Últimamente existe la idea de que para estar a la moda hay que tener un celular último modelo. Estos aparatos se han convertido en la quintaesencia de la comunicación. Todo a nuestro alrededor parece afirmar: si no tienes un aparato con cámara integrada, reproductor de MP3 y de ser posible un analizador de tu estado de ánimo estás por completo fuera de onda. Estos aparatitos han revolucionado por completo nuestra manera de estar en el mundo. Antes podíamos movernos libremente sin esperar todo el tiempo una ridícula canción ranchera para saber que nuestra preocupada madre, sobrino favorito, hija adoptiva o furiosa ex quiere saber donde, como y en qué embarazosa situación nos encontramos en ese preciso espacio/tiempo. Quizá en el yacuzzi de un bonito motel, con la amante más reciente o en el séptimo piso de un edificio preparándonos para saltar al vacío. El contexto sale sobrando. La cuestión es que es posible para quienes nos “aman” (las comillas son opcionales) localizarnos cuando se les venga en gana.
Ahora bien. ¿Quién en su sano juicio, y por voluntad propia quiere ser localizado en todo momento? Sin duda es algo que no nos hemos preguntado. Como en una conspiración secreta las grandes compañías de telecomunicación se pusieron a fabricar estos aparatitos con el fin de tener controlada hipnotizada a gran parte de la población, adicta por otra parte a todo tipo de chucherías que se le quiera vender por medio de la publicidad. ¿Por qué no un localizador? En el futuro serán insertados chips en nuestros oídos, de manera que no habrá necesidad de tener un celular para que cualquier otro ser humano nos pueda localizar. ¿Será esta la invención de la telepatía y el fin de nuestra privacidad mental como la conocemos actualmente?
Sin embargo, el celular parece presentar ciertas extrañas ventajas. Si se nos descompone el coche en una carretera poco transitada sólo hay que hacer una breve llamada y en diez minutos aparecerá un ángel verde con las herramientas necesarias para que podamos continuar nuestro recorrido. Si estamos demasiado deprimidos para levantarnos basta con alargar la mano hacia el lado derecho de la cama. Nuestro fiel compañero podrá comunicarnos de inmediato con nuestro terapeuta, psiquiatra o principal animador, quien nos ayudará a salir de la cama para enfrentarnos a “esa masa pegajosa que se dice mundo” (Cortázar dixit). El celular ha hecho a los seres humanos totalmente dependientes, y sin embargo nadie parece notar el hecho de que pasaron miles de años desde las señales de humo o los golpes de tambor para poder llegar a unos diminutos aparatos que nos comunican de inmediato con nuestros seres queridos con apretar un minúsculo botón.
La tecnología no es buena, ni mala. Depende totalmente del uso que le demos. Sin embargo, como ocurre indudablemente con lo que el ser humano logra crear algo novedoso, grandes compañías se apoderaron de la comunicación, y ahora la venden empaquetada en esos pequeños aparatitos que se abren como vainas metálicas para mostrar sus pantallas líquidas mostrando una falsa sensación de estabilidad. Como ocurre con casi todo, la comunicación pertenece ahora a las grandes corporaciones. Con su prestidigitación publicitaria han encontrado un amplio mercado en ejecutivos de grandes empresas, amas de casa aburridas (¿acaso no tienen dos? Una para hablar con el marido y otro, muy escondido en lo más oculto del clóset, para comunicarse con su amante), seductores de tiempo completo y estúpidas niñas fresas que descargan el tono del ridículo grupo pop del momento y hablan con su amiga, que está a sólo unos metros de distancia (Huey, ya supiste de la fiesta de este fin. Está de pelos, huey). Pero la población que utiliza este novedoso medio de comunicación se amplía constantemente. Pronto los campesinos se comunicarán con sus proveedores desde las zonas más alejadas de la sierra, o los niños de cinco años hablarán con sus maestras para decirles que tienen varicela y no pueden asistir a clases.
Nos han vendido nuestra manera de comunicarnos igual que algún día lo harán con el oxígeno. En realidad no hay mucho que hacer al respecto. Parecemos felices. Sin embargo, alguien podría despertar un día para darse cuenta de que escucha voces en su cabeza. Y no se habrá enterado de que alguien le está hablando, desde algún punto muy lejano, para mostrarle las ventajas de un nuevo e inútil producto. Entonces, lo que habrá ocurrido es que no sólo nos habrán vendido la comunicación sino comprado nuestra libertad.
Por lo pronto estoy viendo el modelo más avanzado, y no sé si pueda comprarlo en un plazo de tiempo relativamente breve. Se trata de un pequeño celular con todos los aditamentos de la tecnología integrados, pero con un detalle más. Un detector de emoción vocal. Basta hablarle a una chica para saber, con rapidez extrema, si está o no interesada en que tengamos una comunicación profunda y verdadera o únicamente se está burlando de un servidor.
Ahora bien. ¿Quién en su sano juicio, y por voluntad propia quiere ser localizado en todo momento? Sin duda es algo que no nos hemos preguntado. Como en una conspiración secreta las grandes compañías de telecomunicación se pusieron a fabricar estos aparatitos con el fin de tener controlada hipnotizada a gran parte de la población, adicta por otra parte a todo tipo de chucherías que se le quiera vender por medio de la publicidad. ¿Por qué no un localizador? En el futuro serán insertados chips en nuestros oídos, de manera que no habrá necesidad de tener un celular para que cualquier otro ser humano nos pueda localizar. ¿Será esta la invención de la telepatía y el fin de nuestra privacidad mental como la conocemos actualmente?
Sin embargo, el celular parece presentar ciertas extrañas ventajas. Si se nos descompone el coche en una carretera poco transitada sólo hay que hacer una breve llamada y en diez minutos aparecerá un ángel verde con las herramientas necesarias para que podamos continuar nuestro recorrido. Si estamos demasiado deprimidos para levantarnos basta con alargar la mano hacia el lado derecho de la cama. Nuestro fiel compañero podrá comunicarnos de inmediato con nuestro terapeuta, psiquiatra o principal animador, quien nos ayudará a salir de la cama para enfrentarnos a “esa masa pegajosa que se dice mundo” (Cortázar dixit). El celular ha hecho a los seres humanos totalmente dependientes, y sin embargo nadie parece notar el hecho de que pasaron miles de años desde las señales de humo o los golpes de tambor para poder llegar a unos diminutos aparatos que nos comunican de inmediato con nuestros seres queridos con apretar un minúsculo botón.
La tecnología no es buena, ni mala. Depende totalmente del uso que le demos. Sin embargo, como ocurre indudablemente con lo que el ser humano logra crear algo novedoso, grandes compañías se apoderaron de la comunicación, y ahora la venden empaquetada en esos pequeños aparatitos que se abren como vainas metálicas para mostrar sus pantallas líquidas mostrando una falsa sensación de estabilidad. Como ocurre con casi todo, la comunicación pertenece ahora a las grandes corporaciones. Con su prestidigitación publicitaria han encontrado un amplio mercado en ejecutivos de grandes empresas, amas de casa aburridas (¿acaso no tienen dos? Una para hablar con el marido y otro, muy escondido en lo más oculto del clóset, para comunicarse con su amante), seductores de tiempo completo y estúpidas niñas fresas que descargan el tono del ridículo grupo pop del momento y hablan con su amiga, que está a sólo unos metros de distancia (Huey, ya supiste de la fiesta de este fin. Está de pelos, huey). Pero la población que utiliza este novedoso medio de comunicación se amplía constantemente. Pronto los campesinos se comunicarán con sus proveedores desde las zonas más alejadas de la sierra, o los niños de cinco años hablarán con sus maestras para decirles que tienen varicela y no pueden asistir a clases.
Nos han vendido nuestra manera de comunicarnos igual que algún día lo harán con el oxígeno. En realidad no hay mucho que hacer al respecto. Parecemos felices. Sin embargo, alguien podría despertar un día para darse cuenta de que escucha voces en su cabeza. Y no se habrá enterado de que alguien le está hablando, desde algún punto muy lejano, para mostrarle las ventajas de un nuevo e inútil producto. Entonces, lo que habrá ocurrido es que no sólo nos habrán vendido la comunicación sino comprado nuestra libertad.
Por lo pronto estoy viendo el modelo más avanzado, y no sé si pueda comprarlo en un plazo de tiempo relativamente breve. Se trata de un pequeño celular con todos los aditamentos de la tecnología integrados, pero con un detalle más. Un detector de emoción vocal. Basta hablarle a una chica para saber, con rapidez extrema, si está o no interesada en que tengamos una comunicación profunda y verdadera o únicamente se está burlando de un servidor.
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