viernes, 1 de noviembre de 2013

¿Somos esclavos de Facebook?

¿Está red social, creada por un nerd de Harvard con fines no del todo éticos, se ha vuelto propietaria de nuestras vidas? Yo creo que sí, mucho más de lo que imaginamos. Si no haz como yo hice e intenta darte de baja. No sólo es demasiado fácil restablecer tu cuenta sino que te conviertes en nadie. Pero eso no es tan malo en sí puesto que, a fin de cuentas, siempre es sano alejarse un rato de los controles sociales (y Fb, amigos míos, es el control social menos sutil, más enajenante y quizá más hipócrita que existe), pero entonces te das cuenta que necesitas comunicarte con otros seres humanos. Debes regresar porque ahí están todos. Lo terrible es que regresas y te sientes más sólo que nunca. ¿Por qué? Yo creo que FB, a pesar de su supuesta apertura democrática, está hecha para satisfacer algunos de los peores aspectos del ser humano. Y con esto no me refiero a que fomente los delitos, pero si encarna nuestra necesidad narcisista, nuestro constante deseo de llamar la atención, nuestras debilidades de carácter y nuestra frustración vital. Pero todo esto elevado a la cuarta potencia, día y noche, sin descanso, en un acto que el académico Bolívar Echeverría llama "codigofagia" o la incesante deglución de hechos a medias, sin digerir y sin posibilidad de reflexionarlos. En un círculo que no tiene final ni principio. Nos olvidamos entonces de comunicarnos realmente con las personas y dejamos que un sistema controle nuestros cerebros, como en la película "Daño cerebral", en donde precisamente una extraña criatura azul se apodera de la mente del protagonista convirtiéndolo en su esclavo.
Claro que no todo es malo. Después de todo casi todos nos sentimos emocionados al principio. Era emocionante encontrar a todos los que habíamos conocido en la vida. Pero en esto también atenta FB. Después de todo ¿quien ha dicho que eso sea adecuado para nuestro desarrollo? Creo qué apareen pequeños signos de cansancio y repetición generalizados. Un día FB deberá dar paso a una red social más evolucionada, un poco como Twitter quizá. Quizá las ideas del filósofo Baruch de Spinoza puedan darnos una pauta. Una forma de comunicación ética en el sentido de no pretender volvernos "yonquis de información", sino en verdaderos transmisores y receptores de ideas y sentidos. Pero se objetará que el ser humano es, en general, tendiente al chisme, a la discusión sin sentido, a la trivialidad y a la presunción; a las adiciones de cualquier tipo y a la enajenación absoluta. Y es obvio que FB es en un ochenta por ciento reflejo de esta parte de la naturaleza humana. Sin embargo, hay también en esta red social un 20 por ciento que vale la pena rescatar y que muchas veces pasa desapercibido. Desde ideas innovadoras a poesía, pasando por acciones sociales no gubernamentales, arte, buena fotografía y conciencia acerca de los derechos de los animales. Justo lo que quizá un día se rescaté de los servidores como pepitas de oro en un río del lejano Oeste.

Mientras tanto no nos queda otra opción que seguir siendo esclavos involuntarios e imaginar que eventualmete, mientras esperamos a ese Godot virtual alienados a nuestras azules pantallas, algo realmente humano ocurra. Ya no que nos libere de la terrible soledad posterior al 2012 (el verdadero Apocalipsis maya), pero al menos nos haga recordar con nostalgia esos momentos en que comunicarnos era realmente hacerlo a pesar de los obstáculos y no al revés, poer tantos obstáculos para comunicarnos cuando debería existir verdadera interacción. 

jueves, 16 de abril de 2009

Ok computer: La melancolía y la infinita tristeza de una obra de arte


¿De dónde nace la depresión? Esa tristeza infinita que parece no tener un origen preestablecido pero que está ahí, como la fuerza de gravedad, las personas que te odian o ese calcetín viejo a un lado de tu cama en las mañanas. Como ocurre con tantas cosas en la vida nadie tiene una única respuesta. Para los psiquiatras se trata de algo químico que se resuelve con valium; para los deportistas se trata de falta de endorfinas (sal a correr temprano y haz diez minutos de yoga con el video de los Korn flakes); para el predicador hay que acercarse a dios para experimentar una “alegría divina”.
Existe un disco que no se propone remedios para la depresión. Es más, la fomenta. Se trata de uno de los mejores discos de fin de siglo, de una banda clásica de la escena alternativa: Ok computer, de Radiohead. El disco difícilmente ha perdido su vitalidad original y aun no ha sido superado, ni por Radiohead (confieso que no pude escuchar completo In rainbows) ni por algún grupillo de la escena indi-emo. Seguramente, todos recordamos nítidamente cuando Airbag, la primera canción del disco, provocó un corto circuito en nuestros axones neuronales. Era algo tan distinto a Creep, su manoseado hit lacrimoso, y con tantas capas de sonido que supimos que iba a ser necesario poner un A. Ok y un D. Ok en el progreso de nuestras vidas: “Me asombra haber sobrevivido. Una bolsa de aires salvó mi vida”.
Después de esta canción, otro gran hito sónico inolvidable toma por asalto nuestros sentidos: Subterranean homescik alien. La canción tiene, por lo menos, diez distintos momentos emocionales en tan solo seis minutos. Tomando en cuenta lo que debían hacer Emerson, Lake and Palmer, Yes o Genesis para provocar un viaje a nuestros padres sin duda podemos hablar de música progresiva enlatada, como las sopas Campbell.
La tercera canción es como el intermedio musical del disco. Una canción letárgica y atmosférica como la película de un director italiano de culto. En ella, la batería y la guitarra se conjuntan como el escenario de fondo para que la voz de Yorke diga: “El respiro de la mañana. He olvidad el olor del aire cálido de verano”.
Exit music (for a film), como se dice, para “cortarse las venas con galletas de animalitos”. Probablemente podría achacársele un poco de efectismo en su melancolía, pero no se podría negar que sintetiza algo que ya estaba en el aire. La sensación de que todo se estaba yendo al diablo y que no habían esperanzas. Sin embargo, también es líricamente emotiva. El soundtrack perfecto para un recorrido solitario por las calles del alma.
Karma pólice es la canción más comercial del disco pero, al mismo tiempo, funciona como una especie de climax en el que guitarra y piano crean una melodía memorable y, sin duda, pegajosa, que se combina con una letra irónica: “Policía del karma, le di todo lo que tenía pero no es suficiente”. Al final la música se va apagando con un sonido computarizado, cortesía del ingeniero de sonido Niguel Godrich, como muchas de las texturas sonoras (y que hacen de Nigel el “George Martin” de la era virtual). A continuación, en lo que pareciera ser el manifiesto de la estabilidad absoluta basada en la nueva era de las computadoras, una voz que se parece mucho a la de Stephen Hawking expone las ventajas de vivir en el nuevo milenio.
Después comienza el último bloque; la parte más experimental en cuanto a producción: “Electioneering” muestra lo poderosa que puede sonar la guitarra de Colin Greenwood. “Climbing up the walls” utiliza el sonido de un tambor tribal al fondo, mientras en la superficie se desarrollan todo tipo de sonidos sintetizados. “No surprises” habla de alguien que no quiere más complicaciones en su vida y que todo sea uniforme, como si fuera un embrión alimentado por el sistema. “Lucky” es todo menos “feliz”: “Estoy en un giro. Siento que mi suerte puede cambiar. Mátame con amor”.
Ok computer cierra con “The tourist”, la canción más lenta; la voz de Yorke desgrana sus más melancólicos tonos para decir slowdawn una y otra vez (como ese movimiento que propone hacer las cosas de forma más tranquila), mientras el baterista Phil Selway toca redobles con escobillas.
¿Qué hace que este disco sea tan intenso, emocionalmente hablando? Creo que en Ok computer es efectivo porque, como el Sargento pimienta, Nevermind, London calling u otros discos que trascendieron sus épocas recoge los sentimientos que estaban en el ambiente y los convierte en canciones efectivas y sumamente intensas. La voz de Yorke es capaz de evocar los escenarios más desolados del mundo moderno (y al mismo tiempo cómodos, cual invernaderos): edificios de pasillos desiertos, centros comerciales en donde parejas sin amor recorren los aburridos días de sus vidas, oficinas deprimentes llenas de cables y máquinas de café; como ningún otro músico en el rock contemporáneo, Yorke expresa con su música la soledad y el fracaso; la nostalgia y la decepción; el deseo y la frustración, la imposibilidad de escapar de la rutina de nuestras vidas y la imposibilidad de desarrollar nuestros potenciales, el hastío de un domingo frente a la pantalla de la computadora, el hartazgo de uno mismo y de los otros, que son el infierno...
Regresar a Ok computer, a pocos días del concierto de Radiohead (al que no pude asistir por lo rápido que se terminaron los boletos) me hace recordar mis días en Xalapa. Mi ex novia trabajaba en un centro comercial y yo la esperaba durante varias horas, dando vueltas por las tiendas, observando los miles de objetos que se presentaban, radiantes, ante mí y a las personas que iban y venían sin observarse a los ojos, soñando con cosas imposibles e internándome en los laberintos de los sueños frustrados. Creo que Ok computer podría ser una obra de teatro llamada Esperando a Godot frente a la pantalla de una computadora.

miércoles, 22 de octubre de 2008

El arte de la novela 2/La fuente de la vida


Al llegar a La casa de cambio Bastian ha perdido todo, incluido su nombre. Ahora es nadie. Su ambición desmedida y sus deseos equivocados han provocado un desastre en Fantasía. ¿Es acaso una metáfora de cómo al convertirnos en adultos olvidamos nuestros más profundos anhelos? (para algunos teóricos es entre los cinco y los diez años como se experimentará el mundo en adelante). Bastián ha perdido a su madre, su padre es indiferente y odia la escuela, en donde sólo recibe humillaciones y burlas. Piénsese el contraste entre la manera en que se le trata ahí y su estancia en Amarganz, en donde hay incluso una biblioteca que lleva su nombre y los libros con todas las historias que se le han ocurrido (es curioso que todas las historias que inventa se hacen realidad, pero al mismo tiempo ya estaban ahí, como Graogram, la criatura más temible de Fantasía o los ayayai, seres de gran fealdad que con sus lágrimas crean estructuras hermosas. La paradoja es que mientras más desea e inventa más olvida, incluso cuando decide ser el hombre más sabio de Fantasía, al grado de que olvida que alguna vez fue niño.
Como adulto que es ahora, Bastian se deja seducir por Xayide, la bruja, que representa las tentaciones mundanas, los deseos vacuos, los caminos equivocados que estamos destinados a tomar de vez en cuando, así como la ambición desmedida. Al llegar a la torre de marfil se descubre que la emperatriz infantil está ausente y Xayide propone a Bastián convertirse en el nuevo soberano de Fantasía, lo que provoca una ruptura entre Bastián y Atreyu y una batalla por la torre de marfil. Atreyu es herido por la espada de Bastián y huye con Fújur, pero Bastian los persigue y en su camino llega a la ciudad de los antiguos emperadores, en donde la historia de que cien monos con máquinas de escribir llegarían a producir, en millones de años, una tragedia de Shakespeare es invertida. Ahí el mono muestra como todos los que quisieron ser emperadores de fantasía están condenados a repetir este ejercicio toda la eternidad.
Ahora, Bastián deberá pasar por La casa de cambio y La cueva de las imágenes antes de llegar a La fuente de la vida. En la casa de cambio lo espera doña Aiuola, quizá el personaje más misterioso de todo el libro. Ella es como una planta. Florece gracias a Bastián y hace el papel de madre, pues la casa crece y se hace pequeña para adaptarse a las necesidades de Bastián, quien ahora es un niño indefenso. Doña Aiuola es un arquetipo materno que representa uno de los deseos más profundos de la mente: el afecto. Para encontrar la fuente de la vida Bastián debe recibir los frutos de doña Aiuola y alimentarse de ella antes de que se marchite.
Cuando Bastián se va de la Casa de cambio doña Aiuola se marchita y él sigue su camino hacia la cueva de las imágenes, en donde vive el minero Yor. Ahí encuentra una imagen que le recuerda a su padre y entonces olvida su nombre. Pero reaparecen Atreyu y Fujur y lo llevan a la fuente de la vida. Hay dos serpientes que se muerden la cola, una negra y una blanca. Juntas sostienen el universo.
La fuente de la vida es lo que está grabado en el Auryn y es además la puerta entre fantasía y el mundo real, a donde Bastián debe regresar para poder dar amor a su padre. Pero antes ha debido buscar sus verdaderos deseos, y nada es tan difícil en la vida. Existen demasiados estímulos, demasiadas cosas que podemos hacer, pero ¿cuántas de ellas nacen verdaderamente en el alma? ¿Cuántas constituyen en verdad nuestros anhelos más profundos y cuántas son sólo producto de nuestras satisfacciones momentáneas? Bastián quiso fuerza, belleza, ser admirado y reconocido y después ser incluso adorado; debió ser seducido también por una hechicera malvada que movía a su antojo a los seres vacíos; también quiso sabiduría, formar parte de una comunidad y por último ser emperador de fantasía; todo esto antes de descubrir lo que realmente anhelaba: ser amado.
Probablemente al final de La historia interminable quede la interrogación de qué significa realmente ser amado, sin embargo, en ocasiones lo importante es el camino y no la meta. Por ese motivo esta novela es también una metáfora del camino que debe seguirse antes de encontrar algo por lo que realmente valga la pena vivir, un sentido para la existencia que sólo puede encontrarse ahí en donde fantasía y el mundo real se conectan.

viernes, 17 de octubre de 2008

De extrañas fobias




Las fobias son resultado de traumas de infancia o, simplemente, de juventud, de madurez o de estar vivos. Las personas pueden tener miedo a todo tipo de cosas, incluso de las aparentemente más inofensivas (no podemos saber si en su juventud esa inocente muchacha fue atacada por un tampón asesino, por ejemplo, y ella tenga "tamponfobia"). A continuación una breve lista de fobias extrañas, a veces inpronunciables, pero que igual existen.




Peladofobia: Miedo a la gente calva.


Xirofobia: Miedo a las cuchillas.


Galeofobia: Miedo a los gatos.


Triscadecofobia: Miedo al número trece (o supertición).


Otofobia: Miedo al número 8


Fobofobia: Miedo a las fobias (?)


Y el favorito, Filofobia: Miedo a enamorarse o a estar enamorado.




Creo que podrían agregarse más fobias. Hay tantas cosas a que temerle que no terminaríamos de nombrarlas. Aquí un ejemplo.




Intelectualpedantefobia: Miedo a los que sabiondos que creen saberlo todo.


Poetamalditofobia: Miedo a los poetas que se creen Rimbaud o Baudeleire.


Tramitofobia: Miedo a meterse en lúgubres oficinas y quedarse atascado en trámites imposibles.


Feministapoetaradicalfobia: Miedo a cierto tipo de mujeres extremistas.


Chicaszafadasfobia: Miedo a tener una relación con una loquita que debería estar en el manicomio.


Cancióncursifobia: Miedo a las canciones demasiado dulces y chocantes.


Amigoenamoradofobia: Miedo a los amigos (pero sobre todo a sus ridiculeces) que llevan el enamoramiento a extremos enfermizos.


Manafobia: Miedo a este chafa banda cuya única virtud es su baterista.


Otras: emofobia, goberpreciosofobia, crackfobia (miedo a los escritores del crack), hippiefobia, fresofobia (aplica en la Ibero sobre todo), pipopefobia (miedo a los poblanos), etc, etc.


Bueno, hay otro tipo de fobia por el cual no debería estar poniendo esto: blogofobia. Y una en la que da miedo agregar un comentario: postfobia.


viernes, 3 de octubre de 2008

El arte de la novela 1/Haz lo que quieras



La primera novela que me fascinó fue, indudablemente, La historia interminable.
¿Hubo otra antes? Se pregunta Humbert Humbert evocando los motivos secretos que lo llevaron a maravillarse de Lolita. Pues está Momo, del mismo autor. La historia de la niña que peleó contra los ladrones del tiempo junto con su amiga Casiopea. Pero no fue la misma emoción que me produjo la historia interminable, que lamentablemente parecía tener fin a pesar del título. Sin embargo, entre la frase Libros de ocasión escrito al revés y el capítulo final en el que Bastián llega a la fuente de la vida y se reconcilia con su padre mi fascinación encontró un manantial inagotable. Las aventuras de Atreyu, el piel verde, luchando contra la nada mientras se encuentra frente a enemigos formidables, fueron sólo el principio. Después Bastian Baltazar Bux se mete en el libro y obtiene el poder del Auryn que sólo tiene una regla: “Haz lo que quieras”, y entonces la imaginación que guía secretamente al narrador simplemente rompe el dique que separa la fantasía de la “realidad”. Todo es posible. Y quiero decir, todo, desde un ser que nace viejo y se muere siendo un bebé hasta larvas que lloran y crean un mar de lágrimas, pasando por una bruja que vive en una mano o un ser que es únicamente la voz con que habla.
Con el paso del tiempo me fui dando cuenta de algunos de los secretos mecanismos ocultos en la Historia interminable. Algunos ya estaban el La odisea, por supuesto, pero muchos otros fueron creados por el autor, aunque tengan su origen en los más diversos arquetipos (para usar una expresión de Jung). Sobra decir que la fuente de la vida es algo que está presente en las más diversas culturas. Y si de personajes extraños y excéntricos se trata tenemos a Alicia en el país de las maravillas y a la desconocida novela de Amos Toutola, Mi vida en la maleza de los fantasmas, un verdadero muestrario de la fantasía africana y sus más oscuras pesadillas (como ejemplo, una mujer que tiene a sus maridos en el vientre).
En La historia interminable ocurre, un poco como en Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, que el lector es un personaje más. Si para Richard Linklater (el director de esa maravillosa película que es Walking life y de Scaner darkly) todos somos perdedores la mayor parte del tiempo, Bastian Baltasar Bux (tres bes) representa al antihéroe por antonomasia. Una nulidad en todo el sentido de la palabra como diría el señor Karl Koread Konder (tres k´s) y cuya única virtud es tener una fantasía interminable. “Las pasiones humanas son un misterio. La de Bastían eran los libros”. Que arroje la primera piedra quien no se haya sentido aludido. La vida, a fin de cuentas, es casi siempre aburrida y tediosa (al menos para quienes no tenemos un espíritu aventurero muy desarrollado). Quien no se recuerde abandonado sin motivo por la chica que amaba o imposibilitado para viajar a ese maravilloso país al otro lado del mundo por falta de tiempo y dinero no entenderá La historia interminable de la misma forma ni el poder del fascinante Auryn, que lleva primero al lector Bastian/lector de la vida real a la selva Peregrin y al desierto (solo para empezar). Bastian simplemente pierde la cabeza ante tanto poder, como haría cualquiera, y cae en las garras de la bruja Xayide y de sus gigantes de hierro. Ella podría verse como la representante de la ambición, en una lectura simple, pero también como las acechanzas de la edad adulta. Por eso Bastian debe ir a La casa de cambio, con doña Auiola, para comprender que la vida está en constante cambio y que nada es estable.
(continuará).

sábado, 22 de marzo de 2008

Mi canon/el hospital judío del sexo y la muerte

El sexo y la muerte, las dos fuerzas más poderosas que gobiernan el destino del ser humano. ¿O alguien está en desacuerdo?
Quizá los médicos.
Para alguien cuyo trabajo es el cuerpo humano ocurre algo muy curioso. Lo poético y lo maravilloso deja de serlo y las relaciones entre dos seres, en una cúpula que intenta congeniar lo separado, lo que una vez debió estar unido, se convierte en un hecho científico mesurable y aun más, observable.
Eso no impide que en un hospital el espíritu llame al espíritu y la carne sea tan débil como en cualquier otra parte. O probablemente, aun más. Un médico ve cara a cara a la muerte todos los días, y no hay algo más vivo que un cuerpo sobre, bajo, al lado de uno, pero palpitante y en su estado más carnal y lleno de líbido.
Sin embargo, creo que los médicos en ocasiones guardan un secreto que no se atreven a confesar. Probablemente hay más sexo en los hospitales del que un respetuoso cirujano se atreve a admitir. Y tampoco es algo de lo que se enteren todos. Probablemente la fantasía casi lugar común de las enfermeras sea algo más. Una especie de “mito primordial” que oculta apenas, con un par de velos, lo duro que resulta la práctica médica diaria y la necesidad de un bálsamo.
¿Pero cómo realizar una investigación en lo que se oculta? ¿A quién preguntarle? Una cuestión difícil tomando en cuenta, sobre todo, el hecho de que hay un tabú general a ver la práctica médica desde un punto de vista que no sea como “guardianes de la vida”, como seres sumamente congraciados con su profesión, que han decidido sacrificarse en aras de los enfermos que tanto les necesitan.
Al respecto La casa de dios (editorial Anagrama), de Samuel Shem -probablemente la mejor novela que se haya hecho sobre la práctica médica-, es una de las mejores maneras de entrar “hasta el quirófano” en la práctica diaria de los aspirantes a doctores, muchas veces inmersos en situaciones totalmente absurdas e inconcebibles. Algunas casi kafkianas. Por descontado, es una novela sin tabúes que se atreve a denunciar lo que normalmente no se dice sobre el sistema médico.
El prólogo a esta obra maestra es del escritor John Updike, famoso por su ciclo de novelas sobre “Conejo” Amnstrong, (una detallada anatomía de la vida cotidiana en las ciudades pequeñas de Estados Unidos). Updike compara La casa de dios con Catch 22, la novela de Joseph Heller sobre la formación de los soldados, con el agregado detalle de que los hospitales habían sido un tabú hasta ese momento:

"En el entorno mórbido imperante, los arrebatos de lujuria llegan de un mundo tan remoto como el de las cartas del padre de Basch, con sus asociaciones serenamente ilógicas. La actividad sexual entre enfermeras y médicos aparece aquí como alivio mutuo, como refugio de ambas categorías de prodigadores de cuidados, agobiados por la enfermedad y la muerte circundantes, por todo lo que de desagradable y patético y fútil y repulsivo hay en la carne mortal".

Roy Basch, protagonista de La casa de dios, comienza su narración con un punto de vista muy singular del deseo sexual. Ha pasado su internado en La casa de Dios –un hospital fundado por el Pueblo Norteamericano de Israel para que sus hijos e hijas calificados laboren como Diós manda, y disfruta unas merecidas vacaciones en Francia con su novia:

"Si exceptuamos las gafas de sol, Berry está desnuda. Incluso ahora, de vacaciones en Francia y con mi año de interno recién enterrado en su fosa, sigo sin ser capaz de ver sus imperfecciones físicas. Adoro sus pechos, la forma en que cambian cuando se echa, boca abajo o boca arriba, o cuando se pone de pie, y cuando camina. Y cuando baila. Oh, cómo adoro sus pechos cuando baila. Los ligamentos de Cooper los mantienen erguidos. Los Caídos de Cooper, cuando se dan de sí. Y su pubis (sínsifis púbica), en el que el hueso bajo la piel es la verdadera fuerza que conforma el Monte de Venus".

Desde que Roy Basch entra en la Casa de Dios su vida se desquicia completamente. Comienza a descubrir que en los hospitales también hay jerarquías. Tortuosas y complicadas jerarquías kafkianas que están incluso sobre la vida de las personas. Cualquiera que haya trabajado en una “institución” entenderá un poco al respecto, con el hecho agregado de que “los peces” comercian con la salud y con la vida de sus pacientes. “Las cosas deben hacerse como nosotros decimos”. Pronto el protagonista descubre, con ayuda de su mentor “El gordo”, que las labores deben hacerse de manera distinta a como le enseñaron en la universidad. Esto lo va aprendiendo rápidamente el protagonista. Algunas de las sabias frases del “Gordo” son: “Los gommers no mueren” (Así se llama a los ancianos que parecen ser eternos en sus quejas y enfermedades). Los jóvenes, en cambio, parecen ser los que más rápido perecen, en una triste ironía como la del joven médico negro cuya enfermedad incurable lo lleva en un par de meses a la tumba.
En medio de un clima de locura, entre doctoras ortodoxas y perfeccionistas que echan todo a perder y gommers que no dejan de provocar lata, Roy encuentra un escape. Las enfermeras de la casa de dios son muy hermosas y deshinibidas. Constantemente el protagonista siente deseo por ellas, sobre todo en los momentos difíciles. Y ellas no son precisamente ajenas a este deseo sexual que flota en el ambiente. Al contrario, parecen fomentarlo. Como Molly, la enfermera más cachonda del hospital y una de las amantes de Roy:

"Siempre que pensaba en Molly, pensaba en sus ´inclinaciones´ y en su ropa interior de encaje y en las lágrimas que había derramado al pensar que iba a morir cuando se bajó las bragas para enseñarme aquel lunar en lo alto del muslo. Siempre que pensaba en Molly, algo bullía dentro de mis pantalones, y me sentía más joven, y se me encendía un fulgor en la mirada, y pensaba en mi primer amor, en aquel caos agridulce de hurgar a tientas en broches y cinturones y cremalleras y de pensar en padre y de arrellanarnos en sofás y en asientos delanteros y traseros de coches y en butacas de cine y en rocas y en cualquier parte menos en la cama".

Pero Roy no es el único que tiene relaciones con las enfermeras. Los otros internos, de distintas maneras y por diferentes razones, también lo hacen. “El enano”, un asustado aprendiz de médico que tiene como novia a una frígida poeta feminista, logra salir con una de las enfermeras más codiciadas del hospital justo en una de las más caóticas guardias de Basch, con lo que tiene una noche magnífica y se empieza a propagar el rumor de que ella “hace cosas maravillosas con la boca”.
Sin embargo, el “clímax” (literalmente) del libro la constituye la orgía del capítulo . Aunque no se entiende del todo si lo que aquí se narra ocurre de verdad o sólo en la imaginación sadiana de Basch. En todo caso, es en fragmentos como éste en que Samuel Shem se revela como un brillante escritor que combina con gran eficacia el humor, el erotismo y el drama, logrando además una escena que se fija en todos los sentidos.

!Muslos de trueno me desató, y en cuanto tuve los brazos y las piernas libres abarqué con cada uno de ellos su cuerpo, de forma que estaba dentro de ella y fuera de ella al mismo tiempo, y entonces, como un gommer que hubiera recibido el tratamiento de Rejuvenecimiento de Ponce de León, le di la vuelta y la tumbé boca arriba y me puse encima de ella y empecé a hacer lo que alguien sin pelos en la lengua llamaría follar como es debido, y mientras le daba duro al asunto como un auténtico León pensé en romperle las narices al doctor Leggo, y entonces Ángel empezó a gemir y a decir algo que, ahora sin necesidad de gesto alguno, sonaba como: “fóllame el coño, mi niño…, fóllame el coño, mi niño”.

Cuando le pregunté a una amiga doctora si en los hospitales había sexo me respondió tajantemente que sí, y mucho. Sin embargo, el hecho de que el elemento más esencial de la vida ocurra en un lugar u otro no es lo más importante. Creo que lo que más interesa es la intrínseca humanidad de los médicos, a veces oculta por el común afán de considerarlos guardianes entre la vida y la muerte. Con su cinismo habitual “El gordo” pregunta a Roy –después de decir que los médicos no son diferentes del común de los mortales. Sólo fingen serlo para hacerse los importantes- que “la mayor fuente de enfermedades en este mundo es la enfermedad del propio médico: su compulsión de tratar de curar y su equivocada creencia de que puede hacerlo. No es tan fácil no hacer nada, ahora que la sociedad le dice a todo el mundo que su cuerpo está lleno de imperfecciones y a punto de autodestruirse”.
En todo caso, esta novela ya es bastante interesante simplemente por su sexo desenfrenado y su mensaje entre líneas: si el sexo y la muerte son las dos fuerzas más poderosas entonces la segunda es la mejor manera de afrontar a la segunda, y un hospital el sitio en donde ambas líneas llegan a cruzarse. Y si no, que le pregunten a Roy Basch y a su diario coqueteo con ambas en su forma más pura y más directa.

viernes, 22 de febrero de 2008

Mi canon/Crónicas desaforadas de un voyeur de la cultura



Harold Bloom, ese gordo simpático que se la pasa hablando de la angustia de las influencias, el agón, y Shakespeare, ha retomado el concepto canon del monumental estudio de Ernest Robert Curtius, Literatura europea y edad media latina, para quien dicha idea, así como el de lo clásico, tenía su origen en la antigua retórica y era como “esto es bueno, esto no tanto, eso apesta”.
Un canon “personal” podría parecer una contradicción. Sin embargo, no hay duda que cada uno tiene sus influencias (y sus angustias). Libros o cualquier otro tipo de cosas que lo hayan marcado durante su vida, ya sea que esto se refleje en su trabajo o haya influido de una manera más profunda. Por ello me permito la osadía de hacer mi propio canon, parafraseando a Gabriel García Márquez cuando publicó la segunda edición de La mala hora (al añadir los “barbarismos” que un editor “prejuicioso” había quitado): por obra de mi soberana voluntad.
Comenzamos con un librito publicado por la editorial Losada que reúne a dos grandes de la literatura argentina en un solo personaje: Crónicas de Bustos Domeq. Juntos han creado una hilarante sátira del mundo cultural y artístico que difiere notablemente de lo que escribió cada uno por cuenta propia (aunque es memorable el inicio de Tlon, uqbar, orbis tertius, en donde Borges, cenando con Bioy Cásares, descubre una misteriosa enciclopedia y recuerda esa famosa cita: “la cúpula y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres”). Compuesto por veinte relatos que no rebasan las cinco páginas de extensión, pero que compiten entre sí en hilaridad e ironía. ¿Acaso esta troupe de artistas fracasados y embusteros literarios no representa lo que, en cada región abunda? En Veracruz y sobre todo en Chiapas (los sitios que conozco más a fondo) estos personajes podrían encontrar referentes en carne y hueso. Aunque hallo más honestidad en sus quiméricas e imposibles empresas que en los pedrestres intentos “poéticos” de muchos de mis contemporáneos.
El libro abre con “Homenaje a César Paladión”. Un relato que da carta de naturalidad al plagio como un hecho inevitable en la literatura, pero llevado a su expresión máxima:

“El periodo 1911-19 corresponde, ya, a una fecundidad casi sobrehumana: en rauda sucesión aparecen: El libro extraño, la novela pedagógica Emilio, Egmont, Thebussianas (segunda serie), El sabueso de los Baskerville, De los Apeninos a los Andes, La cabaña del tío Tom, La provincia de Buenos Aires hasta la definición de la cuestión Capital de la República, Fabiola, Las geórgicas (traducción de Ochoa), y el De divinatione (en latín)”.
El cronista no encuentra una clara evolución mental en la obra de Paladión, quien además –patetismo de patetismos- “tuvo que costar, de propio peculio la publicación de sus libros”. Cualquiera que piense en tantas ancianas ansiosas de contar sus aburridas existencias o en ansiosos tinterillos entenderá lo patético de la frase.
“Una tarde con Ramón Bonavena” resulta un relato magistral sobre el descripcionismo llevado al extremo y una burla de ciertos empeños literarios como el nouveau roman. Los seis volúmenes de Nor-noroeste se concretan, única y exclusivamente, a narrar lo que pasa en el ángulo de una mesa, con sucesivas adiciones de un cenicero de cobre, un lápiz de dos puntas, un alfiler, etc. El cuento provoca, por otro lado, una profunda reflexión sobre la imposibilidad de describir el mundo. Ponerse a hablar sobre algo es ya apelar al infinito.
Naturalismo al día retoma un texto de Borges –sobre la idea de que un mapa exacto abarcaría todo el territorio que quiere mostrar- y nos muestra a una serie de artistas que, ante la necesidad de crear una obra prefieren, simplemente, tomar lo que está ya hecho, como el crítico que, al hacer un análisis de La Divina comedia entrega a la editorial el infierno, el purgatorio y el cielo de Dante, o el poeta que gana un concurso de poemas a la rosa llevando, simplemente, una de estas flores.
Catálogo y análisis de los diversos libros de Loomis es una burla a los literatos que, pretendiendo escribir una obra maestra, la escamotean a amigos y conocidos sólo para al final revelar que nunca llegaron a nada. Recuerda, sin duda, Leopoldo, sus trabajos, el cuento de Augusto Monterroso sobre un escritor que se pasa investigando a fondo pero nunca escribe. El texto imita un ensayo serio acerca de un autor ya muerto, con un catálogo y breve análisis de las obras que escribió. Al principio parece que se trata de poemarios sumamente vitalistas, pues se explica que, para escribir Catre el autor vivió mes y medio en una pocilga para familiarizarse con dicha palabra. Aprendió vascuence para escribir Boina. O que una dolencia duodenal le llevó a escribir Nata. Pero al final se nos revela que en la obra de este autor el título y la obra son exactamente lo mismo:

“La obra de Loomis, según el cómputo maligno de un crítico, menos versado en literatura que en aritmética, consta de seis palabras: Oso, Catre, Boina¸Nata, Luna, Tal vez. Así será, pero detrás de esas palabras que el artífice destilara ¡cuántas experiencias, cuánto afán, cuánta plenitud!”.

El cuento acentúa aun más la ironía al final, cuando nos explica que una secta de cabalistas quería amalgamar las seis palabras del maestro en una frase simbólica. O que algunos editores querían incluso traducir su obra.
“El gremialista” es un texto sobre el hecho de que cada actividad humana, por mínima, breve o secreta que sea, es algo compartido. Con un lacónico estilo se resalta el intento del doctor Baralt por reseñar, en los seis volúmenes de Gremialismo, todas las posibles agrupaciones humanas. Empresa imposible de antemano pues alguien que enciende un fósforo y lo apaga sale de un grupo y entra en otro. Lo mismo que los que ahora en Brasil o África aspiran el olor de un jazmín o leen un boleto de micro. Pero recopilar una lista completa de los gremios tendría obstáculos:

“pensemos por ejemplo, en el gremio acual de individuos que están pensando en laberintos, en lso que hace un minuto los olvidaron, en lso que hace dos, en los que hace tres, en los que hace cuatro, en los que hace cuatro y medio, en los que hace cinco… En vez de laberinto, pongamos lámparas. El caso se complica. Nada se gana con langostas o lapiceras”.

“Lo que falta no daña” y “Ese polifacético: Vilaseco” son, respectivamente, la elipsis llevada al extremo (El protagonista pone a su novela Hágase hizo por la frase de la biblia Hágase la luz y se hizo.) y la repetición, pues aunque Vilaseco escribió varias obras todas tienen exactamente las mismas palabras. Varios de los relatos son variaciones y parodia de un mismo tema: el arte moderno. Aquí tenemos a artistas que, como esos instaladores que ponen una mancha en la pared y hacen una exposición, llevan la representación a extremo ridículos, como el escultor que pone un rótulo a una plaza y sugiere que todo, desde el piso hasta el cielo, es su obra. O el pintor que hace cuadros de calles y luego las pinta de negro. Hay también un guiño al arte corporal. Un personaje que sale desnudo a la calle pero pinta en su cuerpo un traje que incluye bastón y reloj de bolsillo (Vestido l).
Hay también referencias al arte culinario: Una escuela que pugna por el regreso a los sabores básicos: salado, dulce, amargo y ácido. Así como un arquitecto que hace un edificio perfectamente “infuncional”. Y también la idea de una historia en que cada nación sería solamente vencedora (Francia habría tenido una gran victoria en Waterloo).
Esse est percipi es un pequeño relato (me hizo pensar en Philip K Dick) sobre la idea de que el futbol es una farsa y que los partidos están arreglados. De esto se da cuenta el narrador cuando descubre que ha desaparecido el monumental estadio de River. El libro cierra con “Los inmortales”, un cuento sobre la posibilidad de la inmortalidad que recuerda el texto que recuerda aquel breve relato que estos dos argentinos, junto con Silvina Ocampo, incluyeron en su Antología de la literatura fantástica. Una anciana que pidió la inmortalidad pero no la juventud eterna. Llegó a ser tan pequeña como una rata y a moverse una vez al año. En este caso. Bustos Domeq huye de la propuesta que le hace el doctor Narbondo.
Así termina el libro de este escritor magnífico: Honorio Bustos Domeq. Un autor que no es Bioy ni Borges pero que sintetiza el genio de ambos y agrega grandes dosis de humor e ironía. Algo que puede verse con mayor detalle con la reciente salida del libro Borges, de Bioy Casares, donde Borges no sólo es erudito y libresco, sino que también tiene, como no, un gran sentido del humor y una amplia capacidad para la ironía.

sábado, 2 de febrero de 2008

En la masmédula


Ningún Stradivarius es comparado en forma, ni en resonancia, a las caderas de ciertas colegialas
Oliverio Girondo, Membretes

Para Abisue Cortés. Lector fiel

La relectura de Oliverio Girondo me ha provocado querer patear todo. “Hay días en que no soy más que una patada. ¿Pasa una motocicleta? ¡Gol!... en la ventana de un quinto piso. ¿Se detiene una calva?... Allá va por el aire hasta ensartarse en algún pararrayos. ¿Un automóvil frena al llegar a una esquina? Instalado de una sola patada en alguna buhardilla.”
¿Quién es este sorprendente y maravilloso poeta? No es una personalidad. Es un Koktail de personalidades. El Oliverio de carne y hueso murió en Buenos Aires. El otro se ha perpetuado en la imaginación de desencantados vitales como el conflictuado protagonista de la película de Eliseo Subiela, El lado oscuro del corazón. Ahí aparece vendiendo sus poemas a los automovilistas, empujando un pene gigante por las principales calles de Buenos Aires o recitando ese famoso poema sobre las mujeres voladoras para después apretar un botón y abrir una trampa en su cama.
En todo caso, son los poemas del Oliverio lo que aquí nos interesa. El conjunto de esta obra es una de las más interesantes empresas poéticas en Latinoamérica. Oliverio fue un cosmopolita y un atento observador de las cosas y sus movimientos. Su primer libro, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, es la bitácora de viaje de un salvaje americano que se deleita recorriendo el mundo y anotando todo lo que sus azoradas pupilas engullen. En este primer libro se alternan poemas sobre Río de Janeiro, Dakar, o Venecia, como en este Croquis sevillano:

“Pasan perros con caderas de bailarín. Chulos con los pantalones lustrados al betún. Jamelgos que el domingo se arrancarán las tripas en la plaza de toros”.

con imágenes de Buenos aires llenas de erotismo, como éste dedicado a Las chicas de flores:

Las chicas de flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda”.

Calcomanías también está impregnado con la mirada que quiere asirlo todo y el cosmopolitismo exacerbado. Así Toledo:

“perros que se pasean de Golilla
Con los ojos pintados por el Greco”.

Con Espantapájaros hay cambio. Se vendió bien (“Un libro debe fabricarse como un reloj y venderse como un salchichón”) pero fue poco comentado. Escribe Rose Corral:

“Al énfasis puesto en la plasmación sensorial de las cosas cede el lugar a la exploración de pulsiones ocultas e incontroladas, al despliegue de lo imaginario, a una suerte de indagación en torno al sujeto o a la identidad, una identidad expansiva que quiebra la oposición convencional entre lo interior y lo exterior, entre el yo y el mundo. El erotismo y la mujer, motivos centrales del surrealismo, cobran igualmente una fuerza inusitada en este volumen”.

Es curiosa la fama que ha adquirido el primer texto. En realidad nadie sabe lo que significa que una mujer sepa volar o que tenga las nalgas a 78 centímetros del suelo. ¿Es nuestro poeta un misógino? Más bien se trata de una obsesión constante de Oliverio. Espantapájaros está permeado por irreverente erotismo que abarca todo, como en el texto siete: “Amor impostergable y amor impuesto. Amor incandescente y amor incauto. Amor indeformable. Amor desnudo”. O el texto doce, único con forma de poema:

“Se miran, se presienten, se desean
Se acarician, se besan, se desnudan
Se respiran, se acuestan, se olfatean,
Se penetran, se chupan, se demudan…

O el poema 22, donde se clasifica a las mujeres por su sexo:
“Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las mujeres con un sexo prehensil”

Pero nada como la advertencia de la abuela en el texto catorce:

“Las mujeres cuestan demasiado trabajo o no valen la pena. ¡Puebla tu sueño con las que te gusten y serán tuyas mientras descansas!”
“No te limpies los dientes, por lo menos, con los sexos usados. Rehúye, dentro de lo posible las enfermedades venéreas, pero si alguna vez necesitas optar entre un premio a la virtud y la sífilis, no trepides un solo instante ¡El mercurio es mucho menos pesado que la abstinencia!”

Los siguientes poemarios fueron Interlunio, un largo poema en prosa dedicado a su esposa, la poeta Norah Lange, y Persuasión de los días. En éste el tono cambia. Se trata del cansancio y del tedio de Ejecutoria del miasma:

“Este clima de asfixia que impregna los pulmones
De una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
Que intoxica la vida
Y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo”.

Hay ecos de Lautreamont y de Baudelaire, aunque tenues. Lo que más se nota es que el poeta ha alcanzado madurez en su voz. Un recurso que se usa mucho es la repetición de vocablos y de motivos, como es el caso de Rebelión de vocablos. Pero también en Arena, en donde ésta palabra denota un profundo tedio:

“De arena el horizonte
El destino de arena
De arena los caminos
El cansancio de arena”.

Así llegamos a En la masmédula, su último y más complejo libro. Se han dicho varias cosas. Que se parece a Trilce, de Vallejo, en su manera de llevar las palabras al límite, cortándolas, juntándolas o alterándolas. Me detendré un instante en Noche tótem:

“Son los trasfondos otros de la in extremis médium
Que es la noche al entreabrir los huesos
La mitoformas otras
Aliardidas presencias semimorfas
Sotopausas sosoplos.”

Quizá se pueda relacionar con una idea de Apollinaire: “Un poema o una sinfonía de fonógrafo podría muy bien consistir en ruidos artísticamente escogidos y líricamente mezclados o yuxtapuestos mientras que por mi parte, yo no estoy por la idea de que se pueda constituir un poema imitando un ruido sin ningún sentido lírico, trágico o patético”

Hasta aquí un brevísimo recorrido por la poesía de Girondo. Quedémonos con el Espantapájaros, “La desorientación de mi generación tiene su explicación en la dirección de nuestra educación, cuya idealización de la acción era, -¡sin discusión!- un a mistificación, en contradicción con nuestra propensión a la meditación a la contemplación y a la masturbación”.

sábado, 12 de enero de 2008

Un librito lluvioso


Merodeando en una librería de Tuxtla encontré un curioso librito. Se trata del poemario Lluvias, de Alexis Saint-Léguer Léguer, mejor conocido para la posteridad (me recuerda una frase de Groucho Marx “¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mi?“) como Saint-John Perse. Más que libro es una plaquette que no rebasa las treinta páginas, y cuya virtud principal es haber sido traducido por otro célebre Caribeño, de una isla más grande que la pequeña Guadalupe en donde Perse vivió y alimentó su infancia (Entonces te bañaban en el agua-de-hojas-verdes; y el agua era aún sol verde;). José Lezama Lima, poeta hermético y barroco, escribió un prólogo complejo como la poesía que estaba traduciendo.
Lluvias fue publicado por la Universidad Autónoma de Chiapas en su colección Paradigma. Y llegó a la institución por intermedio de Raúl Garduño. Fue Rosario Castellanos la intermediaria entre Lezama Lima y el autor de Poema de la zorra. En 2005 José Martínez Torres se encargó de publicar la plaquette que ahora tengo en mis manos. La publicación original ocurrió, sin embargo, en 1946, en el número nueve de la revista Orígenes y posteriormente, en 1961, constituyó el cuarto cuaderno de la colección “Centro”, de ediciones La tertulia. Un largo e incierto camino que involucra a por lo menos cuatro poetas (de variada calidad, claro está).
En ocasiones la poesía debe viajar enormes distancias espaciales y temporales antes de llegar a su destinatario. En este caso atravesó también las fronteras de un idioma. Pluies, tal como Perse lo concibió, no es el mismo Lluvias que, por intermedio de Lezama Lima y ante mi escaso francés, me es posible ahora leer. La complejidad, sin embargo, no termina ahí. Estamos ante un poeta poco leído y mucho menos interpretado. Un autor de culto que nunca buscó el reconocimiento y cuyo interés principal fue hacer una poesía épica que diera cabida a la diversidad y pluralidad del mundo sin menoscabo de dimensión o importancia.
Sin embargo, quien desee aprender geografía de una manera heterodoxa y vital puede usar a Perse como su “libro de cabecera”. Así, la mención del árbol bayán en el primer verso incita a una búsqueda en google. Se trata de un cruel parásito que crece en otros árboles y crea una estructura similar a una jaula alrededor del infortunado anfitrión, hasta matarlo. Más curioso resulta el hecho de que bayán apareció en varios episodios de Lost como refugio ante el ataque de bestias salvajes. También me entero que la escritora hindú Arundathi Roy (ganadora del premio Booker por El dios de las pequeñas cosas) escribió el guión para una serie de televisión llamada El árbol banyan. La poesía de Perse es tan cargada que cada verso nos llevaría a una búsqueda similar. Y en el camino, como en un árbol semántico, hallaríamos tanto datos irrelevantes como información valiosa. Perse es el poeta de “las conexiones”. Su poesía no se parece a la de nadie, pero incluye a todos. Es el poema de lo vasto y de lo infinitesimal al mismo tiempo. Lluvias es sólo un fragmento. Perse ha cantado a los Mares, los Pájaros y los Vientos. Y también ha entonado su canto para celebrar La infancia y para un largo viaje cuyo nombre recuerda a Jenofonte: Anábasis.
Probablemente la dificultad de Perse radique en dos aspectos. El muy extenso vocabulario de sus poemas y la forma que utiliza: el versículo. Versos tan largos que el poema parece prosa sin llegar a serlo. Las cláusulas de Perse se prolongan y al hacerlo agregan más cláusulas y palabras inauditas.

“Un polípero precoz muestra sus bodas de coral en toda esta leche de agua viva.
Y la idea desnuda como un peleador en sus redes peina en los jardines del pueblo su cabellera de doncella”

Rastrear las innumerables fuentes de esta poesía es tarea compleja. Al un texto de Gerardo Deniz, publicado en el número 210 de Vuelta, que llena algunas lagunas sobre la obra de Sainth-Leger Leguer. Miembro del servicio exterior francés y habiendo recorrido varios países, poseía un impresionante bagaje que, según algunos críticos, no tenía nada de libresco sino que debía más a la experiencia. Al respecto una curiosa anécdota. Cuando la familia de Alexis dejó su isla y llegó a Francia, las cajas donde se transportaban los libros de la extensa biblioteca cayeron al mar durante el desembarco. Lograron llevarlas a tierra firme. Sin embargo, cuando las abrieron en ellas sólo quedaba una espesa y chorreante masa de papel (un hecho que podría prestarse a más de una alegoría).
Al leer a Deniz, sin embargo, uno llega a la conclusión de que las fuentes son mixtas, y que sólo de una existencia tan maravillosa y una mente tan sensible podía surgir tan maravillosa poesía. Al respecto Deniz, refiriéndose a Anábasis, comenta:

“Creo tan sólo advertir, cosa muy natural, que en el poema inciden en especial hechos concretos que rodeaban al autor en el tiempo de escribirlo. Imposible olvidar, tampoco, que en Anábasis confluyen las historias seléucidas (Vlll), el coloso silbante de Memnón (Vl), el nombre árabe de la montaña (lll) y todo cuanto se quiera”.

Así es la poesía de Perse. Un cofre en donde uno puede encontrar tesoros maravillosos. Una mitología tan personal y hermética, en ocasiones, como la de un Wiliam Blake, aunque de un tono muy distinto. Es, sin embargo, junto con la de T. S. Eliot o Wiliam Buttler Yeats, una de las obras poéticas más valiosas del siglo pasado.

viernes, 4 de enero de 2008

El espacio simbólico en Pedro Páramo



Luz Aurora Pimentel en su libro El espacio de la ficción[1], afirma que la descripción consiste en poner en equivalencia un nombre y una serie predicativa y se forma con un modelo descriptivo (lógico-lingüístico, arquitectónico, pictórico) que excluye lo que no concuerde con él. Sin embargo algunos elementos, más que describir un objeto o lugar lo califican, añadiendo subjetividad. Su reiteración, a lo largo de un texto –en forma de campo semántico– genera una relación entre lo puramente descriptivo y lo ideológico. Como ejemplo, la autora expone la repetición de ciertos adjetivos –innoble, abortadas, infames, siniestro, impúdico, descarado– en un texto de Balzac[2]. Estos calificadores subjetivos (no dan cuenta de propiedades del objeto sino de una reacción del narrador. Connotan una impresión –en el ejemplo sordidez– al espacio descrito. Por ello, “la descripción es el lugar de convergencia de los valores temáticos y simbólicos de un texto narrativo”[3].
Otro importante elemento es la metáfora. Mientras que una excesiva expansión de la descripción diluye el objeto verbal que se quiere construir, la metáfora proporciona una significación sintética. Es un fenómeno de interacción que perturba y transforma la significación del enunciado o texto en que aparece.
A.J. Greimas expuso el hecho de que un texto siempre acepta ciertos elementos para generar su contexto[4] y rechaza los no adecuados. La metáfora hace interactuar dos campos semánticos diferentes y extiende una propiedad que es sólo válida para la unión de esos términos. Además crea configuraciones descriptivas sensoriales (visuales, táctiles, olfativas y todo lo relacionado con la sinestesia)[5]. A continuación veremos como se dan estos elementos en las descripciones de Pedro Páramo.
El sema que se carga simbólicamente y es espacio privilegiado en donde transcurren las acciones de la novela es Comala. Rulfo dijo que “Comala es un símbolo. Es una rueda de barro donde calientan las tortillas (...) es un símbolo del calor que hace en el lugar donde se desarrolla la historia”.
Es en el segundo fragmento en donde tenemos la primera descripción de Comala: El camino subía y bajaba: “Sube y baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja.”
¿Por qué una parte del texto está en cursiva? Lo sabremos un poco más adelante, cuando Juan Preciado afirme que trae los ojos que su madre le dio para que viera Comala. De esta forma el texto en cursiva será Comala visto por los ojos de Dolores Preciado mientras que la letra normal incluye lo que su hijo va observando mientras pasa.
“Hay allí, pasando el puerto de los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche”.
En esta breve descripción se utiliza el allí del recuerdo como contraste del aquí de la enunciación. El puerto de los Colimotes es de donde parte el punto de vista para hacer una panorámica de Comala que destaca por el uso de los colores. El verde y el amarillo. El blanco y el negro son suficientes para dar una imagen casi pictórica del pueblo de Dolores Preciado.
La siguiente descripción corresponde a Juan Preciado: “En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía”.
En este caso la llanura adquiere las propiedades de una laguna: claridad, calma, etc. La descripción está dada en tres planos. Por un lado la llanura. De ella emergen vapores a través de los cuales hay un horizonte gris (de nuevo el juego de los colores). El narrador usa la expresión más allá para mostrar la línea de montañas como segundo plano. Un tercer plano es la más remota lejanía, que únicamente se menciona sin decir lo qué hay en ella.
En adelante la descripción utilizará esta especie de claroscuro: el contraste entre lo que Juan Preciado nos comunica y la Comala del pasado, vista a través de los ojos de su madre. Veamos más ejemplos.
El tercer fragmento comienza con una evocación de Sayula. La descripción utiliza sólo dos elementos. Los gritos de los niños y las palomas. Primero aparece el grito de los niños, luego las palomas. Después ambos elementos se unen y los gritos revolotean igual que las palomas. Hay además una brillante síntesis del día en clarohoscuro: “Cuando aún las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol”.
El fragmento seis empieza con una evocación de la infancia de Pedro Páramo. La descripción evoca un momento de tranquilidad, cuando ha terminado la tormenta. La atmósfera está dada por algo tan simple como una hoja de laurel. Las gotas, al caer sobre ella, hacen un ruido: Plas. Después la brisa sacude las ramas del granado. La imagen que sigue es de una gran belleza, pues provoca una lluvia que estampa la tierra con gotas brillantes. El último elemento de la descripción pone a jugar al sol y al aire. El primero con el segundo y éste con las hojas.
Esto son unos cuantos ejemplos de la forma en que están dadas las descripciones en Pedro Páramo. La riqueza descriptiva es enorme, en todo caso, y sería imposible citar todos los ejemplos en que destaca la belleza casi pictórica del lenguaje rulfiano.
[1] Luz Aurora Pimentel, El espacio de la ficción. México, Siglo XXl, 2001. pp.
[2] Ibid. p. 27.
[3] Luz Aurora Pimentel, El relato en perspectiva. México, Siglo XXl, 1998. p. 41.
[4] “Conjunto de categorías semánticas redundantes que permiten la lectura uniforme de una historia” (A.J. Greimas, Del sentido ll, España, Gredos, p. 188)
[5] Luz Aurora Pimentel, El espacio en la ficción, pp. 89-109.

domingo, 30 de diciembre de 2007

El lector recorre las islas/1


El Caribe y sus grandes libros.

¿Cómo una región del mundo que aparentemente ha tenido poco tiempo para desarrollarse presenta tanta riqueza cultural, no sólo en letras sino en todas sus expresiones artísticas? Como explican Ana Margarita Mateo y Luis Álvarez en su libro El caribe en su discurso literario, la respuesta podría estar en la geometría no euclidiana de los fractales, expuesta por el matemático Benoit Mandelbrot. El Caribe es un objeto fractal en la medida en que, a pesar de la diversidad, puede estudiarse como una unidad en la que cada componente contiene una imagen del todo.
Dice el libro:

“La literatura del Caribe, desde sus orígenes, ha venido proyectándose en una dirección creciente. Desde los últimos decenios del siglo XX los bullentes procesos germinativos, manifestados ya en el siglo XlX, se manifiestan con madurez en una serie de aspectos de interés fundamental, no ya para definir o comprender la cultura del Caribe, sino para alcanzar una visión integradora de la literatura de América Latina en su conjunto. No sólo han sido trascendidos los cepos modeladores que, desde Europa, ejercieron un influjo limitante en nuestro desarrollo, sino que las letras del Caribe han alcanzado a configurar modelos propios”[1]

Los jacobinos negros, de C. L. R. James, escritor nacido en Trinidad, es una apasionante y estremecedora crónica sobre la primera gran rebelión de esclavos en el Caribe. Relación novelada de las terribles condiciones en que vivían los esclavos traídos del Golfo de Guinea en barcos negreros, en donde la vida era eran lo más parecido al infierno que la mente humana pueda concebir. También es la odisea de un hombre que estaba destinado a grandes hazañas a primera vista irreales, que lo convierten en el adalid del primer país independiente de Latinoamérica: Haití. Eventualmente la historia de Toussaint L Ouverture es usada por Alejo Carpentier en El reino de este mundo, donde el término realismo mágico adquirió carta de naturalización. La descripción que hace James de los esclavos capturados, sin embargo, rebasa cualquier ficción y nos presenta la realidad en toda su crudeza.

“Los esclavos eran capturados en el interior, atados los unos a los otros en columnas, cargados con pesadas piedras de 18 o 20 kilos para evitar tentativas de fuga y a continuación obligados a emprender el largo camino hasta el mar, centenares de kilómetros en ocasiones, los enfermos y los débiles desplomándose para morir en la selva africana (...). Al llegar a los puertos de embarque se los encerraba en empalizadas para ser inspeccionados por los tratantes de esclavos (...). Dentro de los barcos, se comprimía a los esclavos en galerías escalonadas las unas sobre las otras. A cada uno le era concedido un espacio de apenas un metro y medio de largo por un metro de alto, de manera que no pudieran ni estirarse ni sentarse erguidos (...). La estrecha proximidad de tantos cuerpos desnudos, la carne amoratada y ulcerada, el aire fétido, la disentería reinante, la basura acumulada, convertía estas guaridas en un infierno”.

Difícil imaginar tanta miseria, y eso es sólo el principio. Cuando bajaban a sus lugares del destino “la mercancía” (pues para la mayoría de los comerciantes y propietarios no pasaban de eso) era revisada minuciosamente por los compradores; luego les escupían a la cara a los negros y, convertidos en propiedad de su nuevo amo, eran marcados con hierros candentes en ambos lados del pecho.
En las plantaciones de azúcar los esclavos trabajaban desde el alba hasta el anochecer, con un breve descanso. Si mostraban fatiga eran golpeados por los látigos de los capataces. Vivían en cabañas sin luz ni ventilación y comían lo poco que les daban sus amos, además de plantar sus propias cosechas para comprar ron o tabaco. Además, los castigos eran muy duros: latigazos, mutilaciones, hierros en las manos y en los pies, etc.
Irónicamente, en una región del mundo casi al margen de las zonas de influencia se ha desarrollado una cultura que no es posible observar sólo en su profundidad histórica. De ser así, nos encontraríamos con nativos exterminados en pocos decenios, como expone Fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. De todo ello sólo quedan algunas palabras usuales, (como Caribe, que viene de caníbal. O Antillas, de lentejas) en nuestro vocabulario y huellas de la destrucción provocada por los europeos en algunos ensayos y novelas, como En busca de Eldorado. Crónica novelada de V. S. Naipaul en donde se expone el encuentro de algunos documentos que detallan la manera en que Trinidad se convirtió en una isla primero de negros llevados a la fuerza de su tierra, y después en un lugar donde exiliados hindúes trabajaban con la caña de azúcar. Indignado ante lo que para él es una isla pobre y sin cultura, Naipaul se convirtió en un perpetuo exiliado que ha recorrido el mundo buscando la síntesis de lo colonial desde en las pequeñas calles de Trinidad, como en Miguel Street, o en los países de África, en donde el gobierno del dictador en turno es pretexto para describir, con gran realismo y no poco pesimismo, la situación de un país africano recién independizado (Un recodo en el río), sin olvidar la India de sus antepasados, descrita con maestría en India, una civilización perdida.
Pero la novela en donde la oscura visión de Sir Vidia –como le llamaba su amigo Paul Theroux, (a quien un buen día abandonó en África, con lo que Theroux escribió Sir Vidia s Shadow, en donde narra su tormentosa amistad con Naipaul) se refleja con mayor crudeza es Una casa para Mr. Biswas. Un periodista venido a menos e inconforme con el sistema en que le ha tocado vivir logra comprar una casa pocos meses antes de su muerte. Así empieza el primer capítulo. El resto es la crónica de quien toda su vida intenta escapar a las rígidas costumbres y a la pedestre visión de la familia de su esposa. Hindúes exiliados que han transportado íntegras sus costumbres a Trinidad. El corrosivo humor de Naipaul se incrusta en cada frase, y a través de los ojos de Mr. Biswas nos damos cuenta de su enorme desencanto y a sus casi absurdos intentos por liberarse del lugar en que se encuentra atrapado. Como refugio sueña con esa casa que podrá comprarse cuando al fin consiga su libertad.
La moderna Odisea no se desarrolla en las lejanas islas de Grecia, sino en esa pequeña región de América a la que a veces se niega su lugar dentro del ámbito latinoamericano. En una extensión te tierras relativamente pequeña y con pocos años de historia como naciones ha surgido una literatura que ha rebasado las expectativas y que parece haberse desarrollado con gran rapidez. No es extraño que el premio Nobel haya recaído tres veces en escritores caribeños: Sainth John Perse, Derek Walcott y V. S. Naipaul son sólo los icebergs visibles de una cultura en ebullición. Tras ellos una pléyade de escritores y artistas han desarrollado una obra de gran profundidad, con un lenguaje que se nutre de todos los dialectos y lenguajes. Así Texaco, de Patrick Chamoiseau, muestra cómo el habla popular y la lengua literaria no son incompatibles entre sí. Al contrario. Juntos forman una polifonía de gran belleza que se va creando desde las confesiones de la vida de Marie Sophie Laborieux. A través de su historia se va tejiendo la de su país: Martinica, en cuatro diferentes épocas que se señalan, precisamente, con los materiales con que se hicieron las casas. Tiempo de paja, tiempo de barro y tiempo de hormigón. El nombre de la novela es al mismo tiempo el de la compañía norteamericana en donde los habitantes de la ciudad, orillados por la miseria, fabrican sus hogares. Al final su determinación puede más que los intentos de correrlos del dueño de los terrenos. Pero antes tenemos la historia entera de Martinica. Cómo los negros lograron su independencia de los bekes después de muchos sufrimientos, la destrucción de la primera capital por el volcán Santa Helena, la llegada de las compañías transnacionales con la avanzada de un nuevo Cristo que sólo al entrar recibe una pedrada, la vista a lo lejos del anciano alcalde Aime Cesaire y sobre todo la voz incansable de Marie Sophie Laborieux aleteando sobre todo eso eso:

“En la orilla de los ríos, la arena del volcán ya es arena buena. Pero la arena de la orilla del mar está llena de sal y de hierro. Así pues, yo la dejaba a merced de las lluvias hasta que tomase buen color”.

En una visión diametralmente opuesta tenemos a Jean Rhis y su Ancho mar de los Sargazos. En esta novela la visión no es de los negros siendo maltratados y humillados por los blancos, sino que una familia venida a menos que antaño poseyera grandes extensiones de tierra labradas por manos esclavas. Cuando la esclavitud llega a su fin se ven en aprietos y los esclavos toman venganza, expulsando de sus tierras a los antiguos propietarios. A la postre, como en la novela Jane Eyre en que está basada, la hija se vuelve loca y comienza a tener extrañas alucinaciones, en parte provocadas por los ritos vudus. Lo irónico es que termina sus días en una torre en Inglaterra, igual que la protagonista de la obra capital de Charlote Bronte. La novela está cargada de lirismo y nos muestra una imagen poco usual en la literatura caribeña. La de los antiguos plantadores o Bekes, como eran llamados por los esclavos.

[1] Mateo, Ana Margarita y Álvarez Luis, El caribe en su discurso literario, p. 16.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Zaid no existe


Se revela misterio de conocido escritor nunca visto en público

Por fin se descubrió la verdad acerca de Gabriel Zaid, el escritor de Monterrey que nunca había querido mostrarse en público y cuyos libros y artículos han sido una útil guía política e intelectual para más de una generación de mexicanos cultos. Zaid no existe, reveló ayer Andrés Allende, uno de los involucrados en el proyecto y quien, harto de ser ninguneado por sus compañeros, decidió confesar el engaño de una vez por todas: “Todo empezó con una idea de nuestro mentor Aurelio Guerra”, dijo en entrevista exclusiva para este periódico. “Cuando regresó de la embajada que ocupaba en la India nos sugirió, a mí y a mis compañeros de bando –el crítico literario Winston Pérez Smith, el historiador y director de la revista Grafías neoliberales Ernesto Kaufman, dos jóvenes poetas que se integraron después (Julio Trejo y Luis Amor), el muy humilde narrador y ensayista Roberto Ruiz Sancho y varios otros personajes que por el momento no han sido revelados– que inventásemos un escritor que fuera todo lo contrario a nosotros. Un lúcido crítico de nuestro medio literario, del sistema político y de las instituciones, y que además se metiera con el monopolio cultural creado por don Aurelio Guerra sin que las discusiones pasaran a algo más delicado o dieran una vuelta de más en terrenos que no les correspondía.
La farsa resultó en varios libros y casi un centenar de artículos sobre todos los temas posibles y todas nuestras estupideces imaginables. El escritor Gabriel Zaid –cuyo nombre, según Allende, fue inventado con ayuda de una sesión espiritista en la que Jorge Cuesta se apareció a los asistentes para dictarles el nombre– surgió en el panorama de nuestras letras para guiarlas por el camino del sentido común y darles una tunda cuando se pasaban de malcriadas. El único inconveniente era el hecho de que tendría que presentarse en público. Pero como los escritores suelen ser excéntricos, Zaid tenía, como Alfonso Reyes –de quien se tomó el supuesto lugar de origen de Zaid, Monterrey–su torre de marfil inaccesible. Al mismo tiempo, como J. D. Salinger o Thomas Pinchon, padece alergia a la fama y no se ha dejado fotografiar nunca. De esa manera, como es explicable, no existe ninguna foto y nadie lo ha visto, aunque muchos intelectuales hayan presumido haber comido con él o mantenido una ilustrísima charla. Un ejemplo es Silvia Martina Rivas, quien afirmó haber estrechado su mano y comido en su casa: “Era un hombre muy atractivo, un poco parecido a Mauricio Garcés, con canas en las sienes y una gran personalidad. Incluso pasó algo más y, honestamente, nunca imaginé que la inteligencia y la energía sexual exacerbada pudieran convivir en un mismo hombre. He visto a las mejores mentes de mi generación siendo víctimas de la impotencia”.
Ante el escándalo que se ha suscitado, Winston Pérez Smith, Ernesto Kaufman, Roberto Ruiz Sancho, Julio Trejo y Luis Amor han preferido guardar silencio y se rumora que, avergonzados, han dejado el país en bicicletas, aviones trimotores u ómnibus de poesía mexicana mientras Allende, tras el fin de esta locura, no se resigna a que Zaid deje de existir. “Es uno de mis personajes favoritos junto con Hans Castorp, Stephen Dedalus y Falstaf. Representa una evolución en mi vida intelectual. He aprendido mucho durante la redacción de sus libros. Uno de ellos, De los libros al poder, fue escrito casi en su totalidad por un servidor. Cuando terminé, durante un mes de febril redacción, fui al espejo para tratar de despojarme de su espíritu. ¿Soy Andrés Allende o soy Gabriel Zaid? Me mojé la cara con agua y por fin recuperé mi verdadera identidad, pero algunos de los rasgos de nuestro personaje han quedado tan entrelazados en mí que en más de una ocasión me ha ocurrido, cuando me preguntan mi nombre, responder soy Gabriel Zaid. ¿Con quién tengo el gusto?
Ante esta situación hemos decidido sugerir a nuestros lectores que no se dejen engañar por los intelectuales o por personajes ilustres que no puedan tocar con sus propias manos. Siempre es útil cerciorarse de que una idea valiosa ha emergido de un cerebro real. Casos se han dado en la historia de obras que no han sido escritas por quien lo firma, o de poetas que son muchos personajes (así tenemos el caso de Ricardo Reis, que usaba un heterónimo, Fernando Pessoa, para firmar algunos de sus poemas). Mientras tanto seguiremos investigando estas farsas de la cultura. Estamos investigando el caso de un poeta que sirvió para que otros poetas sabotearan a un poeta en la ciudad de Puebla. Tenemos localizados sus nombres. El poeta afectado se llama Julian. Los poetas afectadores se dieron a la fuga y sólo dejaron algunos malos versos.