Tenemos entonces al sujeto de prueba que hay que “ver” como por primera vez. Sus características han sido planteadas. El objetivo, ahora, es evitar los peligrosos escollos. En primera instancia, el pasado y las buenas y malas experiencias. En segundo lugar, y eso es muy importante, no caer en los errores ni del machismo ni de la misoginia. Como tercer punto olvidar toda esa tradición trovadoresca que ha hecho de nosotros unos auténticos pelmazos sentimentales, cuya única ocurrencia es llevar flores, copiar apresuradamente poemas (o llevar serenata con canciones llenas de rencor) y embriagarse mientras se recuerda la traición de la susodicha, olvidándonos, claro está, de todas los errores propios y que nadie nos obligó a cometer.
El pasado es un mal consejero. Casi siempre guardamos malos recuerdos. Que tire la primera piedra quien se sienta libre de ellos. Es difícil no experimentar las mismas sensaciones porque nuestro cuerpo está hecho para eso. Pensemos en las células. Esos pequeños responsables de que las cosas marchen correctamente en el negocio. Cuando algo nuevo se acerca, de inmediato hay que relacionarlo con lo ya conocido. Por ello es necesario que en las células haya un proceso químico inmensamente complejo que ayude a la aceptación. De lo contrario se da el rechazo. Pero sin duda, cuando el rechazo se vuelve frecuente, las células comienzan a provocar un alejamiento crónico de aquello que es dañino. El resultado, las cosas no funcionan como es debido porque la información que se transmite de cada organismo celular a otro está completamente corrompida.
Sin embargo, no hay duda que se pierden muchas oportunidades debido a esta “vacuna” errónea. Basta pensar en que existen seres que prefieren la soledad al rechazo para darse cuenta. La elección de la castidad es la peor opción, sobre todo si resulta involuntaria. Idealizar es otra mala idea. Pensemos en lo mucho que pedimos al cielo un ser inteligente, hermoso, cariñoso y sensible, y en las pocas ocasiones en que ese “ángel” es enviado. Detrás puede haber algo tan demoniaco que, en el futuro, rogaremos directamente al infierno que nos envíe a su demonio más afamado.
Por ello, armados de paciencia y sensibilidad, el descubrimiento de aquello que verdaderamente deseamos debe ser algo espontaneo. Hay que olvidar todo lo aprendido y pensar el encuentro como inevitable. Igual que dos cuerpos espaciales en potencial colisión, nuestra naturaleza se orienta a esa búsqueda. Por el simple hecho necesitar el amor tanto como una planta precisa la luz del sol. Es la materia prima que nos permitirá alimentarnos de lo espiritual y proseguir nuestro crecimiento. Por ello, la desesperanza es sólo un obstáculo en la cristalización de aquello cada vez más cercano. Igual que las mareas y los vientos, el ser amado se manifiesta cuando la luna llena aparece en el cielo. Y el hecho de que siga siendo un desconocido es totalmente intrascendente. Amarlo desde cualquier instante, enviar el amor hacia el futuro, es la mejor invitación para que se acerque.
El machismo y la misoginia (o sus contrarios) son también malas opciones al ver algo por primera vez. Considerar inferior a alguien sólo aumenta el enojo. Discriminarlo y detestarlo es aún más nocivo si, a fin de cuentas, dichos sentimientos casi siempre toman lo peor de cada uno y lo aplican a otro ser humano. Misoginia y machismo son proyecciones de seres que, de manera distinta (uno apelando a la ignorancia y la estupidez; el otro al conocimiento y el elitismo), expresan su desencanto y su inseguridad.
La tradición occidental del amor (al menos en su versión más trillada) tampoco es un buen elixir para la existencia, mucho menos cuando nos convertimos en seres manejados por sensaciones banales, más propias de un mono en celo o de un títere que de un ser humano inteligente y sensible. Una flor o un poema pueden ser encantadores si se utilizan con imaginación y originalidad. Pero cuando alguien se vuelve capaz de las mayores estupideces por una idea del “amor” que ni siquiera es auténtica (sino prestada a los medievales, y luego mezclada con una pizca de Platón y un poco de Romeo y Julieta), hay que revisar los esquemas. La libertad y la cercanía, pero sobre todo que algo no duela, son las condiciones mínimas para que el amor fluya. Cuando esto falta, una relación se convierte en un remedo grotesco de felicidad. Por otro lado, jugar al amor puede ser divertido cuando los castillos son construidos en el aire. Pero el resultado será el fracaso, porque aquello que se hace en un sitio tan poco estable caerá tarde o temprano.
Quien es esclavizado por sus deseos se pone las cadenas a sí mismo todas las noches, y la emancipación nunca llegará a menos que abra los ojos. Es más sano reconocer que un paradigma equivocado me ha llevado a los peores fracasos. Ver a alguien como si fuera la primera vez implica, entonces, librarse de los prejuicios por lo menos mientras la visión no desaparezca de nuestra vista. No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos, como dijo un escritor alemán.
El pasado es un mal consejero. Casi siempre guardamos malos recuerdos. Que tire la primera piedra quien se sienta libre de ellos. Es difícil no experimentar las mismas sensaciones porque nuestro cuerpo está hecho para eso. Pensemos en las células. Esos pequeños responsables de que las cosas marchen correctamente en el negocio. Cuando algo nuevo se acerca, de inmediato hay que relacionarlo con lo ya conocido. Por ello es necesario que en las células haya un proceso químico inmensamente complejo que ayude a la aceptación. De lo contrario se da el rechazo. Pero sin duda, cuando el rechazo se vuelve frecuente, las células comienzan a provocar un alejamiento crónico de aquello que es dañino. El resultado, las cosas no funcionan como es debido porque la información que se transmite de cada organismo celular a otro está completamente corrompida.
Sin embargo, no hay duda que se pierden muchas oportunidades debido a esta “vacuna” errónea. Basta pensar en que existen seres que prefieren la soledad al rechazo para darse cuenta. La elección de la castidad es la peor opción, sobre todo si resulta involuntaria. Idealizar es otra mala idea. Pensemos en lo mucho que pedimos al cielo un ser inteligente, hermoso, cariñoso y sensible, y en las pocas ocasiones en que ese “ángel” es enviado. Detrás puede haber algo tan demoniaco que, en el futuro, rogaremos directamente al infierno que nos envíe a su demonio más afamado.
Por ello, armados de paciencia y sensibilidad, el descubrimiento de aquello que verdaderamente deseamos debe ser algo espontaneo. Hay que olvidar todo lo aprendido y pensar el encuentro como inevitable. Igual que dos cuerpos espaciales en potencial colisión, nuestra naturaleza se orienta a esa búsqueda. Por el simple hecho necesitar el amor tanto como una planta precisa la luz del sol. Es la materia prima que nos permitirá alimentarnos de lo espiritual y proseguir nuestro crecimiento. Por ello, la desesperanza es sólo un obstáculo en la cristalización de aquello cada vez más cercano. Igual que las mareas y los vientos, el ser amado se manifiesta cuando la luna llena aparece en el cielo. Y el hecho de que siga siendo un desconocido es totalmente intrascendente. Amarlo desde cualquier instante, enviar el amor hacia el futuro, es la mejor invitación para que se acerque.
El machismo y la misoginia (o sus contrarios) son también malas opciones al ver algo por primera vez. Considerar inferior a alguien sólo aumenta el enojo. Discriminarlo y detestarlo es aún más nocivo si, a fin de cuentas, dichos sentimientos casi siempre toman lo peor de cada uno y lo aplican a otro ser humano. Misoginia y machismo son proyecciones de seres que, de manera distinta (uno apelando a la ignorancia y la estupidez; el otro al conocimiento y el elitismo), expresan su desencanto y su inseguridad.
La tradición occidental del amor (al menos en su versión más trillada) tampoco es un buen elixir para la existencia, mucho menos cuando nos convertimos en seres manejados por sensaciones banales, más propias de un mono en celo o de un títere que de un ser humano inteligente y sensible. Una flor o un poema pueden ser encantadores si se utilizan con imaginación y originalidad. Pero cuando alguien se vuelve capaz de las mayores estupideces por una idea del “amor” que ni siquiera es auténtica (sino prestada a los medievales, y luego mezclada con una pizca de Platón y un poco de Romeo y Julieta), hay que revisar los esquemas. La libertad y la cercanía, pero sobre todo que algo no duela, son las condiciones mínimas para que el amor fluya. Cuando esto falta, una relación se convierte en un remedo grotesco de felicidad. Por otro lado, jugar al amor puede ser divertido cuando los castillos son construidos en el aire. Pero el resultado será el fracaso, porque aquello que se hace en un sitio tan poco estable caerá tarde o temprano.
Quien es esclavizado por sus deseos se pone las cadenas a sí mismo todas las noches, y la emancipación nunca llegará a menos que abra los ojos. Es más sano reconocer que un paradigma equivocado me ha llevado a los peores fracasos. Ver a alguien como si fuera la primera vez implica, entonces, librarse de los prejuicios por lo menos mientras la visión no desaparezca de nuestra vista. No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos, como dijo un escritor alemán.