A la memoria de Ana Olivia
Este es mi décima participación (¿o debo decir debraye?) en este periódico. Un número redondo y me alegro de haber llegado a él. Por tanto cerraré dos ciclos. Como a las series de televisión diré que esta fue una primera temporada columnística y que -como Nip tuck, Heroes, 24, Desesperate housewifes y otras exitosas series gringas- hay que empezar la segunda temporada. El otro ciclo termina este 21 de agosto, pues se cumple un año del día más negro y triste de mi vida. Y no señores y señoras. Ya no quiero, como antes, Pintar todo de negro al ritmo de los Stones. Intento ser más positivo. Pero “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!Golpes como del odio de Dios” (Vallejo dixit). Ella fue muy hondo en las profundidades del océano de la noche y uno de mis propósitos de vida es saber qué encontró ahí. Al menos eso me impide cortarme las venas un día de estos, porque a fin de cuentas siempre habrá algo inesperado a la vuelta de los días (o eso quiero pensar, aunque a veces parezca que la única luz al final del túnel es la de un tren que viene del lado contrario).
Mars volta, el grupo del guitarrista Omar López y el cantante Blixer Zavala, tiene un disco genial: Deloused in the comatorium. King Crimson, Frank Zappa, Rush, Led Zeppelin, Voivod, metidos en una batidora averiada, mezclado con desquiciadas líricas y servidos a punto de hielo. Y suena bien, muy bien después de varias escuchas. Está dedicado a Julio Venegas, un amigo de Omar y Blixer quien, después de una sobredosis, quedó varios días en coma. Hacia el final del disco una canción hace cambio de tono. Se trata de una balada tan absolutamente desgarradora e impactante que uno se pregunta si este grupo fue bendecido directamente por el genio o el espíritu de Julio se metió en el estudio de grabación. Hacia el final de la canción las líricas son algo sublime, entonadas por la voz desgarradora de Blixer y acompañadas por la guitarra mágica de Omar.
Cuando pienso en Ana, mi prima más querida, descubro que el disco podría haber sido hecho para ella. Aunque su agonía fue más rápida, estuvo en un coma que nos mantuvo a quienes la amábamos (muchos le habían hecho daño, como su ex novio Diego, padre del pequeño Guillermo; o Arturo su padre, quien la despreciaba por haber tenido a un hijo tan joven, pero cualquier arrepentimiento era tardío) en un estado de ansiedad indescriptible. Cuando me dijeron que estaba en el hospital por un aneurisma, algo más denso que el miedo invadió mis vísceras. ¿Qué estaba ocurriendo? Algo no marchaba en absoluto. Hacía una semana habíamos hablado con ella por Messenger y yo le había enviado Nautilus, un cuento en que un submarinista se interna en lo profundo de su conciencia como quien lo hace en una gruta submarina. Ella estudiaba biología marina. “¿Te gustan las lampreas?”. Al parecer no conocía a esos pececillos casi transparentes que viven en lo más profundo del océano. Luego hablamos de mi futuro viaje a La paz, Baja California, a donde ella me invitaba a pasar unos días. Me describió lo que haríamos. Ir a la ciudad, un sitio sumamente tranquilo con personas agradables. Nos meteríamos a nadar. Veríamos la salida y la puesta de sol y quizá iríamos a los Cabos.
Nada de eso ocurrirá. Al menos no como lo habíamos pensado. A la semana siguiente tuvo un aneurisma fulminante. Como no soy médico no podría describir con mucha exactitud en qué consiste, pero básicamente es el rompimiento de una vena dentro de la cavidad craneal. Un derrame de sangre que destruye el cerebro y sus células como el ácido los circuitos de una computadora. En los siguientes días las noticias estaban cargadas de incertidumbre y se contradecían. Tuve un poco de respiro y me sentí optimista al creer que, aunque con complicaciones posteriores, Ana seguiría viviendo. Información que el sábado dio un giro. El segundo aneurisma había provocado muerte cerebral. Sólo quedaba esperar a que los órganos vitales se detuvieran lentamente. Y eso podría llevar de 24 a 48 horas.
Yo estaba en Puebla, y la ciudad me pareció más fea y desalmada que nunca. Se me ocurrió que la única opción que tenía era tomar un boleto a San Cristóbal para estar cerca de mi familia. Y lo hice, realizando uno de los viajes más angustiosos que recuerdo en mi vida. A pesar de las pastillas para dormir no conciliaba el sueño. Y cuando llegué la luz del día me pareció una lámpara desnuda sobre el pequeño valle y los rostros sonrientes calaveras que iban y venían en sus ajustados trajes de carne. Mi familia estaba con los ánimos por el suelo y todos contábamos los minutos y las horas. Sólo cabía esperar aunque, muy en el fondo, había esperanza. ¿Era posible un milagro o un suceso inesperado? El precio sin embargo era perecía excesivo. Un coma permanente o, si llegaba a despertar, ceguera, sordera, parálisis. Qué sé yo.
Ese domingo mi manera de enfrentarme a la muerte fue, de manera irónica, en brazos de una viuda (otra canción de Mars volta se llama “The widow”). Pocas veces el acto tomó una dimensión tan trascendente. La trágica y súbita muerte de su esposo, un año antes, se mezclaba con la que yo sufría, provocando algo angustioso y placentero. (el sexo y la muerte: las dos fuerzas más poderosas de las que gobiernan a los seres humanos). Después llegó el fin. El “espacio” virtual de Ana Olivia estaba lleno de fotografías de ella y de quien más amaba. El pequeño Guillermo, su hijo. Había muchas cosas. Desde ranas y peces hasta ella con su hermana Estefanía, pasando por pinturas y pequeños efectos personales. Me pregunté por qué alguien tan lleno de vida y con tanta sensibilidad debía sufrir algo así, tan joven y cuando aún tenía todo por hacer. Las teorías no se hicieron esperar. Ana había tenido un hijo a los dieciséis años y un poco después ya ganaba dinero haciendo planos arquitectónicos. Su vida fue rápida y precoz, e intensas sus diferencias con otros seres humanos. (Entre ellos una bruja llamada Norma, su madrastra. Un ser completamente despreciable y que se encargó de hacerle la vida imposible a Ana con sus reglas estúpidas).
Al enfrentarse con la muerte, el único consuelo es estar en paz con quien ha emprendido el viaje. Ana y yo compartíamos una cualidad esencial. Nos percatábamos de lo absurdo de las reglas sociales y lo banal de los empeños humanos; lo frío de la existencia y lo cruel de las relaciones. Podíamos hablar largo y tendido porque nuestros códigos eran similares. A veces cargados de tristeza y desilusión. En otras ocasiones de esperanza y alegría cotidiana. Pensemos, sobre todo, que una familia es algo que uno no escoge. Ella era uno de los pocos miembros de mis familias con quienes existía una comunicación verdadera. Como con una estrella fugaz, al irse nos hizo pedir un deseo. Yo me propuse que su agonía no fuera en balde. Que me sirviera todos los días para que mi mente fuera un submarino que jamás se cansara de explorar y nunca dejarme vencer por las tormentas y corrientes imprevistas.
De vez en cuando me pregunto qué pasó dentro de su mente en esos terribles instantes. El universo entero debió estar contenido en ese sueño profundo mientras nosotros observábamos. “Televators”, de The Mars Volta, lo expresa mejor. You should have seen The curse that flew right by you. Page of concrete. Stain walks crutch in hobbled sway. Autodafe. A capulary hint of red Everyone knows the last toes are Always the coldest to go. Cuya traducción libre sería: Debiste ver la maldición que volaba a tu lado. Página de concreto. Pasos manchados se incrustan en lúgubres movimientos. Auto de fe. Un escapulario apenas teñido de rojo. Sólo este manópodo, creciente en forma, ha escapado.
Este es mi décima participación (¿o debo decir debraye?) en este periódico. Un número redondo y me alegro de haber llegado a él. Por tanto cerraré dos ciclos. Como a las series de televisión diré que esta fue una primera temporada columnística y que -como Nip tuck, Heroes, 24, Desesperate housewifes y otras exitosas series gringas- hay que empezar la segunda temporada. El otro ciclo termina este 21 de agosto, pues se cumple un año del día más negro y triste de mi vida. Y no señores y señoras. Ya no quiero, como antes, Pintar todo de negro al ritmo de los Stones. Intento ser más positivo. Pero “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!Golpes como del odio de Dios” (Vallejo dixit). Ella fue muy hondo en las profundidades del océano de la noche y uno de mis propósitos de vida es saber qué encontró ahí. Al menos eso me impide cortarme las venas un día de estos, porque a fin de cuentas siempre habrá algo inesperado a la vuelta de los días (o eso quiero pensar, aunque a veces parezca que la única luz al final del túnel es la de un tren que viene del lado contrario).
Mars volta, el grupo del guitarrista Omar López y el cantante Blixer Zavala, tiene un disco genial: Deloused in the comatorium. King Crimson, Frank Zappa, Rush, Led Zeppelin, Voivod, metidos en una batidora averiada, mezclado con desquiciadas líricas y servidos a punto de hielo. Y suena bien, muy bien después de varias escuchas. Está dedicado a Julio Venegas, un amigo de Omar y Blixer quien, después de una sobredosis, quedó varios días en coma. Hacia el final del disco una canción hace cambio de tono. Se trata de una balada tan absolutamente desgarradora e impactante que uno se pregunta si este grupo fue bendecido directamente por el genio o el espíritu de Julio se metió en el estudio de grabación. Hacia el final de la canción las líricas son algo sublime, entonadas por la voz desgarradora de Blixer y acompañadas por la guitarra mágica de Omar.
Cuando pienso en Ana, mi prima más querida, descubro que el disco podría haber sido hecho para ella. Aunque su agonía fue más rápida, estuvo en un coma que nos mantuvo a quienes la amábamos (muchos le habían hecho daño, como su ex novio Diego, padre del pequeño Guillermo; o Arturo su padre, quien la despreciaba por haber tenido a un hijo tan joven, pero cualquier arrepentimiento era tardío) en un estado de ansiedad indescriptible. Cuando me dijeron que estaba en el hospital por un aneurisma, algo más denso que el miedo invadió mis vísceras. ¿Qué estaba ocurriendo? Algo no marchaba en absoluto. Hacía una semana habíamos hablado con ella por Messenger y yo le había enviado Nautilus, un cuento en que un submarinista se interna en lo profundo de su conciencia como quien lo hace en una gruta submarina. Ella estudiaba biología marina. “¿Te gustan las lampreas?”. Al parecer no conocía a esos pececillos casi transparentes que viven en lo más profundo del océano. Luego hablamos de mi futuro viaje a La paz, Baja California, a donde ella me invitaba a pasar unos días. Me describió lo que haríamos. Ir a la ciudad, un sitio sumamente tranquilo con personas agradables. Nos meteríamos a nadar. Veríamos la salida y la puesta de sol y quizá iríamos a los Cabos.
Nada de eso ocurrirá. Al menos no como lo habíamos pensado. A la semana siguiente tuvo un aneurisma fulminante. Como no soy médico no podría describir con mucha exactitud en qué consiste, pero básicamente es el rompimiento de una vena dentro de la cavidad craneal. Un derrame de sangre que destruye el cerebro y sus células como el ácido los circuitos de una computadora. En los siguientes días las noticias estaban cargadas de incertidumbre y se contradecían. Tuve un poco de respiro y me sentí optimista al creer que, aunque con complicaciones posteriores, Ana seguiría viviendo. Información que el sábado dio un giro. El segundo aneurisma había provocado muerte cerebral. Sólo quedaba esperar a que los órganos vitales se detuvieran lentamente. Y eso podría llevar de 24 a 48 horas.
Yo estaba en Puebla, y la ciudad me pareció más fea y desalmada que nunca. Se me ocurrió que la única opción que tenía era tomar un boleto a San Cristóbal para estar cerca de mi familia. Y lo hice, realizando uno de los viajes más angustiosos que recuerdo en mi vida. A pesar de las pastillas para dormir no conciliaba el sueño. Y cuando llegué la luz del día me pareció una lámpara desnuda sobre el pequeño valle y los rostros sonrientes calaveras que iban y venían en sus ajustados trajes de carne. Mi familia estaba con los ánimos por el suelo y todos contábamos los minutos y las horas. Sólo cabía esperar aunque, muy en el fondo, había esperanza. ¿Era posible un milagro o un suceso inesperado? El precio sin embargo era perecía excesivo. Un coma permanente o, si llegaba a despertar, ceguera, sordera, parálisis. Qué sé yo.
Ese domingo mi manera de enfrentarme a la muerte fue, de manera irónica, en brazos de una viuda (otra canción de Mars volta se llama “The widow”). Pocas veces el acto tomó una dimensión tan trascendente. La trágica y súbita muerte de su esposo, un año antes, se mezclaba con la que yo sufría, provocando algo angustioso y placentero. (el sexo y la muerte: las dos fuerzas más poderosas de las que gobiernan a los seres humanos). Después llegó el fin. El “espacio” virtual de Ana Olivia estaba lleno de fotografías de ella y de quien más amaba. El pequeño Guillermo, su hijo. Había muchas cosas. Desde ranas y peces hasta ella con su hermana Estefanía, pasando por pinturas y pequeños efectos personales. Me pregunté por qué alguien tan lleno de vida y con tanta sensibilidad debía sufrir algo así, tan joven y cuando aún tenía todo por hacer. Las teorías no se hicieron esperar. Ana había tenido un hijo a los dieciséis años y un poco después ya ganaba dinero haciendo planos arquitectónicos. Su vida fue rápida y precoz, e intensas sus diferencias con otros seres humanos. (Entre ellos una bruja llamada Norma, su madrastra. Un ser completamente despreciable y que se encargó de hacerle la vida imposible a Ana con sus reglas estúpidas).
Al enfrentarse con la muerte, el único consuelo es estar en paz con quien ha emprendido el viaje. Ana y yo compartíamos una cualidad esencial. Nos percatábamos de lo absurdo de las reglas sociales y lo banal de los empeños humanos; lo frío de la existencia y lo cruel de las relaciones. Podíamos hablar largo y tendido porque nuestros códigos eran similares. A veces cargados de tristeza y desilusión. En otras ocasiones de esperanza y alegría cotidiana. Pensemos, sobre todo, que una familia es algo que uno no escoge. Ella era uno de los pocos miembros de mis familias con quienes existía una comunicación verdadera. Como con una estrella fugaz, al irse nos hizo pedir un deseo. Yo me propuse que su agonía no fuera en balde. Que me sirviera todos los días para que mi mente fuera un submarino que jamás se cansara de explorar y nunca dejarme vencer por las tormentas y corrientes imprevistas.
De vez en cuando me pregunto qué pasó dentro de su mente en esos terribles instantes. El universo entero debió estar contenido en ese sueño profundo mientras nosotros observábamos. “Televators”, de The Mars Volta, lo expresa mejor. You should have seen The curse that flew right by you. Page of concrete. Stain walks crutch in hobbled sway. Autodafe. A capulary hint of red Everyone knows the last toes are Always the coldest to go. Cuya traducción libre sería: Debiste ver la maldición que volaba a tu lado. Página de concreto. Pasos manchados se incrustan en lúgubres movimientos. Auto de fe. Un escapulario apenas teñido de rojo. Sólo este manópodo, creciente en forma, ha escapado.
5 comentarios:
Hola Alexis.
Gracias por visitar mi blog. Este relato me ha impactado bastante y tu propósito de ser siempre un submarino que no se arredre ante súbitas tormentas me ha puesto a pensar y me ha enseñado algo. Por demás, sabes que Mars Volta es mi grupo favorito (fui a México a verlos hace un año :)
PD. En la foto es de Springfield, pero nació en Coatza y ahora vive en Mérida :)
Me gustó, me parece conmovedor, el mejor post que he leído en mucho tiempo, ya me tendrás por acá más seguido.
Saludos Alexis
Se escribe Bixler :)
Me conmovió la hsitoria, y la traducción de The Mars Volta. Me gsutaría encontrar un alma gemela como ustedes, a veces me siento tan solo, y tan condenado a ello que siento las ganas de morir.
Me gusto mucho yo he tenido muchos roces con la muerte a mis 24 y pienso que hay muchas preguntas sin respuesta y que hay heridas que siempre por mas que las curemos van a seguirnos toda la vida solo queda adaptarnos y aprender a vivir con ellas que bueno que existe la buenisima musica de Mars Volta ;)
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