iban y venían en sus ajustados trajes de carne. Mi familia estaba con los ánimos por el suelo y todos contábamos los minutos y las horas. Sólo cabía esperar aunque, muy en el fondo, había esperanza. ¿Era posible un milagro o un suceso inesperado? El precio sin embargo era perecía excesivo. Un coma permanente o, si llegaba a despertar, ceguera, sordera, parálisis. Qué sé yo.
Ese domingo mi manera de enfrentarme a la muerte fue, de manera irónica, en brazos de una viuda (otra canción de Mars volta se llama “The widow”). Pocas veces el acto tomó una dimensión tan trascendente. La trágica y súbita muerte de su esposo, un año antes, se mezclaba con la que yo sufría, provocando algo angustioso y placentero. (el sexo y la muerte: las dos fuerzas más poderosas de las que gobiernan a los seres humanos). Después llegó el fin. El “espacio” virtual de Ana Olivia estaba lleno de fotografías de ella y de quien más amaba. El pequeño Guillermo, su hijo. Había muchas cosas. Desde ranas y peces hasta ella con su hermana Estefanía, pasando por pinturas y pequeños efectos personales. Me pregunté por qué alguien tan lleno de vida y con tanta sensibilidad debía sufrir algo así, tan joven y cuando aún tenía todo por hacer. Las teorías no se hicieron esperar. Ana había tenido un hijo a los dieciséis años y un poco después ya ganaba dinero haciendo planos arquitectónicos. Su vida fue rápida y precoz, e intensas sus diferencias con otros seres humanos. (Entre ellos una bruja llamada Norma, su madrastra. Un ser completamente despreciable y que se encargó de hacerle la vida imposible a Ana con sus reglas estúpidas).
Al enfrentarse con la muerte, el único consuelo es estar en paz con quien ha emprendido el viaje. Ana y yo compartíamos una cualidad esencial. Nos percatábamos de lo absurdo de las reglas sociales y lo banal de los empeños humanos; lo frío de la existencia y lo cruel de las relaciones. Podíamos hablar largo y tendido porque nuestros códigos eran similares. A veces cargados de tristeza y desilusión. En otras ocasiones de esperanza y alegría cotidiana. Pensemos, sobre todo, que una familia es algo que uno no escoge. Ella era uno de los pocos miembros de mis familias con quienes existía una comunicación verdadera. Como con una estrella fugaz, al irse nos hizo pedir un deseo. Yo me propuse que su agonía no fuera en balde. Que me sirviera todos los días para que mi mente fuera un submarino que jamás se cansara de explorar y nunca dejarme vencer por las tormentas y corrientes imprevistas.
De vez en cuando me pregunto qué pasó dentro de su mente en esos terribles instantes. El universo entero debió estar contenido en ese sueño profundo mientras nosotros observábamos. “Televators”, de The Mars Volta, lo expresa mejor. You should have seen The curse that flew right by you. Page of concrete. Stain walks crutch in hobbled sway. Autodafe. A capulary hint of red Everyone knows the last toes are Always the coldest to go. Cuya traducción libre sería: Debiste ver la maldición que volaba a tu lado. Página de concreto. Pasos manchados se incrustan en lúgubres movimientos. Auto de fe. Un escapulario apenas teñido de rojo. Sólo este manópodo, creciente en forma, ha escapado.

La máscara negra


¿Qué es eso, extraño dentro de uno, que a veces hace actuar de una forma errática e imprecisa? ¿Tiene algún nombre? ¿Es posible definir, delimitar, encasillar la sensación de verse en el espejo y no saber, a ciencia cierta, si el rostro que nos observa es congruente con su alma, sus deseos y sus propósitos? Se me ocurre la imagen de una máscara negra. Ahí está con su ausencia de color, ocultando lo real, mostrando una apariencia que bien puede no ser la nuestra, sino la de un ser oculto y temeroso que no se atreve a mostrar su verdadera expresión. Esa máscara puede ser llamada de otra forma. De primera instancia, pienso en uno de los pecados capitales: la vanagloria u orgullo, más conocido en los barrios bajos como vanidad. Santo Tomás fue el primero que intentó delimitar esas sensaciones primarias a las que todos, en algún momento, nos sentimos atraídos. El resto de la famosa familia (avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia, ira) tiene otra manera de dejarse ver en los reflectores. La vanidad, en cambio, parece más tímida. Aunque parezca paradójica, y a diferencia de lo que provoca (una irresistible propensión a mostrar a los otros cualidades y adornos que pueden ser auténticos o tan falsos como la nariz de un payaso), la vanidad suele ocultarse muy adentro, ahí donde guardamos ideas caducas, antiguos rencores y cachivaches como inseguridad, falta de autoestima y frustración. Al mismo tiempo, como una tenia, es insaciable en su búsqueda de estímulos externos. En casos extremos recurrirá al chantaje, la estafa y la mentira para mantener una apariencia deseada y no mostrar lo real, aun cuando todos a nuestro alrededor hayan descubierto que, debajo de esa máscara negra, sólo hay una débil e insustancial criatura asustada.
Dijo Nietzsche que la vanidad es “la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo", y Ernesto Sábato que “es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados”. Juntas, estas frases nos dan un retrato sesgado de esta máscara negra. La primera expone falta de madurez e inteligencia en quien, mostrando algo que no es o que no tiene, pretende no sólo estar al mismo nivel de quienes por diversas circunstancias han conseguido llegar a un punto en que cualquier vanagloria sale sobrando, sino tener los mismos privilegios. Es ahí donde el resto de la familia interviene. La pereza nos hace ver los privilegios, pero no el largo y sinuoso camino que hay que recorrer para merecerlos. La envidia, desear lo que otros tienen y creer que basta con comportarse de la misma forma para poseer las mismas satisfacciones. La gula el ansia de obtener más, aunque al hacerlo no reparemos en que nuestros recursos pueden no tener el mismo límite que el egocentrismo, ese sí inagotable.
La frase de Sábato expone el deseo de eternidad, sobre el cual han derramado tinta los poetas. La vanidad es algo muy humano porque tenemos miedo de la muerte, porque lo que nos rodea es material, a diferencia de los sueños, y un carro último modelo con llantas cromadas, una prenda de vestir bonita o una pareja hermosa (que no tiene que significar humana) son más substanciales que el trabajo bien realizado, una conversación sincera con alguien a quien queramos o un auténtico logro espiritual. Pero la vanidad no discrimina y no sabe lo que quiere, y este es uno de sus más grandes debilidades. A fin de cuentas, poseer un Ferrrari y un Mustang, y conducirlo con un traje Dolce & Gabbana puede ser más honesto que publicar un libro de poemas malísimos, leerlos en público como si fueran sonetos de Shakespeare y luego tomarse una foto con los brazos abiertos y la expresión de Diosa griega borracha o hacer que tu propio nieto presente un libro con fragmentos de tu poco llamativa existencia y luego aburrir al público con pasajes interminables (lo sé, lector, quizá suene exagerado, pero un servidor ha sido testigo y hasta víctima de la vanidad en sus formas más patéticas y ha visto “el horror”, como dijo Marlow en El corazón de las tinieblas”).
La máscara negra. A veces es bueno usarla, no hay duda. La falta de vanidad es también algo peligroso. Probablemente el líder comunista que más odiara a la burguesía podría haber tenido su dosis de vanidad mientras arengaba a los trabajadores a hacer la revolución; y Jesucristo, el Che Guevara, la madre Teresa de Calcuta. En pocas palabras, es honesto reconocer que nuestra máscara es sumamente necesaria en algunos momentos, más aún cuando se utiliza sabiamente. Un poco de vanidad, condimentada con paciencia, sagacidad, imaginación y esfuerzo, ayudan a dar un mejor sabor a la vida y a esforzarnos más en nuestras creaciones y actos.
Para quien quiera que la máscara se convierta en parte indistinguible de sí mismo no puedo más que desearle suerte y, sobre todo, que se ande con cuidado. Últimamente hay muchos individuos (poetas, pintores, actores, fotógrafos y un largo etcétera) a los que las máscaras los han segado. Son como esos espectros, los Názgul, de El señor de los anillos, que andan sin propósito alguno buscando que les den únicamente un anillo de poder; o aún peor, como el buen Smeagol, alias Gollum, hablando consigo mismo intrascendentemente mientras el héroe, Sam, se ocupa de hacer llegar a su querido Frodo al Monte del destino.

Cuando la tecnología nos alcanze


Últimamente existe la idea de que para estar a la moda hay que tener un celular último modelo. Estos aparatos se han convertido en la quintaesencia de la comunicación. Todo a nuestro alrededor parece afirmar: si no tienes un aparato con cámara integrada, reproductor de MP3 y de ser posible un analizador de tu estado de ánimo estás por completo fuera de onda. Estos aparatitos han revolucionado por completo nuestra manera de estar en el mundo. Antes podíamos movernos libremente sin esperar todo el tiempo una ridícula canción ranchera para saber que nuestra preocupada madre, sobrino favorito, hija adoptiva o furiosa ex quiere saber donde, como y en qué embarazosa situación nos encontramos en ese preciso espacio/tiempo. Quizá en el yacuzzi de un bonito motel, con la amante más reciente o en el séptimo piso de un edificio preparándonos para saltar al vacío. El contexto sale sobrando. La cuestión es que es posible para quienes nos “aman” (las comillas son opcionales) localizarnos cuando se les venga en gana.
Ahora bien. ¿Quién en su sano juicio, y por voluntad propia quiere ser localizado en todo momento? Sin duda es algo que no nos hemos preguntado. Como en una conspiración secreta las grandes compañías de telecomunicación se pusieron a fabricar estos aparatitos con el fin de tener controlada hipnotizada a gran parte de la población, adicta por otra parte a todo tipo de chucherías que se le quiera vender por medio de la publicidad. ¿Por qué no un localizador? En el futuro serán insertados chips en nuestros oídos, de manera que no habrá necesidad de tener un celular para que cualquier otro ser humano nos pueda localizar. ¿Será esta la invención de la telepatía y el fin de nuestra privacidad mental como la conocemos actualmente?
Sin embargo, el celular parece presentar ciertas extrañas ventajas. Si se nos descompone el coche en una carretera poco transitada sólo hay que hacer una breve llamada y en diez minutos aparecerá un ángel verde con las herramientas necesarias para que podamos continuar nuestro recorrido. Si estamos demasiado deprimidos para levantarnos basta con alargar la mano hacia el lado derecho de la cama. Nuestro fiel compañero podrá comunicarnos de inmediato con nuestro terapeuta, psiquiatra o principal animador, quien nos ayudará a salir de la cama para enfrentarnos a “esa masa pegajosa que se dice mundo” (Cortázar dixit). El celular ha hecho a los seres humanos totalmente dependientes, y sin embargo nadie parece notar el hecho de que pasaron miles de años desde las señales de humo o los golpes de tambor para poder llegar a unos diminutos aparatos que nos comunican de inmediato con nuestros seres queridos con apretar un minúsculo botón.
La tecnología no es buena, ni mala. Depende totalmente del uso que le demos. Sin embargo, como ocurre indudablemente con lo que el ser humano logra crear algo novedoso, grandes compañías se apoderaron de la comunicación, y ahora la venden empaquetada en esos pequeños aparatitos que se abren como vainas metálicas para mostrar sus pantallas líquidas mostrando una falsa sensación de estabilidad. Como ocurre con casi todo, la comunicación pertenece ahora a las grandes corporaciones. Con su prestidigitación publicitaria han encontrado un amplio mercado en ejecutivos de grandes empresas, amas de casa aburridas (¿acaso no tienen dos? Una para hablar con el marido y otro, muy escondido en lo más oculto del clóset, para comunicarse con su amante), seductores de tiempo completo y estúpidas niñas fresas que descargan el tono del ridículo grupo pop del momento y hablan con su amiga, que está a sólo unos metros de distancia (Huey, ya supiste de la fiesta de este fin. Está de pelos, huey). Pero la población que utiliza este novedoso medio de comunicación se amplía constantemente. Pronto los campesinos se comunicarán con sus proveedores desde las zonas más alejadas de la sierra, o los niños de cinco años hablarán con sus maestras para decirles que tienen varicela y no pueden asistir a clases.
Nos han vendido nuestra manera de comunicarnos igual que algún día lo harán con el oxígeno. En realidad no hay mucho que hacer al respecto. Parecemos felices. Sin embargo, alguien podría despertar un día para darse cuenta de que escucha voces en su cabeza. Y no se habrá enterado de que alguien le está hablando, desde algún punto muy lejano, para mostrarle las ventajas de un nuevo e inútil producto. Entonces, lo que habrá ocurrido es que no sólo nos habrán vendido la comunicación sino comprado nuestra libertad.
Por lo pronto estoy viendo el modelo más avanzado, y no sé si pueda comprarlo en un plazo de tiempo relativamente breve. Se trata de un pequeño celular con todos los aditamentos de la tecnología integrados, pero con un detalle más. Un detector de emoción vocal. Basta hablarle a una chica para saber, con rapidez extrema, si está o no interesada en que tengamos una comunicación profunda y verdadera o únicamente se está burlando de un servidor.

sábado, 11 de agosto de 2007

Caminando en mis zapatos


A Wendi

Cuando se ve el pasado surge una pregunta: ¿Debió ser así? ¿Es uno el responsable directo de todo lo que ocurre o hay algo en la existencia que resulta absolutamente fastidioso para nuestros planes? En realidad esta pregunta es prácticamente imposible de responder debido, en gran parte, al hecho de que como editores de nuestra vida los seres humanos somos bastante malos en general. Quizá algunos puedan jactarse de crearla con la perfección de un lienzo de Rembrandt. Luces y sombras perfectamente delineadas; contornos exquisitamente realizados; ninguna falla visible. Pero la mayoría estamos condenados a una serie de errores casi inevitables, y que únicamente la experiencia puede remediar. A veces uno se pregunta una y otra vez “¿En qué diablos fallé? ¿Cuál es el error de programación que acompaña mi configuración existencial? ¿Hubo un defecto de fabricación en mis genes?”
En mi caso (porque es el único que conozco desde dentro), me pregunto constantemente qué ocurrió para que, en los dos años que estuvimos juntos, nunca hubiera podido despertar junto a Wendi, mi chica judía. Hay una escena de una película de Steven Spielberg (irónicamente judío) Inteligencia Artificial. En la escena final el protagonista ha pedido un deseo a los seres del futuro que lo encontraron. Se trata de despertar como un niño de verdad. Esto es, tener a su disposición todo lo que una madre daría a su hijo. Específicamente el pequeño David quiere tener un día perfecto. Esta escena cala hondo, porque es un pensamiento universal reparar una herida profunda recreándola e imaginándola perfecta. En mi caso la pienso a ella alejada de ciertos factores externos e internos. La imagino sin miedo y sin la influencia de personas que jamás debieron estar en su vida. Y sobre todo, la recuerdo despertando a mi lado mientras la mañana entra por las cortinas.
Cuando se ama a alguien lo último que se desea es hacer daño a esa persona. A veces es difícil. Somos seres humanos. Cometemos errores constantemente. Amar está lleno de ellos. Uno aprende sobre la marcha. Como al montar bicicleta sin rueditas por vez primera, las caídas y deslices son inevitables. Proponerse herir a quien se ama es una contradicción. Sin embargo es fácil hacerlo. Y no una vez sino en repetidas ocasiones. Recuerdo el día en que murió mi prima. Fue algo tan contradictorio que no me cabía en mi mente. El ser más iluminado en toda mi familia desaparecía de pronto, dejando una profunda contradicción en mi propia existencia. ¿Hay algo que perdure? ¿Algo tan profundo que deje una huella después de la muerte? Desplacé mi absoluta furia hacia Wendi. Fue algo tan absurdo en perspectiva, puesto que el amor es una de las pocas cosas que perduran más allá de la muerte. Pocas veces he actuado tan irracionalmente, y sólo me quedaba pedirle disculpas. Pero ya era tarde.
Es curioso cómo la línea de mi vida se unió a la de ella. Sus ojos eran de un verde que no era verde sino azul. Pero tampoco eran azules, sino como esas piedras preciosas de tonalidades indeterminadas: topacios, aguamarinas, no sabría decir cuáles. La conocí en uno de los bares que abundan en San Cristóbal. El proceso no fue largo. Al siguiente día ya nos habíamos besado. El resto fue más complicado. Duró casi seiscientos días. Después de una larga y compleja (pero relativamente estable) relación de cinco años mi vida dio un giro completo. Se trataba de la distancia. Pocas cosas más desgastantes que estar lejos de quien consideras tu novia. No pareja porque esa palabra evoca, precisamente, cercanía y cotidianeidad. A Wendi la podía ver en las vacaciones y siempre nos arreglábamos para herirnos de una u otra manera, tan sádicamente que tragar navajas de afeitar o beber ácido muriático sería un juego. Incluso me vi rodeado de pubertos de dieciséis o dieciocho, como cucarachas alrededor de Wendi. Era mejor poner distancia de por medio.
Pero volvimos a ser novios. Descubrimos que a pesar de todo nos amábamos. Ella se fue a vivir a la Ciudad de México y yo a Puebla. Estábamos más cerca. Nos veíamos con cierta frecuencia. Nuestra nave del amor era el metro y el santuario donde “éramos realmente nosotros” un hotel cerca del Zócalo. Así fue durante un tiempo, y tuve la oportunidad de conocerla un poco mejor a ella y a su familia (y también fuimos a ver El mercader de Venecia. Con Jeremy Irons como Antonio el mercader y Al Pacino en una sublime actuación como Shylock. Wendi estaba sumamente indignada al final de la película). Sin embargo, algo no funcionaba. ¿Qué era exactamente?
Aún me lo pregunto. En gran parte fue mi culpa. La inseguridad es algo que puede destruir cualquier relación, y personalmente yo no estaba seguro de casi nada. Algo no marchaba. En La información, Martin Amis hace preguntarse a uno de sus personajes “Jamás se le pasaba por la cabeza que la sociedad tuviera que ser como es, que tuviera algún derecho, alguna razón para ser com es. Un coche por la calle. ¿Por qué? ¿Por qué coches? Así debe ser un artista: atormentado hasa la demencia o la estupefacción por los principios fundamentales” Yo estaba viviendo en una ciudad hostil y viajaba a la Ciudad del México como quien entra al paraíso para luego regresar a la realidad banal y anodina de las llanuras desiertas y poblanas. Además ella aún tenía mucho que vivir. No iba aceptar ir a Puebla conmigo. Y yo quería que fuera mi pareja y, por supuesto, mostrársela a cualquier que tuviera ojos, como un artista desea enseñar su obra a la humanidad (hasta ahora, para casi todos los que me han conocido Wendi es como un fantasma. Podría haberla inventado).
Ahora casi lo he superado. Ha sido un proceso difícil. Claro que la amo. Eso jamás dejaré de hacerlo. Pero si alguien me preguntara volverías a pasar por lo mismo, respondería que necesitaría un curso especial: ¿Cómo retocar, mejorar y reparar un fragmento de tu vida? Definitivamente haría desaparecer a unos cuantos personajes; provocaría que el principal motor de los acontecimientos no fuera el miedo, la indecisión o el fracaso sino el amor, la confianza en uno mismo y la paciencia (disculpen el olor a superación personal de esas palabras, pero me consta que eran conceptos puros antes de que se inventara esa ridiculez). Por último agregaría unos cuantos efectos especiales. Ella y yo caminando en la arena en el crepúsculo o asistiendo juntos a una elegante fiesta o discutiendo en un supermercado sobre que o no comprar para la cena (ya se sabe, esos clichés que en las películas románticas son habituales y para las parejas “normales” el pan de cada día).
Pero mejor que ese curso de edición no llegue a mis manos. Mi relación con Wendi estuvo llena de complicaciones y heridas; impaciencia y ansiedad. Pero (¿empezarás otra vez con tus clichés? Casi oigo preguntar. Sí, seguro que también tuvo esos momentos felices en que se amaron y esas pequeñas cosas que se dieron: flores y libros) en realidad haber tenido una relación de pareja habría sido contradictorio. Y no significa que yo quiera todas mis relaciones así, pero Wendi era el árbol de la vida, como se llama en la Cábala al libro sagrado. Me enseñó a caminar en mis zapatos como nadie lo ha hecho hasta ahora. Y eso es algo más importante que cualquier efecto especial.
Me enseñó a entender las contradicciones de la vida y los caprichos de la materia. Lo absurdo de las relaciones humanas y lo efímero de los empeños. Mi talento en el exquisito arte de amargarse la vida y el otro, no menos complejo, de sentirse culpable por tonterías. Pero sobre todo, Wendi me mostró que las posibilidades son ilimitadas, siempre que te mantengas fiel a lo que realmente quieres y con los zapatos bien amarrados Y es una enseñanza tan compleja que aún no la asimilo totalmente. Y deseo ser digno de eso.
Algún día el árbol que fue mi vida florecerá en todo su esplendor. Hasta ese momento, quiero pensar que sus raíces aún guardan el amor que nos tuvimos. Quizá algún día tendrá marcado en su corteza la palabra Ani ohev at. (Te amo en hebreo). Sonaría menos cursi y más sagrado.

jueves, 2 de agosto de 2007

El cofre de los deseos


La frase que pregunta si fue primero el huevo o la gallina, es también aplicable a la división entre pensamiento y realidad. Es difícil decir con certeza si existió primero la realidad o lo exterior o un pensamiento que la razonara. El afuera no tiene mucha justificación sin el adentro, y el hecho de que la realidad sea más un reflejo de los pensamientos que algo con validez por sí misma es asombroso. ¿Qué tanto es factible controlar lo exterior con lo interior? ¿Hay alguna base científica que permita decir, con certeza, que la mente es capaz de hacerlo? ¿Estamos encerrados en nuestra bóveda craneal, destinados a ver pasar todo como en une película, o tenemos poder sobre lo que ocurre?
Quizá lo que conecte la realidad con el exterior no sea precisamente el lenguaje. A fin de cuentas, las palabras son más una forma de nombrar las cosas que una verdadera relación con ellas. ¿Qué verdadera relación hay entre la palabra “montaña” y eso que se alza todos los días ante nosotros, imponente y majestuoso? ¿Por qué se llama río a lo que corre con un líquido transparente y que igual nombramos “agua” que H2O? ¿Quién fue el primero que bautizó “árbol” o “tree” o “baum” a eso que crece alto y tiene muchas hojas, y cuando alguien está cansado le proporciona sombra?
Por tanto es probable que tampoco el tan elogiado “lenguaje” sea la mejor manera en que nuestros pensamientos se acerquen a la realidad. A fin de cuentas las palabras son creaciones culturales. Unión de sonidos a los cuales se los ha delimitado y se les ha llamado “fonemas”, y que juntos, al ser pronunciados por la boca, comunican a quien conozca el código cierta información. Esta información es pertinente y útil para ciertos aspectos, como cruzar la calle, informar a alguien que debe hacer alguna tarea importante o explicar a los bomberos como llegar a la casa que se está quemando. Sin embargo, cuando se trata de verdaderamente “contactar” con el exterior el lenguaje es insuficiente. Quiero decir, hay cosas que conectan de mejor manera la conciencia con los objetos externos.
¿Cómo qué? Esa pregunta se la han hecho desde tiempos milenarios. Probablemente en oriente han encontrado mejores respuestas. En occidente nos hemos ido por el otro lado, que es el de la racionalización y las palabras. El ensayo, por ejemplo, intenta delimitar algo con palabras. Muchas de ellas rodeando el problema. Sin embargo, hasta ese género literario es insuficiente.
De momento se me ocurren dos cosas: las metáforas y los deseos. Ambas tienen en común que son “virtuales”. Esto es, cuando hablamos de “sus dientes eran perlas” no nos referimos a que de verdad esa persona tiene dientes que son perlas. Los deseos tampoco existen en lo real. Son como esos juegos de video en que uno se siente realmente en la selva, disparando a los enemigos. Deseamos algo porque no lo tenemos. Porque brilla tanto y con tanta intensidad que nuestro pensamiento no puede más que anhelarlo profundamente. Ya sea una modelo en una revista, despampanante o atrevida, o algo relacionado con lo que nos gusta hacer: una cámara fotográfica, una guitarra eléctrica Gibson (incluso nos imaginaremos haciendo el baile del pato en un concierto, como Angus Young, de AC/DC) o quizá deseemos también otro tipo de cosas, desde el último disco de un grupo de rock que nos encanta hasta una hermosa casa con todo lo que necesitaríamos para vivir armoniosamente, lejos del ruido y cerca de nuestros seres queridos.
Los deseos y los sueños son parientes cercanos. Sin embargo, los sueños parecen estar conscientes de sus limitaciones. Esto es, se saben o presumen imposibles. Los deseos acosan constantemente, pretendiendo que no existe algo imposible. Que todo lo que ellos nos ponen a la vista puede ser realizado. No importa el tamaño, dificultad para obtenerlo o lejanía. En este sentido pueden ser nuestros peores consejeros o nuestros guías más honestos, dependiendo de que tan bien los conozcamos o que tan comprometidos estemos con ellos. No puedes obtener todo lo que deseas. Hasta los Rolling stones lo dijeron. Eso no significa que no podamos tener lo que realmente necesitamos (como se explica luego en la misma canción). ¿Pero cómo distinguir entre ambas? ¿Cómo reconocer la diferencia entre lo que realmente necesitamos y lo que simplemente es un deseo pasajero?
La sabiduría ha sido considerada como la última respuesta. Pero últimamente está de capa caída. Con tantos charlatanes de pacotilla pregonando lo último en sabidurías al vapor es difícil darse cuenta de que probablemente está en otra parte. Lejos de aquello que se comercializa en las mesas de betsellers de las librerías, o de las soluciones simplistas y completamente egoístas de una sociedad cada vez más hueca. La sabiduría es como el cofre del pirata, oculto en una lejana isla desierta y esperando que, con ayuda del mapa que se nos ha proporcionado, lo desenterremos. El cofre de los deseos puede ser de quien realmente se esfuerce por obtenerlo, no importa si es necesario navegar por aguas peligrosas o enfrentarse a terribles piratas, como el buen Jim en La isla del tesoro. Nadie puede encontrar ese cofre más que uno mismo, porque el mapa de la vida es único e inseparable de la experiencia personal.
En el cofre de los deseos también hay metáforas. Muchas de ellas bellísimas. Y también poemas enteros. Más que piedras preciosas, brillan como la luz que nos invita a regresar al hogar. He aquí un fragmento de Wiliam Blake, de su libro Cantos de inocencia y experiencia:

To see a World in a grain of sand,And a Heaven in a wild flower,Hold Infinity in the palm of your hand And Eternity in an hour.

Que podría traducirse, de manera rápida, en “Ver un mundo en un grano de arena, y el cielo en una rosa salvaje. Sostener infinitos en la palma de tu mano y la eternidad en una hora”. Esto podría ser tan difícil o sencillo como retomar la experiencia infantil que todos, alguna vez, tuvimos. Desear debe ser una operación similar. ¿Podemos desear un grano de arena? Claro que no, porque simplemente está al alcance de cualquiera que camine por la playa. Lo mismo con una flor o la palma de la mano. ¿A quién se le ocurriría desearlos?
Tiramos nuestras redes al mar de la realidad, intentando que en ellas entre todo lo banal, aunque realmente no lo necesitemos. Sin embargo, como un pescador paciente, a veces somos afortunados. Algo que realmente deseamos queda atrapado en la red, y sólo entonces nos damos cuenta que el esfuerzo valió la pena, porque puede ser algo tan importante que todo lo que queríamos antes resulta intrascendente. Sabiduría es tener fe y paciencia. Saber que los malos momentos son pasajeros y que cada deseo realizado será un pequeño triunfo del pensamiento sobre la realidad. Algo que puede resumirse en una frase de Buda que encontré en lo profundo del cofre: Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos.
¿Realmente Todo? Podríamos preguntarle. Pero como no soy Buda esperemos a su siguiente reencarnación.

martes, 31 de julio de 2007

Nómada


Cuando se piensa en la figura del nómada una imagen aparece: Paul Bowles en Tánger, aislado de la civilización o una maravillosa película de Bernardo Bertolucci: El cielo protector, protagonizada por John Malkovich. Aunque lenta en su ritmo, este filme consigue adentrar al espectador al aislado y hostil paisaje de Marruecos, a donde una pareja de norteamericanos han ido para reencontrar algo que los una nuevamente y renueve su amor desgastado. El desierto parece el sitio perfecto, y una imagen del inmenso cielo, como una bóveda protegiendo a los amantes antes de la tempestad que se cierne sobre ellos, marca el clímax de la película. ¿Cuántos crepúsculos más nos será otorgado observar? ¿Cuántas veces más haremos el amor? Pregunta el propio Bowles, en un primer plano al final de la película. Creemos que nuestras experiencias son ilimitadas, pero lo cierto es que cada vez que vemos ponerse el sol es un día menos de vida.
Un cuento –“Un episodio distante”– nos da otra imagen del buen salvaje muy distinta a la de Rousseau y deja al lector asombrado y con muchas preguntas. Los cuentos de Bowles son crueles. Déjala que caiga es un sangriento relato de un muchacho mutilado y asesinado cuyo cuerpo es abandonado en el desierto, y Parada en el corazón es una historia de amor en un barco que termina de la peor manera posible. Pero “Un episodio distante” se lleva la palma:

“Los crepúsculos de septiembre habían alcanzado su máxima intensidad de rojo la semana en que el profesor decidió visitar Aïn Taduirt, situado en la parte cálida del país. Descendió en autocar por la noche desde la meseta, con dos pequeños neceseres llenos de mapas, bronceadores y medicinas”.

El cuento comienza y la naturaleza está presente todo el tiempo, como una amenaza constante y como una belleza inaccesible. También hay sinestesias que ayudan a dar sensación de “vida”. La atmósfera huele a “azahar, pimienta, excrementos recocidos por el sol, aceite de oliva ardiente, fruta podrida”. El profesor es lingüista y el conductor le sugiere que baje hacia el sur, donde encontrará lenguas de las que nadie ha oído hablar.
Conforme el cuento avanza lo hace la sensación de extrañamiento. El profesor descubre que el dueño del café que frecuentaba ya no es el mismo, y que nadie lo conoce. Los diálogos son breves pero proporcionan abundante información. El profesor quiere una caja de ubre de camella y el encargado del café o quauayi se ofrece a llevarlo.
Emprende entonces el profesor un viaje que lo alejará de su mundo conocido para siempre. El quauayi lo guía por un extraño camino que a cada instante se vuelve más tenebroso y oscuro, mientras que la luna es como un sol de tan brillante como está, y hay un olor a carne podrida. Por fin llegan a un sendero que desciende a lo desconocido. Ahí el guía abandona al profesor y este baja, sólo para ser golpeado y capturado por unos extraños. Le cortan la lengua, con lo cual el hombre pierde por completo el sentido de la realidad. Luego le colocan una especie de armadura hecha de trozos de lata. En adelante el profesor no habla y sólo divierte a los otros con bailes y saltos, hasta que un día es vendido a un árabe y recupera la conciencia. Pero lo único que puede hacer es manifestar su furia y perderse en el desierto. Así, este episodio distante se convierte en una metáfora del lenguaje. ¿Hasta qué punto es posible vivir sin él? ¿Es posible mutilar a alguien en un aspecto tan esencial y esperar que sobreviva?
Creo que en la crueldad de estos cuentos hay también algo de la crueldad de la vida. Sin embargo, Bowles parece expresar su insatisfacción de una manera distinta a otros escritores más “existencialistas” o “pesimistas”. La existencia de este escritor norteamericano (que fue músico y discípulo de Aron Copland antes de escapar a Marruecos) está marcada por la relación con su pareja. La escritora Jane Bowles, autora de unos cuantos cuentos y una novela de culto: Dos damas muy serias. Aunque Jane acompañó a Paul a Marruecos, la narración ocurre en Panamá. Esta novela con tintes lesbiánicos se convirtió en una obra de culto a la que escribió un prólogo Truman Capote. La frágil y alcohólica Jane murió de un hospital psiquiátrico de Málaga, en 1973.
En una entrevista, Paul afirmó que no tenía ego. Esta aseveración, en boca de otro artista habría resultado totalmente mentirosa, sin embargo, a Paul le creemos, así como el el que hubiera comprado una isla o dejado una prometedora carrera en la música para irse a viajar a uno de los lugares más exóticos del mundo. La mítica Interzonas o Tanger, evocada por Wiliam Burroughs en El almuerzo desnudo: “Un lugar dedicado al amor libre”. Pero nos dejó una profunda enseñanza: el regreso al nomadismo no sólo como un estilo de vida, sino como una de las formas más puras y libres de estar en el mundo.

martes, 24 de julio de 2007

No hagan ruido, mejor música


No resistí la tentación de adquirir Make some noise, save Darfur, el disco doble en donde varios artistas realizaron covers de las canciones de John Lennon. En una primera escucha hay versiones muy buenas. Después se escuchan las fisuras, errores, caídas y desaciertos. Sin embargo la causa es noble, igual que las que originaron el Concierto de Bangladesh o el Live aid. Si alguien busca Darfur en Google, se encontrará con las palabras conflicto, tragedia, genocidio, sufrimiento, etc. Y algunas fotografías desgarradoras, de esas que difícilmente pueden asimilarse como algo congruente con la vida humana. Después, el artículo de la Wikipedia informa que se trata de un conflicto étnico. Algo sumamente común en África, si se recuerda el genocidio de Ruanda, por ejemplo, que cobró la vida de medio millón de personas. Uno comienza a preguntarse, ¿Qué se busca lograr? Ni siquiera es un problema entre musulmanes y no musulmanes, sino entre negros y árabes. Sumamente difícil de entender, por otra parte, pero que ha cobrado la vida de 400 mil personas.
Dijo V.S Naipaul que Africa no tenía futuro, y ante conflictos tan insistentes y en apariencia irresolubles como éste, uno empieza a considerar esta frase como cierta. Se envían provisiones, llegan cientos de voluntarios, se intenta dialogar con los gobiernos, se busca solucionar los conflictos desde el fondo. Y cuando un agujero parece estar cerrando, uno más se abre en algún sitio cercano, desde Sudán hasta Tanzania y de Eritrea a Liberia. Imaginar un mundo sin religión, sin guerra y sin hambre es algo posible. Ponerlo en práctica es inmensamente difícil. Es loable, por lo menos, intentarlo. Amnistía Internacional se ha propuesto hacer conciencia, y no es posible cruzar simplemente los brazos. Al menos eso intenta transmitir este disco, cuyas ganancias serán destinadas a ayuda para los refugiados.
La pregunta es, ¿realmente la música puede lograr algo tangible? Sí, es parte intrínseca de la vida, y en cuanto a artistas como John Lennon, parte íntima de la vida y la memoria de muchísima gente (basta recordar la conmoción de ese fatídico siete de diciembre en que un grotesco y descerebrado Guardían entre el centeno acabó con el sueño). Sin embargo, cuando se trata de hambrunas y sufrimiento en las regiones más pobres del planeta, la música puede aportar poco. Para escucharla es necesario tener el estómago lleno y la certeza de que un grupo paramilitar no destruirá a toda tu familia cuando llegue la noche (los Janjawid, hombres armados que destruyen todo lo que encuentran a su paso en Darfur). Por lo menos. La crítica hacia este disco necesariamente seguirá siendo elitista, de alguna forma. Aunque algo habrá conseguido si uno de cada mil compradores decide ir a Darfur a ayudar a los refugiados.
(Quizá Bono y Bob Geldof, el promotor de Live aid, podrían considerar una campaña para enviar ipods en pequeños paracaídas sobre las aldeas de África. Habría qué proponerlo ante quienes deben “perdonar” la deuda a África después de escuchar a U2, Cold play, Madonna y otros millonarios de la industria discográfica. Exactamente, los países que ayudaron a convertir a África en el desastre humanitario que es hoy).
El disco uno tiene versiones de clásicos como Instant Karma, interpretado por U2 con gran energía y un ritmo más veloz que el original. No se puede negar a esta banda el hecho de lograr buenos coovers, como la de Helter skelter, de los Beattles. R.E.M se lleva un diez con #9 Dream, una canción que en la voz de Michael Stipe adquiere un hondo sentimiento que le hace honor a la intención de Lennon (complacer a Yoko, por supuesto). The cure consiguen que Love adquiera mucho de su propio estilo. Es un acierto, claro está, porque esta banda tiene una forma de hacer las cosas que es único.
El segundo disco abre con Green day. Su versión de Working class hero destila rabia y despliega la energía contenida en la original. “Desde que eres niño te hacen sentir poca cosa, no dándote tiempo a pesar de todo. Te hieren en tu casa y te golpean en la escuela”. Black eyed peas logran, con su estilo, una pegajosa y rítmica Power to the people. The flaming lips presentan una buena propuesta psicodélica de (Just like) Starting over, con la voz jugando con los agudos mientras la guitarra rasga los acordes. Jack´s Mannequin tocan una adecuada base para que Mick Fleetwood despliegue su magnífica voz, anunciando todo lo que no cree y que el sueño ha muerto.
Versiones cumplidoras, Christina Aguilera con Mother, gracias a su voz. Eskimo Joe con Mind games, Jakob Dylan con Gimme some truth, Duran Duran y su versión francamente floja de Instant karma, apenas superada, gracias a la voz, por Tokio hotel. Ben Harper toca Beautiful boy, sin mayores méritos. Snow patrol, con Isolation, hace un trabajo aceptable, sobre todo por los coros. La versión de Matisyahu de Watching the wheels no logra algo más que un ritmo regaee bastante pegajoso.
Errores. Avril Lavigne y su plana interpretación de Imagine. Una versión más que podría no haber existido. La grotesca traducción de Gimme some truth a cargo de Jaguares. Un sonido mediocre y una voz que parece provenir de una tubería. Lenny Kravitz demuestra que, aunque es bueno en su estilo, cuando se trata de hacer una versión -Cold turkey en este caso- no logra imprimirle el menor feeling.
Ese es, básicamente, el contenido de este disco doble que agradece, en su portadilla, la contribución de los compradores y agrega una página de internet: www. amnesty.org/noise para los interesados en involucrarse más en este movimiento de más de dos millones de personas alrededor del mundo. Irene Khan, secretaria general de esta organización humanitaria, hace un llamado para que, más allá de la música, haya una conciencia que lleve, finalmente, a la acción. También Yoko Ono expone su punto de vista, por supuesto. Sugiere que John Lennon habría estado orgulloso de este disco.
Bueno, él ya no está para asegurarlo. Pero estas canciones, aún en sus peores versiones, siguen transmitiendo al espíritu sentimientos y sensaciones y su Instan karma. Descanse en paz quien imaginó tanto.