Harold Bloom, ese gordo simpático que se la pasa hablando de la angustia de las influencias, el agón, y Shakespeare, ha retomado el concepto canon del monumental estudio de Ernest Robert Curtius, Literatura europea y edad media latina, para quien dicha idea, así como el de lo clásico, tenía su origen en la antigua retórica y era como “esto es bueno, esto no tanto, eso apesta”.
Un canon “personal” podría parecer una contradicción. Sin embargo, no hay duda que cada uno tiene sus influencias (y sus angustias). Libros o cualquier otro tipo de cosas que lo hayan marcado durante su vida, ya sea que esto se refleje en su trabajo o haya influido de una manera más profunda. Por ello me permito la osadía de hacer mi propio canon, parafraseando a Gabriel García Márquez cuando publicó la segunda edición de La mala hora (al añadir los “barbarismos” que un editor “prejuicioso” había quitado): por obra de mi soberana voluntad.
Comenzamos con un librito publicado por la editorial Losada que reúne a dos grandes de la literatura argentina en un solo personaje: Crónicas de Bustos Domeq. Juntos han creado una hilarante sátira del mundo cultural y artístico que difiere notablemente de lo que escribió cada uno por cuenta propia (aunque es memorable el inicio de Tlon, uqbar, orbis tertius, en donde Borges, cenando con Bioy Cásares, descubre una misteriosa enciclopedia y recuerda esa famosa cita: “la cúpula y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres”). Compuesto por veinte relatos que no rebasan las cinco páginas de extensión, pero que compiten entre sí en hilaridad e ironía. ¿Acaso esta troupe de artistas fracasados y embusteros literarios no representa lo que, en cada región abunda? En Veracruz y sobre todo en Chiapas (los sitios que conozco más a fondo) estos personajes podrían encontrar referentes en carne y hueso. Aunque hallo más honestidad en sus quiméricas e imposibles empresas que en los pedrestres intentos “poéticos” de muchos de mis contemporáneos.
El libro abre con “Homenaje a César Paladión”. Un relato que da carta de naturalidad al plagio como un hecho inevitable en la literatura, pero llevado a su expresión máxima:
“El periodo 1911-19 corresponde, ya, a una fecundidad casi sobrehumana: en rauda sucesión aparecen: El libro extraño, la novela pedagógica Emilio, Egmont, Thebussianas (segunda serie), El sabueso de los Baskerville, De los Apeninos a los Andes, La cabaña del tío Tom, La provincia de Buenos Aires hasta la definición de la cuestión Capital de la República, Fabiola, Las geórgicas (traducción de Ochoa), y el De divinatione (en latín)”.
El cronista no encuentra una clara evolución mental en la obra de Paladión, quien además –patetismo de patetismos- “tuvo que costar, de propio peculio la publicación de sus libros”. Cualquiera que piense en tantas ancianas ansiosas de contar sus aburridas existencias o en ansiosos tinterillos entenderá lo patético de la frase.
“Una tarde con Ramón Bonavena” resulta un relato magistral sobre el descripcionismo llevado al extremo y una burla de ciertos empeños literarios como el nouveau roman. Los seis volúmenes de Nor-noroeste se concretan, única y exclusivamente, a narrar lo que pasa en el ángulo de una mesa, con sucesivas adiciones de un cenicero de cobre, un lápiz de dos puntas, un alfiler, etc. El cuento provoca, por otro lado, una profunda reflexión sobre la imposibilidad de describir el mundo. Ponerse a hablar sobre algo es ya apelar al infinito.
Naturalismo al día retoma un texto de Borges –sobre la idea de que un mapa exacto abarcaría todo el territorio que quiere mostrar- y nos muestra a una serie de artistas que, ante la necesidad de crear una obra prefieren, simplemente, tomar lo que está ya hecho, como el crítico que, al hacer un análisis de La Divina comedia entrega a la editorial el infierno, el purgatorio y el cielo de Dante, o el poeta que gana un concurso de poemas a la rosa llevando, simplemente, una de estas flores.
Catálogo y análisis de los diversos libros de Loomis es una burla a los literatos que, pretendiendo escribir una obra maestra, la escamotean a amigos y conocidos sólo para al final revelar que nunca llegaron a nada. Recuerda, sin duda, Leopoldo, sus trabajos, el cuento de Augusto Monterroso sobre un escritor que se pasa investigando a fondo pero nunca escribe. El texto imita un ensayo serio acerca de un autor ya muerto, con un catálogo y breve análisis de las obras que escribió. Al principio parece que se trata de poemarios sumamente vitalistas, pues se explica que, para escribir Catre el autor vivió mes y medio en una pocilga para familiarizarse con dicha palabra. Aprendió vascuence para escribir Boina. O que una dolencia duodenal le llevó a escribir Nata. Pero al final se nos revela que en la obra de este autor el título y la obra son exactamente lo mismo:
“La obra de Loomis, según el cómputo maligno de un crítico, menos versado en literatura que en aritmética, consta de seis palabras: Oso, Catre, Boina¸Nata, Luna, Tal vez. Así será, pero detrás de esas palabras que el artífice destilara ¡cuántas experiencias, cuánto afán, cuánta plenitud!”.
El cuento acentúa aun más la ironía al final, cuando nos explica que una secta de cabalistas quería amalgamar las seis palabras del maestro en una frase simbólica. O que algunos editores querían incluso traducir su obra.
“El gremialista” es un texto sobre el hecho de que cada actividad humana, por mínima, breve o secreta que sea, es algo compartido. Con un lacónico estilo se resalta el intento del doctor Baralt por reseñar, en los seis volúmenes de Gremialismo, todas las posibles agrupaciones humanas. Empresa imposible de antemano pues alguien que enciende un fósforo y lo apaga sale de un grupo y entra en otro. Lo mismo que los que ahora en Brasil o África aspiran el olor de un jazmín o leen un boleto de micro. Pero recopilar una lista completa de los gremios tendría obstáculos:
“pensemos por ejemplo, en el gremio acual de individuos que están pensando en laberintos, en lso que hace un minuto los olvidaron, en lso que hace dos, en los que hace tres, en los que hace cuatro, en los que hace cuatro y medio, en los que hace cinco… En vez de laberinto, pongamos lámparas. El caso se complica. Nada se gana con langostas o lapiceras”.
“Lo que falta no daña” y “Ese polifacético: Vilaseco” son, respectivamente, la elipsis llevada al extremo (El protagonista pone a su novela Hágase hizo por la frase de la biblia Hágase la luz y se hizo.) y la repetición, pues aunque Vilaseco escribió varias obras todas tienen exactamente las mismas palabras. Varios de los relatos son variaciones y parodia de un mismo tema: el arte moderno. Aquí tenemos a artistas que, como esos instaladores que ponen una mancha en la pared y hacen una exposición, llevan la representación a extremo ridículos, como el escultor que pone un rótulo a una plaza y sugiere que todo, desde el piso hasta el cielo, es su obra. O el pintor que hace cuadros de calles y luego las pinta de negro. Hay también un guiño al arte corporal. Un personaje que sale desnudo a la calle pero pinta en su cuerpo un traje que incluye bastón y reloj de bolsillo (Vestido l).
Hay también referencias al arte culinario: Una escuela que pugna por el regreso a los sabores básicos: salado, dulce, amargo y ácido. Así como un arquitecto que hace un edificio perfectamente “infuncional”. Y también la idea de una historia en que cada nación sería solamente vencedora (Francia habría tenido una gran victoria en Waterloo).
Esse est percipi es un pequeño relato (me hizo pensar en Philip K Dick) sobre la idea de que el futbol es una farsa y que los partidos están arreglados. De esto se da cuenta el narrador cuando descubre que ha desaparecido el monumental estadio de River. El libro cierra con “Los inmortales”, un cuento sobre la posibilidad de la inmortalidad que recuerda el texto que recuerda aquel breve relato que estos dos argentinos, junto con Silvina Ocampo, incluyeron en su Antología de la literatura fantástica. Una anciana que pidió la inmortalidad pero no la juventud eterna. Llegó a ser tan pequeña como una rata y a moverse una vez al año. En este caso. Bustos Domeq huye de la propuesta que le hace el doctor Narbondo.
Así termina el libro de este escritor magnífico: Honorio Bustos Domeq. Un autor que no es Bioy ni Borges pero que sintetiza el genio de ambos y agrega grandes dosis de humor e ironía. Algo que puede verse con mayor detalle con la reciente salida del libro Borges, de Bioy Casares, donde Borges no sólo es erudito y libresco, sino que también tiene, como no, un gran sentido del humor y una amplia capacidad para la ironía.
Un canon “personal” podría parecer una contradicción. Sin embargo, no hay duda que cada uno tiene sus influencias (y sus angustias). Libros o cualquier otro tipo de cosas que lo hayan marcado durante su vida, ya sea que esto se refleje en su trabajo o haya influido de una manera más profunda. Por ello me permito la osadía de hacer mi propio canon, parafraseando a Gabriel García Márquez cuando publicó la segunda edición de La mala hora (al añadir los “barbarismos” que un editor “prejuicioso” había quitado): por obra de mi soberana voluntad.
Comenzamos con un librito publicado por la editorial Losada que reúne a dos grandes de la literatura argentina en un solo personaje: Crónicas de Bustos Domeq. Juntos han creado una hilarante sátira del mundo cultural y artístico que difiere notablemente de lo que escribió cada uno por cuenta propia (aunque es memorable el inicio de Tlon, uqbar, orbis tertius, en donde Borges, cenando con Bioy Cásares, descubre una misteriosa enciclopedia y recuerda esa famosa cita: “la cúpula y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres”). Compuesto por veinte relatos que no rebasan las cinco páginas de extensión, pero que compiten entre sí en hilaridad e ironía. ¿Acaso esta troupe de artistas fracasados y embusteros literarios no representa lo que, en cada región abunda? En Veracruz y sobre todo en Chiapas (los sitios que conozco más a fondo) estos personajes podrían encontrar referentes en carne y hueso. Aunque hallo más honestidad en sus quiméricas e imposibles empresas que en los pedrestres intentos “poéticos” de muchos de mis contemporáneos.
El libro abre con “Homenaje a César Paladión”. Un relato que da carta de naturalidad al plagio como un hecho inevitable en la literatura, pero llevado a su expresión máxima:
“El periodo 1911-19 corresponde, ya, a una fecundidad casi sobrehumana: en rauda sucesión aparecen: El libro extraño, la novela pedagógica Emilio, Egmont, Thebussianas (segunda serie), El sabueso de los Baskerville, De los Apeninos a los Andes, La cabaña del tío Tom, La provincia de Buenos Aires hasta la definición de la cuestión Capital de la República, Fabiola, Las geórgicas (traducción de Ochoa), y el De divinatione (en latín)”.
El cronista no encuentra una clara evolución mental en la obra de Paladión, quien además –patetismo de patetismos- “tuvo que costar, de propio peculio la publicación de sus libros”. Cualquiera que piense en tantas ancianas ansiosas de contar sus aburridas existencias o en ansiosos tinterillos entenderá lo patético de la frase.
“Una tarde con Ramón Bonavena” resulta un relato magistral sobre el descripcionismo llevado al extremo y una burla de ciertos empeños literarios como el nouveau roman. Los seis volúmenes de Nor-noroeste se concretan, única y exclusivamente, a narrar lo que pasa en el ángulo de una mesa, con sucesivas adiciones de un cenicero de cobre, un lápiz de dos puntas, un alfiler, etc. El cuento provoca, por otro lado, una profunda reflexión sobre la imposibilidad de describir el mundo. Ponerse a hablar sobre algo es ya apelar al infinito.
Naturalismo al día retoma un texto de Borges –sobre la idea de que un mapa exacto abarcaría todo el territorio que quiere mostrar- y nos muestra a una serie de artistas que, ante la necesidad de crear una obra prefieren, simplemente, tomar lo que está ya hecho, como el crítico que, al hacer un análisis de La Divina comedia entrega a la editorial el infierno, el purgatorio y el cielo de Dante, o el poeta que gana un concurso de poemas a la rosa llevando, simplemente, una de estas flores.
Catálogo y análisis de los diversos libros de Loomis es una burla a los literatos que, pretendiendo escribir una obra maestra, la escamotean a amigos y conocidos sólo para al final revelar que nunca llegaron a nada. Recuerda, sin duda, Leopoldo, sus trabajos, el cuento de Augusto Monterroso sobre un escritor que se pasa investigando a fondo pero nunca escribe. El texto imita un ensayo serio acerca de un autor ya muerto, con un catálogo y breve análisis de las obras que escribió. Al principio parece que se trata de poemarios sumamente vitalistas, pues se explica que, para escribir Catre el autor vivió mes y medio en una pocilga para familiarizarse con dicha palabra. Aprendió vascuence para escribir Boina. O que una dolencia duodenal le llevó a escribir Nata. Pero al final se nos revela que en la obra de este autor el título y la obra son exactamente lo mismo:
“La obra de Loomis, según el cómputo maligno de un crítico, menos versado en literatura que en aritmética, consta de seis palabras: Oso, Catre, Boina¸Nata, Luna, Tal vez. Así será, pero detrás de esas palabras que el artífice destilara ¡cuántas experiencias, cuánto afán, cuánta plenitud!”.
El cuento acentúa aun más la ironía al final, cuando nos explica que una secta de cabalistas quería amalgamar las seis palabras del maestro en una frase simbólica. O que algunos editores querían incluso traducir su obra.
“El gremialista” es un texto sobre el hecho de que cada actividad humana, por mínima, breve o secreta que sea, es algo compartido. Con un lacónico estilo se resalta el intento del doctor Baralt por reseñar, en los seis volúmenes de Gremialismo, todas las posibles agrupaciones humanas. Empresa imposible de antemano pues alguien que enciende un fósforo y lo apaga sale de un grupo y entra en otro. Lo mismo que los que ahora en Brasil o África aspiran el olor de un jazmín o leen un boleto de micro. Pero recopilar una lista completa de los gremios tendría obstáculos:
“pensemos por ejemplo, en el gremio acual de individuos que están pensando en laberintos, en lso que hace un minuto los olvidaron, en lso que hace dos, en los que hace tres, en los que hace cuatro, en los que hace cuatro y medio, en los que hace cinco… En vez de laberinto, pongamos lámparas. El caso se complica. Nada se gana con langostas o lapiceras”.
“Lo que falta no daña” y “Ese polifacético: Vilaseco” son, respectivamente, la elipsis llevada al extremo (El protagonista pone a su novela Hágase hizo por la frase de la biblia Hágase la luz y se hizo.) y la repetición, pues aunque Vilaseco escribió varias obras todas tienen exactamente las mismas palabras. Varios de los relatos son variaciones y parodia de un mismo tema: el arte moderno. Aquí tenemos a artistas que, como esos instaladores que ponen una mancha en la pared y hacen una exposición, llevan la representación a extremo ridículos, como el escultor que pone un rótulo a una plaza y sugiere que todo, desde el piso hasta el cielo, es su obra. O el pintor que hace cuadros de calles y luego las pinta de negro. Hay también un guiño al arte corporal. Un personaje que sale desnudo a la calle pero pinta en su cuerpo un traje que incluye bastón y reloj de bolsillo (Vestido l).
Hay también referencias al arte culinario: Una escuela que pugna por el regreso a los sabores básicos: salado, dulce, amargo y ácido. Así como un arquitecto que hace un edificio perfectamente “infuncional”. Y también la idea de una historia en que cada nación sería solamente vencedora (Francia habría tenido una gran victoria en Waterloo).
Esse est percipi es un pequeño relato (me hizo pensar en Philip K Dick) sobre la idea de que el futbol es una farsa y que los partidos están arreglados. De esto se da cuenta el narrador cuando descubre que ha desaparecido el monumental estadio de River. El libro cierra con “Los inmortales”, un cuento sobre la posibilidad de la inmortalidad que recuerda el texto que recuerda aquel breve relato que estos dos argentinos, junto con Silvina Ocampo, incluyeron en su Antología de la literatura fantástica. Una anciana que pidió la inmortalidad pero no la juventud eterna. Llegó a ser tan pequeña como una rata y a moverse una vez al año. En este caso. Bustos Domeq huye de la propuesta que le hace el doctor Narbondo.
Así termina el libro de este escritor magnífico: Honorio Bustos Domeq. Un autor que no es Bioy ni Borges pero que sintetiza el genio de ambos y agrega grandes dosis de humor e ironía. Algo que puede verse con mayor detalle con la reciente salida del libro Borges, de Bioy Casares, donde Borges no sólo es erudito y libresco, sino que también tiene, como no, un gran sentido del humor y una amplia capacidad para la ironía.