La frase que pregunta si fue primero el huevo o la gallina, es también aplicable a la división entre pensamiento y realidad. Es difícil decir con certeza si existió primero la realidad o lo exterior o un pensamiento que la razonara. El afuera no tiene mucha justificación sin el adentro, y el hecho de que la realidad sea más un reflejo de los pensamientos que algo con validez por sí misma es asombroso. ¿Qué tanto es factible controlar lo exterior con lo interior? ¿Hay alguna base científica que permita decir, con certeza, que la mente es capaz de hacerlo? ¿Estamos encerrados en nuestra bóveda craneal, destinados a ver pasar todo como en une película, o tenemos poder sobre lo que ocurre?
Quizá lo que conecte la realidad con el exterior no sea precisamente el lenguaje. A fin de cuentas, las palabras son más una forma de nombrar las cosas que una verdadera relación con ellas. ¿Qué verdadera relación hay entre la palabra “montaña” y eso que se alza todos los días ante nosotros, imponente y majestuoso? ¿Por qué se llama río a lo que corre con un líquido transparente y que igual nombramos “agua” que H2O? ¿Quién fue el primero que bautizó “árbol” o “tree” o “baum” a eso que crece alto y tiene muchas hojas, y cuando alguien está cansado le proporciona sombra?
Por tanto es probable que tampoco el tan elogiado “lenguaje” sea la mejor manera en que nuestros pensamientos se acerquen a la realidad. A fin de cuentas las palabras son creaciones culturales. Unión de sonidos a los cuales se los ha delimitado y se les ha llamado “fonemas”, y que juntos, al ser pronunciados por la boca, comunican a quien conozca el código cierta información. Esta información es pertinente y útil para ciertos aspectos, como cruzar la calle, informar a alguien que debe hacer alguna tarea importante o explicar a los bomberos como llegar a la casa que se está quemando. Sin embargo, cuando se trata de verdaderamente “contactar” con el exterior el lenguaje es insuficiente. Quiero decir, hay cosas que conectan de mejor manera la conciencia con los objetos externos.
¿Cómo qué? Esa pregunta se la han hecho desde tiempos milenarios. Probablemente en oriente han encontrado mejores respuestas. En occidente nos hemos ido por el otro lado, que es el de la racionalización y las palabras. El ensayo, por ejemplo, intenta delimitar algo con palabras. Muchas de ellas rodeando el problema. Sin embargo, hasta ese género literario es insuficiente.
De momento se me ocurren dos cosas: las metáforas y los deseos. Ambas tienen en común que son “virtuales”. Esto es, cuando hablamos de “sus dientes eran perlas” no nos referimos a que de verdad esa persona tiene dientes que son perlas. Los deseos tampoco existen en lo real. Son como esos juegos de video en que uno se siente realmente en la selva, disparando a los enemigos. Deseamos algo porque no lo tenemos. Porque brilla tanto y con tanta intensidad que nuestro pensamiento no puede más que anhelarlo profundamente. Ya sea una modelo en una revista, despampanante o atrevida, o algo relacionado con lo que nos gusta hacer: una cámara fotográfica, una guitarra eléctrica Gibson (incluso nos imaginaremos haciendo el baile del pato en un concierto, como Angus Young, de AC/DC) o quizá deseemos también otro tipo de cosas, desde el último disco de un grupo de rock que nos encanta hasta una hermosa casa con todo lo que necesitaríamos para vivir armoniosamente, lejos del ruido y cerca de nuestros seres queridos.
Los deseos y los sueños son parientes cercanos. Sin embargo, los sueños parecen estar conscientes de sus limitaciones. Esto es, se saben o presumen imposibles. Los deseos acosan constantemente, pretendiendo que no existe algo imposible. Que todo lo que ellos nos ponen a la vista puede ser realizado. No importa el tamaño, dificultad para obtenerlo o lejanía. En este sentido pueden ser nuestros peores consejeros o nuestros guías más honestos, dependiendo de que tan bien los conozcamos o que tan comprometidos estemos con ellos. No puedes obtener todo lo que deseas. Hasta los Rolling stones lo dijeron. Eso no significa que no podamos tener lo que realmente necesitamos (como se explica luego en la misma canción). ¿Pero cómo distinguir entre ambas? ¿Cómo reconocer la diferencia entre lo que realmente necesitamos y lo que simplemente es un deseo pasajero?
La sabiduría ha sido considerada como la última respuesta. Pero últimamente está de capa caída. Con tantos charlatanes de pacotilla pregonando lo último en sabidurías al vapor es difícil darse cuenta de que probablemente está en otra parte. Lejos de aquello que se comercializa en las mesas de betsellers de las librerías, o de las soluciones simplistas y completamente egoístas de una sociedad cada vez más hueca. La sabiduría es como el cofre del pirata, oculto en una lejana isla desierta y esperando que, con ayuda del mapa que se nos ha proporcionado, lo desenterremos. El cofre de los deseos puede ser de quien realmente se esfuerce por obtenerlo, no importa si es necesario navegar por aguas peligrosas o enfrentarse a terribles piratas, como el buen Jim en La isla del tesoro. Nadie puede encontrar ese cofre más que uno mismo, porque el mapa de la vida es único e inseparable de la experiencia personal.
En el cofre de los deseos también hay metáforas. Muchas de ellas bellísimas. Y también poemas enteros. Más que piedras preciosas, brillan como la luz que nos invita a regresar al hogar. He aquí un fragmento de Wiliam Blake, de su libro Cantos de inocencia y experiencia:
To see a World in a grain of sand,And a Heaven in a wild flower,Hold Infinity in the palm of your hand And Eternity in an hour.
Que podría traducirse, de manera rápida, en “Ver un mundo en un grano de arena, y el cielo en una rosa salvaje. Sostener infinitos en la palma de tu mano y la eternidad en una hora”. Esto podría ser tan difícil o sencillo como retomar la experiencia infantil que todos, alguna vez, tuvimos. Desear debe ser una operación similar. ¿Podemos desear un grano de arena? Claro que no, porque simplemente está al alcance de cualquiera que camine por la playa. Lo mismo con una flor o la palma de la mano. ¿A quién se le ocurriría desearlos?
Tiramos nuestras redes al mar de la realidad, intentando que en ellas entre todo lo banal, aunque realmente no lo necesitemos. Sin embargo, como un pescador paciente, a veces somos afortunados. Algo que realmente deseamos queda atrapado en la red, y sólo entonces nos damos cuenta que el esfuerzo valió la pena, porque puede ser algo tan importante que todo lo que queríamos antes resulta intrascendente. Sabiduría es tener fe y paciencia. Saber que los malos momentos son pasajeros y que cada deseo realizado será un pequeño triunfo del pensamiento sobre la realidad. Algo que puede resumirse en una frase de Buda que encontré en lo profundo del cofre: Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos.
¿Realmente Todo? Podríamos preguntarle. Pero como no soy Buda esperemos a su siguiente reencarnación.
Quizá lo que conecte la realidad con el exterior no sea precisamente el lenguaje. A fin de cuentas, las palabras son más una forma de nombrar las cosas que una verdadera relación con ellas. ¿Qué verdadera relación hay entre la palabra “montaña” y eso que se alza todos los días ante nosotros, imponente y majestuoso? ¿Por qué se llama río a lo que corre con un líquido transparente y que igual nombramos “agua” que H2O? ¿Quién fue el primero que bautizó “árbol” o “tree” o “baum” a eso que crece alto y tiene muchas hojas, y cuando alguien está cansado le proporciona sombra?
Por tanto es probable que tampoco el tan elogiado “lenguaje” sea la mejor manera en que nuestros pensamientos se acerquen a la realidad. A fin de cuentas las palabras son creaciones culturales. Unión de sonidos a los cuales se los ha delimitado y se les ha llamado “fonemas”, y que juntos, al ser pronunciados por la boca, comunican a quien conozca el código cierta información. Esta información es pertinente y útil para ciertos aspectos, como cruzar la calle, informar a alguien que debe hacer alguna tarea importante o explicar a los bomberos como llegar a la casa que se está quemando. Sin embargo, cuando se trata de verdaderamente “contactar” con el exterior el lenguaje es insuficiente. Quiero decir, hay cosas que conectan de mejor manera la conciencia con los objetos externos.
¿Cómo qué? Esa pregunta se la han hecho desde tiempos milenarios. Probablemente en oriente han encontrado mejores respuestas. En occidente nos hemos ido por el otro lado, que es el de la racionalización y las palabras. El ensayo, por ejemplo, intenta delimitar algo con palabras. Muchas de ellas rodeando el problema. Sin embargo, hasta ese género literario es insuficiente.
De momento se me ocurren dos cosas: las metáforas y los deseos. Ambas tienen en común que son “virtuales”. Esto es, cuando hablamos de “sus dientes eran perlas” no nos referimos a que de verdad esa persona tiene dientes que son perlas. Los deseos tampoco existen en lo real. Son como esos juegos de video en que uno se siente realmente en la selva, disparando a los enemigos. Deseamos algo porque no lo tenemos. Porque brilla tanto y con tanta intensidad que nuestro pensamiento no puede más que anhelarlo profundamente. Ya sea una modelo en una revista, despampanante o atrevida, o algo relacionado con lo que nos gusta hacer: una cámara fotográfica, una guitarra eléctrica Gibson (incluso nos imaginaremos haciendo el baile del pato en un concierto, como Angus Young, de AC/DC) o quizá deseemos también otro tipo de cosas, desde el último disco de un grupo de rock que nos encanta hasta una hermosa casa con todo lo que necesitaríamos para vivir armoniosamente, lejos del ruido y cerca de nuestros seres queridos.
Los deseos y los sueños son parientes cercanos. Sin embargo, los sueños parecen estar conscientes de sus limitaciones. Esto es, se saben o presumen imposibles. Los deseos acosan constantemente, pretendiendo que no existe algo imposible. Que todo lo que ellos nos ponen a la vista puede ser realizado. No importa el tamaño, dificultad para obtenerlo o lejanía. En este sentido pueden ser nuestros peores consejeros o nuestros guías más honestos, dependiendo de que tan bien los conozcamos o que tan comprometidos estemos con ellos. No puedes obtener todo lo que deseas. Hasta los Rolling stones lo dijeron. Eso no significa que no podamos tener lo que realmente necesitamos (como se explica luego en la misma canción). ¿Pero cómo distinguir entre ambas? ¿Cómo reconocer la diferencia entre lo que realmente necesitamos y lo que simplemente es un deseo pasajero?
La sabiduría ha sido considerada como la última respuesta. Pero últimamente está de capa caída. Con tantos charlatanes de pacotilla pregonando lo último en sabidurías al vapor es difícil darse cuenta de que probablemente está en otra parte. Lejos de aquello que se comercializa en las mesas de betsellers de las librerías, o de las soluciones simplistas y completamente egoístas de una sociedad cada vez más hueca. La sabiduría es como el cofre del pirata, oculto en una lejana isla desierta y esperando que, con ayuda del mapa que se nos ha proporcionado, lo desenterremos. El cofre de los deseos puede ser de quien realmente se esfuerce por obtenerlo, no importa si es necesario navegar por aguas peligrosas o enfrentarse a terribles piratas, como el buen Jim en La isla del tesoro. Nadie puede encontrar ese cofre más que uno mismo, porque el mapa de la vida es único e inseparable de la experiencia personal.
En el cofre de los deseos también hay metáforas. Muchas de ellas bellísimas. Y también poemas enteros. Más que piedras preciosas, brillan como la luz que nos invita a regresar al hogar. He aquí un fragmento de Wiliam Blake, de su libro Cantos de inocencia y experiencia:
To see a World in a grain of sand,And a Heaven in a wild flower,Hold Infinity in the palm of your hand And Eternity in an hour.
Que podría traducirse, de manera rápida, en “Ver un mundo en un grano de arena, y el cielo en una rosa salvaje. Sostener infinitos en la palma de tu mano y la eternidad en una hora”. Esto podría ser tan difícil o sencillo como retomar la experiencia infantil que todos, alguna vez, tuvimos. Desear debe ser una operación similar. ¿Podemos desear un grano de arena? Claro que no, porque simplemente está al alcance de cualquiera que camine por la playa. Lo mismo con una flor o la palma de la mano. ¿A quién se le ocurriría desearlos?
Tiramos nuestras redes al mar de la realidad, intentando que en ellas entre todo lo banal, aunque realmente no lo necesitemos. Sin embargo, como un pescador paciente, a veces somos afortunados. Algo que realmente deseamos queda atrapado en la red, y sólo entonces nos damos cuenta que el esfuerzo valió la pena, porque puede ser algo tan importante que todo lo que queríamos antes resulta intrascendente. Sabiduría es tener fe y paciencia. Saber que los malos momentos son pasajeros y que cada deseo realizado será un pequeño triunfo del pensamiento sobre la realidad. Algo que puede resumirse en una frase de Buda que encontré en lo profundo del cofre: Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos.
¿Realmente Todo? Podríamos preguntarle. Pero como no soy Buda esperemos a su siguiente reencarnación.
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